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ENSAYO SOBRE “HOME” Y “LOS ROMÁNTICOS Y EL FUTURO”


Enviado por   •  4 de Mayo de 2020  •  Ensayo  •  7.800 Palabras (32 Páginas)  •  88 Visitas

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ENSAYO SOBRE “HOME” Y “LOS ROMÁNTICOS Y EL FUTURO”

EL HOMO SAPIENS Y SU HOGAR

Presentado Por:

JUAN CARLOS TORO BEDOYA

Presentado a:

GERMAN AUGUSTO CRUZ ARIZMENDI

Universidad Tecnológica de Pereira

Facultada de educación

Licenciatura en Español y Literatura

Noviembre de 2016

¿Es tarde para el hombre?...Posiblemente. ¡Es tarde para el hombre! ¡La arena se agota en el reloj! Es tarde, es tarde, es tarde para el hombre. Claro que lo es, y mucho. Demasiado…

A aquel inseguro homínido que con ansia libertaria descendió un día del árbol que le sirviera como refugio milenios ha, para caminar con sigilo sobre la tierra todavía caliente y luego, mucho después, con paso avasallador sobre la superficie del orbe, ahora, cuando abre sus alas y dirige su mirada a lo lejos, intentando posesionarse en pleno, enseñorearse con sus nimios conocimientos, de la vastedad del espacio y de aquel pequeño planeta que con recurrencia, a lo largo de su lúgubre periplo histórico ha explorado, ha usurpado, ha saqueado, ha golpeado, de la manera más inconsciente y rapaz, se le ha hecho de noche. Pobre Homo Sapiens. Ensimismado en sus quehaceres y estructuras antropocéntricas de todo tipo, y extraviado en grado sumo en el entramado de sus placeres instintivos, ha dormitado a lo largo de milenios en pleno filo del abismo, ha caminado torpemente, dando tumbos, ebrio de riqueza y soberbia, y en su caminar apenas si  ha percibido, como al descuido, que como un velo de sombras siniestras se cierne sobre sí la noche de los tiempos. La artificial noche de los tiempos fabricada por su propia mano; esa noche oscura y tenebrosa, matizada de un negro fúnebre y melancólico, humeante noche del smog citadino: Smog neoyorkino, smog londinense, smog parisino… superpoblada por espectros miserables, homos sapiens amaestrados como civilitas que caminan errabundos, haciendo estúpidos conciliábulos, persiguiendo en su ceguera ilusiones inasibles; la noche de la lluvia ácida que vomita toxinas desde lo alto de los cielos, esos cielos que escupen fastidiados desde las alturas por la miseria que exhalamos los humanos desde la faz del orbe; la noche tanática y lúgubre de la era nuclear, que promete, orgullosa y desafiante, muerte y devastación; noche sin aurora que huele a lo que huele la putrefacta naturaleza humana, esa carne animada, vitalizada, energizada, por el odio y el encono; por intereses y mezquindades; por amores vagos y ficticios; exacerbada por el espíritu pequeño y vacío de los hombres, por su ansia de muerte y destrucción. Esa terrible noche que como un vaho nebuloso brota desde los más íntimos rincones de la tierra, y oscurece el horizonte mientras asciende, se eleva perezosa, convertida en bituminosas volutas de un humo marihuanesco y nauseabundo, caprichosas y multiformes, hacia las estrellas.

