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EL DILEMA ÉTICO DE LA NOSOGRAFÍA EN SALUD MENTAL


Enviado por   •  9 de Junio de 2021  •  Ensayo  •  1.861 Palabras (8 Páginas)  •  137 Visitas

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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE CHILE

FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES

ÉTICA Y DIVERSIDAD: UN DESAFÍO PROFESIONAL

SECCIÓN 01

EL DILEMA ÉTICO DE LA NOSOGRAFÍA

EN SALUD MENTAL

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Prof. Gonzalo Simón Retamal

Santiago de Chile, abril de 2021

Introducción

Se abordará en este informe, el dilema ético de la nosografía en salud mental, esto es, la clasificación y diagnóstico de diversos trastornos mentales, sobre lo cual —a propósito— en los últimos años se ha discutido vehemente, desde una temática que enfatiza por un lado, los efectos iatrogénicos que tiene sobre la salud mental de una persona el ser etiquetado con equis diagnóstico; y, por otra parte, el deber ético que los profesionales tienen sobre comunicar transparentemente un psicodiagnóstico.  

De esta manera, el dilema medular contenido en esta disquisición puede articularse en los siguientes términos: ¿Es bueno o malo diagnosticar en salud mental? ¿Se debe o no hacerlo? ¿Por qué?

Para abordar dicha cuestión, este trabajo sustentará sus lineamientos teóricos éticos en dos pensadores del siglo XX, en primer lugar, Michael Foucault, filósofo, sociólogo, historiador y psicólogo francés, quien dedicó gran parte de su vida al análisis critico de ciertas instituciones sociales, entre las cuales se encuentra la psiquiatría y la medicina moderna. Y, en segundo lugar, Martín Heidegger, filósofo y fenomenólogo alemán, reconocido por cientos como el pensador más importante del siglo XX, quien analizando y criticando más de 20 siglos de pensamiento filosófico, trajo consigo la problematización de la cuestión más originaria, esto es, la cuestión por el “ser”. Ambos, respectivamente, aportaron un ethos al pensamiento, el primero de ellos, desde una mirada biopolítica, y el segundo, desde una mirada existencialista.

En último término, para contribuir a la problematización se tomarán como punto de partida dos noticias de periódico. La primera de ellas refiere al caso suicida de una joven holandesa con larga comorbilidad psiquiátrica, y la otra, al sobrediagnóstico de trastornos mentales en nuestro país.

Noticia

Aurelia Brouwars, joven de 29 años diagnosticada con diversos trastornos mentales desde los 12 años, incomprendida y abatida por su estado, decide en agosto del 2018 optar por el suicidio asistida de un médico, a través del uso del veneno. [pic 3]

“Lo he elegido porque tengo muchos problemas de salud mental. Sufro de forma insoportable y no tengo esperanza. Cada aliento que tomo es tortura”, fueron sus últimas palabras.

Dos semanas antes de su muerte, sumado de una gran angustia, Aurelia se encontraba autolesionándose, y diciendo: "estoy atrapada en mi propio cuerpo, en mi propia cabeza, y solo quiero ser libre”.

Bien sería plausible que esta noticia tornara hacía un curso habitual de la problemática, como, por ejemplo: ¿podría el deseo de morir de Aurelia ser un síntoma más de su enfermedad psiquiátrica? ¿bajo esa situación, sería correcto asistirla en su muerte? Sin embargo, lo que embarga la preocupación de este dilema ético no es aquello, sino algo distinto: ¿De qué manera los diversos diagnósticos psiquiátricos influyeron en Aurelia y su deseo de acabar con su vida? ¿Es conveniente el diagnóstico psiquiátrico, considerando la salud y bienestar de los pacientes que, en ocasiones como estas, culminan con la muerte?[pic 4]

Reflexión opinión publica

Influyentes psiquiatras a nivel mundial en el campo de la psicopatología y semiología psiquiátrica, se han referido a este dilema enfatizando las propiedades positivas del diagnóstico clínico, entre ellas el psiquiatra de origen chileno Ricardo Capponi (2016), quien argumenta desde el hecho de que la clasificación diagnóstica crea una base importante para la investigación epidemiológica, guiando acciones sanitarias y favoreciendo el diálogo entre especialistas al crear un lenguaje común que se coloca al servicio de una serie de diseños de intervenciones psicoterapéuticas y psicofarmacológicas subsidiarias del sufrimiento humano. Desde este punto de vista, la clasificación de enfermedades mentales reivindica su trabajo, ubicándose en una posición vital que defiende su ejercicio. Sin embargo, tal afirmación no apunta al meollo del asunto en términos del bienestar de los pacientes.

Habitualmente, el más común de las personas suele quejarse, molestarse, e incluso hoy en día, crear “memes” respecto al ser etiquetados con equis diagnóstico psicopatológico. Al parecer, un diagnóstico de cualidad psiquiátrica cuyo estereotipo circunda socialmente, y está, además, emparentado con una serie de mitos y prejuicios, no suele ser bien aceptado. Pero más allá de esto, existen grupos organizados como los antipsiquiatricos, quienes con gran vehemencia se oponen a las clasificaciones diagnósticas, considerándolas un procedimiento iatrogénico que inyecta pánico y todo tipo de malestares dentro del paciente, dejándolos vulnerables a toda clase de prejuicios culturales y privación social.

De esta manera, la opinión pública sobre el diagnóstico patológico en salud mental parece estar dividida. Por un lado, la mayoría de los especialistas considera idónea la clasificación diagnóstica, y por otro, el conjunto social acusa de una proliferación molesta, quejumbrosa y estigmatizante, que priva a las personas de su mundo social fragmentándolos en clasificaciones que les dividen del resto por ser estructural o esencialmente diferentes.

Reflexión personal

Decía Pablo de Tarso: todo me es lícito, más no todo me conviene. Y es quizá este el punto de inflexión en el dilema ético del diagnóstico patológico. Si bien el código de ética que rige a los psicólogos en Chile informa sobre el derecho del paciente a recibir su diagnóstico y el deber del profesional de dárselo, haya pues que problematizar no entorno a la legitimidad del acto, sino a la conveniencia del mismo en términos del bienestar integral del paciente, asumiendo los riesgos.

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