El Porque A Todo
Enviado por 4231567890 • 11 de Noviembre de 2013 • 480 Palabras (2 Páginas) • 288 Visitas
general Perón. Ya verán, ya verán cómo se van a poner aquí las cosas en 1952. Me
canso que, con el PRI o contra el PRI, Henríquez Guzmán va a ser presidente.
Mi padre no salía de su fábrica de jabones que se ahogaba ante la competencia
y la publicidad de las marcas norteamericanas. Anunciaban por radio los nuevos
detergentes: Ace, Fab, Vel, y sentenciaban: El jabón pasó a la historia. Aquella espuma
que para todos (aún ignorantes de sus daños) significaba limpieza, comodidad,
bienestar y, para las mujeres, liberación de horas sin término ante el lavadero, para
nosotros representaba la cresta de la ola que se llevaba nuestros privilegios.
Monseñor Martínez, arzobispo de México, decretó un día de oración y penitencia
contra el avance del comunismo. No olvido aquella mañana: en el recreo le mostraba a
Jim uno de mis Pequeños Grandes Libros, novelas ilustradas que en el extremo
superior de la página tenían cinito (las figuras parecían moverse si uno dejaba correr
las hojas con el dedo pulgar), cuando Rosales, que nunca antes se había metido
conmigo, gritó: Hey, miren: esos dos son putos. Vamos a darles pamba a los putos. Me
le fui encima a golpes. Pásame a tu madre, pinche buey, y verás qué tan puto, indio
pendejo. El profesor nos separó. Yo con un labio roto, él con sangre de la nariz que le
manchaba la camisa.
Gracias a la pelea mi padre me enseñó a no despreciar. Me preguntó con quién
me había enfrentado. Llamé "indio" a Rosales. Mi padre dijo que en México todos
éramos indios, aun sin saberlo ni quererlo. Si los indios no fueran al mismo tiempo los
pobres nadie usaría esa palabra a modo de insulto. Me referí a Rosales como "pelado".
Mi padre señaló que nadie tiene la culpa de estar en la miseria, y antes de juzgar mal a
alguien debía pensar si tuvo las mismas oportunidades que yo.
Millonario frente a Rosales, frente a Harry Atherton yo era un mendigo. El año
anterior, cuando aún estudiábamos en el Colegio México, Harry Atherton me invitó una
sola vez a su casa en Las Lomas: billar subterráneo, piscina, biblioteca con miles de
tomos encuadernados en piel, despensa, cava, gimnasio, vapor, cancha de tenis, seis
baños. (¿Por qué tendrán tantos baños las casas ricas mexicanas?) Su cuarto daba a
un jardín en declive con árboles antiguos y una cascada artificial. A Harry no lo habían
puesto en el Americano sino en el México para que conociera un medio de lengua
española y desde temprano se familiarizara con quienes iban a ser sus ayudantes, sus
prestanombres, sus eternos aprendices, sus criados.
Cenamos. Sus padres no me dirigieron la palabra y hablaron todo el
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