El Origen Poético De La Locura Y La Poesía
Enviado por arzeromero • 15 de Agosto de 2014 • 444 Palabras (2 Páginas) • 187 Visitas
Aparapita, soy
Rafael Romero Arze
Cerraste la puerta, y con eso, creíste haber cerrado un episodio de una parte de tu vida. Tú hiciste lo que tenías que hacer -por lo menos eso pensaste-, sin embargo, no te diste cuenta de manera conciente que al cerrar la puerta, abriste otra, una más grande, una que lleva a un sendero no de luz, sino de oscuridad y de terror. Trataste de regresar por el camino que volviste, pero al mirar atrás, la puerta ya se había cerrado. Diste un grito de locura, así como Ana gritó cuando perdió al hijo de sus entrañas. Tu voz vibró tan fuerte que hasta los propios demonios encarnados sintieron pavor por la fuerza de ese grito lejano. Te arrodillaste e hiciste una súplica. Pediste a todos los dioses que hubiera, que te saquen de ese lugar tenebroso. Se te vino a la mente el canto II del Infierno de la obra de Dante. Sólo que tú estabas solo y sin guía. Fuiste abandonado por fiel y por rebelde contra Dios. Lloraste y derramaste lágrimas. Pediste disculpas y perdón al eterno impronunciable y aun así, no recibiste ninguna respuesta. Buscaste un lugar seguro para pasar el resto de tu existencia, pero fuiste expulsado por luz de la oscuridad. Esta vez, estabas en las más peligrosas penumbras del día. El sol desvió su magnificencia y te dejó otra vez, en las tinieblas de la vida. Quisiste andar, pero caías cada vez que tratabas de seguir algún sendero. Nadie te recordaba, ni siquiera sabían si tenías algún nombre. No eras nada, porque la nada es el propio adán, pero tú, ni adán ni nada. Es más, ni siquiera eras una sombra, hasta eso, la habías perdido. «Entonces, ¡¡¡Qué soy!!!». Gritaste con vehemencia y con locura. Silencio. El tiempo y el espacio transcurren en una sigilosa elipsis. En algún lugar han oído tu alarido, más no se conmueven, sino que sienten pena, porque pronto dejarás el mundo de las formas, y formarás parte de una cadena involutiva generada por la ausencia de tu voluntad. Morirás, o como bien decía Saenz, te sacarás el cuerpo, pero no termina ahí, sino que tu condena empieza a ponerse peor. Pensaste que al sacarte el cuerpo, dejabas este sendero de rosas marchitas, pero olvidaste lo que decía el poeta alemán Friedrich Schiller, “que todos los buenos y todos los malos, recorren el mismo sendero de rosas”. Dejarás tu cuerpo, pero tu esencia, o bien, tu espíritu seguirá vivo, pero ya no podrás soñar con los cielos eternos del recuerdo; no, decidiste descender hacia los infiernos moleculares, y ahí, deberás pagar tu condenada obra poética de aparapita.
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