Yo he visto con el alma en las manos esas volutas de las que hablo. Les veo posar en lontananza como a las modelitos italianas y francesas que llegan todavía a mi memoria como recuerdos de mi ya lejana juventud. Sí. Con la misma soberbia, con la misma estulticia, con igual intrascendencia. Las veo desde mi ventana luchando contra los arreboles, disputándole, en su grandeza imaginaria, su imperio al sol. Ellas, las volutas, igual que las modelitos, se contorsionan hasta adquirir proporciones dragonescas, amplias, abanicadas, mágicas; y su naturaleza volátil, frágil, evoca la futilidad propia del alma humana. La modelito del momento en Europa se contorsiona, mueve sensualmente su pequeña cintura y sus caderas, exhibe sus ropajes, da vuelta sobre las pasarelas de París, o de Roma, o de Lucerna, y en un giro estrepitoso, ante le fascinación del público, abre sus piernas a treinta grados mientras descarga, con delicadeza, la punta de su glamuroso pie izquierdo sobre el piso, sosteniendo firme el derecho; enseña luego sus senos enhiestos durante un segundo y completa su desfile fascinante la mirada penetrante de sus ojos azulados y el rojo carnoso e insinuante de sus labios. Las caprichosas volutas se contorsionan hasta adquirir formas demoniacas, convirtiéndose en alucinantes gigantes de humo que emiten bocanadas de odio y estulticia, en inmensas aves negras que pueblan el mundo de las sombras, leones rugientes que aturden mis oídos. Giran las volutas en el aire igual que las modelitos frágiles en las grandes pasarelas del mundo, pero no enseñan ellas sensuales atributos; veo en cambio sucederse en su contorsionar monstruoso, en sus giros desaforados, gravitando caóticamente en la pestilente humareda, envuelto en el torbellino, un doloroso y grotesco collage, poblado de figuras antropomorfas y trazos sanguinolentos: una abrumadora multitud de rostros doloridos, atormentados, desencajados, que emiten con voces graves amargas quejas y clamores de venganza. Son los rostros del holocausto Nazi de nuestra era. Son los rostros de los mártires religiosos del imperio romano. Son los rostros de los niños sacrificados en el antiguo Egipto. Son los rostros torturados en la inquisición medieval y moderna. Son los rostros de los torturados de Albi. Son los rostros de los indígenas americanos muertos a manos del español rapaz y virulento. Son los rostros de los niños que mueren de hambre, o a causa del Sida, en África. Son los rostros de nuestros muertos domésticos, los que nos hereda esta, nuestra guerra también doméstica, guerra con matices ridículos que venimos librando en Colombia desde que el diablo era apenas un infante. Son los rostros de los trescientos mil niños abusados sexualmente en el país del Sagrado Corazón de Jesús, el nuestro, anualmente.

En esas volutas caprichosas y danzantes, que entrañan y envuelven toda nuestra miseria humana; en esa monumental humareda, maloliente y agobiante; en esos rostros  descompuestos que veo impotente, leen mis ojos anegados por el llanto lo que es esta, nuestra prosaica realidad: un suceder de dolores y penas, que pasan como una ráfaga y se deshacen en el tiempo; se convierten en un humo bituminoso, pestilente, pesado, denso, que nos ahoga el alma.

Detengo la escritura de estas ínfimas líneas y escruto con mi esencial desesperanza el horizonte. Veo desde aquí, desde la ventanita de mi pequeña oficina, el volcán nevado del Ruiz y su fumarola vacilante. Sonrío entonces entre dientes y luego, a viva voz, le increpo:

-¡Queeeee! ¿No que muy verraco? Dale pues. Escupí fuego que pa’eso es que estás hecho…amenazando, amenazando, amenazando y “de aquello nada”.

¡Qué va!, volcancito de mentiras, gigante de papel, insignificante forúnculo terráqueo….

¿Alarmitas a mí?, ¿Fumarolitas a mí? Como dice el cuento, literalmente “no estás ni tibio”.

Volcán de pacotilla.

Para volcanes de verdad El Vesubio, que así, sin ademanes mediáticos, sin melindres de quinceañera mimada, borró a Pompeya del mapa en un solo tirón. Vos ni eso, volcancito pueblerino que dormís como a mi rincón… ¿Creés que me importa un carajo que acabés de un solo manotazo con alguna partecita de esta raza miserable entre la que yo me cuento y de la cual me avergüenzo? Ni de lejos. Que mueran taxistas, que mueran poetas; que mueran mucamas y deportistas consagrados; que mueran políticos y prostitutas; que muera yo. Pero que sea ya mismo, pues. Te desafío. Te desafío a pelear. A mano limpia, como dos intrascendentes creaciones de la naturaleza que somos tú y yo… Pero si te da miedo, si te acobardás, yo te comprendo…Es que con este desbarajuste descomunal, con esta pérdida de esencialismo, ya ni siquiera la naturaleza puede cumplir cabalmente con su misión…

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