EL FANTASMA DE CATERNAVILLE
Enviado por Elvis294 • 9 de Agosto de 2014 • 771 Palabras (4 Páginas) • 190 Visitas
EL FANTASMA DE CANTERVILLE
CAPÍTULO I
Cuando míster Hiram B. Otis, mi¬nistro de los Estados Unidos de América, compró Canterville Chase, todo el mundo le dijo que cometía una gran locura, porque la finca es¬taba embrujada.
Hasta el mismo lord Canterville, como hombre de la más escrupulosa honradez, se creyó en el deber de participárselo a míster Otis, cuan¬do llegaron a discutir las condicio¬nes.
-Nosotros mismos -dijo lord Canterville- nos hemos resistido en absoluto a vivir en ese sitio des¬de la época en que mi tía abue-la, la duquesa de Bolton, tuvo un ataque de nervios, del que nunca se repuso por completo, motivado por el es¬panto que experi-mentó al sentir que las manos de un esqueleto se posa¬ban sobre sus hombros, estando vis¬tiéndose para cenar. Me creo en el deber de decirle, míster Otis, que el fantasma ha sido visto por varios miembros de mi familia, que viven actualmente; así como por el rector de la parroquia, el reverendo Au¬gusto Dampier, agregado del King's College de Oxford. Después del trá¬gico accidente ocurrido a la duquesa, ninguna de las doncellas quiso que¬darse en casa, y lady Canterville no pudo ya conciliar el sueño a causa de los ruidos misteriosos que llega¬ban del corredor y de la biblioteca.
-Milord -respondió el minis¬tro-, también me quedaré con los muebles y el fantasma bajo inven¬tario. Llego de un país mo-derno, en el que podemos tener todo cuanto el dinero es capaz de proporcionar, y esos mozos nuestros, jóvenes y tur¬bulentos, que recorren el Viejo Con¬tinente escandalizándolo, que se lle¬van los mejores actores de ustedes, y sus mejores prima donnas, estoy seguro de que si queda todavía un verdadero fantasma en Europa, ven¬drán a buscarlo en seguida para colocarle en uno de nuestros museos públicos o para pasearle por los ca¬minos como un fenómeno.
-El fantasma existe; me lo temo -dijo lord Canterville, sonriendo-, aunque quizá se resista a las ofer¬tas de sus intrépidos em-presarios. Hace más de tres siglos que se le conoce. Data, con precisión, de 1574, y nunca deja de mostrarse cuando está a punto de ocurrir algu¬na defunción en la familia.
-¡Bah! Los médicos de cabece¬ra hacen lo mismo, lord Canterville. Amigo mío, un fantasma no puede existir y no creo que las leyes de la Naturaleza admitan excepciones en favor de la aristocracia inglesa.
-Realmente -dijo lord Canter¬ville, que no acababa de comprender la última observación de míster Otis-, ustedes son muy sen-cillos en América. Ahora bien, si le gusta a usted tener un fantasma en casa, mejor que mejor. Acuérdese única¬mente que yo le previne.
Algunas semanas después se cerró el trato, y a fines de la estación el ministro y su familia emprendieron el viaje hacia Canter-ville Chase.
La señora Otis, que con el nom¬bre de miss Lucrecía R. Táppan, de la calle West 53, había sido
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