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El análisis filosófico


Enviado por   •  19 de Marzo de 2012  •  Ensayo  •  2.990 Palabras (12 Páginas)  •  492 Visitas

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El análisis filosófico de los valores es vital para poder tomar conciencia de la llamada “crisis de los valores” y de los incontables problemas que acompañan a las decisiones humanas en condiciones límites en las que no todo lo que se puede hacer se debe hacer. A pesar de los innumerables logros de la razón y del humanismo, la mayoría de las sociedades se siguen plegando al poder y no al deber, y esto es altamente preocupante. Por ello incursionaremos brevemente en la axiología para, desde ella, poder iluminar el horizonte de nuestras valoraciones.

La palabra axiología (del griego axia-valor, y logos-estudio) es de origen reciente, pues su introducción se produce a principios del siglo XX . No obstante, ya los antiguos griegos dedicaban una parte de la reflexión filosófica a los llamados problemas de valor, tratándolos dentro de la llamada “filosofía práctica” o “conciencia práctica”. Ellos, como casi siempre ocurre, comenzaron por constatar intuitivamente la existencia de los valores, y sólo después se ocuparon de su análisis filosófico. En la vida real el hombre aprende primero a estimar y a desestimar, a evaluar y a devaluar, en fin, a valorar, antes de tomar conciencia plena de qué es en sí el valor o determinado tipo de valor, e indagar acerca del camino de su conocimiento o aprehensión espiritual y exposición teórica. De la misma manera procedieron los griegos, con la especificidad de que la moral fue el objeto por excelencia de sus meditaciones axiológicas.

En la incipiente sociedad esclavista griega, el poder estaba en manos de la aristocracia. Era una sociedad basada sobre todo en la agricultura y la ganadería, y en una esclavitud más bien patriarcal en la que comenzaban a gestarse los primeros oficios. Por tanto, estamos en presencia de una economía natural en la que los aristoi –literalmente “mejor gente”- fomentaban valores exclusivistas que se concretizaban en el concepto de areté. Para los antiguos griegos, la areté significó excelencia o virtud humana superior, propia de los aristoi o nobles, y no de cualquier otro ciudadano ; y la consideraban integrada por: el plutos (éxito material), el olbo (riqueza y felicidad), la euthymia (paz y serenidad del espíritu), el kalón (la hermosura física y moral), el cleos (la gloria), y la doxa (opinión pública favorable) . Pero los valores que encarnaba la Areté no se podían adquirir a través de la observación de determinada conducta. La Areté era algo exclusivo del Aristócrata, y éste lo era por herencia. Quiere esto decir, que la Areté era tan hereditaria como la condición nobiliaria. Por tanto, era algo que no se ganaba ni se obtenía mediante la práctica de un catálogo de virtudes; se recibía por herencia y esa herencia estaba vinculada a la condición nobiliaria que encarnaban los propietarios terratenientes esclavistas.

Pero este estado de cosas comenzó a cambiar una vez que una nueva clase esclavista, la de los comerciantes, empezó a regir la vida económica y política. El comercio es una actividad que sólo puede tener lugar cuando hay ciertos mínimos de igualdad y de libertad entre las partes, y en las condiciones descritas esto era muy poco posible o probable; por eso se impuso el cambio del orden de cosas, y las monarquías esclavistas comenzaron a ser sustituidas, no sin incansables luchas, por formas de gobierno democráticas. Desde entonces los asuntos públicos empezaron a resolverse en asambleas populares, y el ágora devino recinto por excelencia para tomar las grandes decisiones. En semejante forma de organización social, el discurso y la conducta de los oradores llegaron a ser en muchas ocasiones prácticamente determinantes a la hora de decidir un litigio.

Las anteriores transformaciones condicionaron que la filosofía griega cambiara el objeto de reflexión, que anteriormente era la naturaleza, por el hombre y su vida en la polis. En este contexto el tema de las virtudes o valores morales y políticos devino fundamental. Ya en los Sofistas (siglo V a.n.e) y en Sócrates (470-399 a.n.e) encontramos valoraciones interesantes en materia axiológica, y Platón (428-347 a.n.e) en sus Diálogos nos muestra amenas reflexiones de gran trascendencia estimativa. La Ética Nicomáquea de Aristóteles (384-322 a.n.e.) es tal vez la obra axiológica de mayor envergadura del mundo antiguo. En ella el estagirita no sólo reflexiona acerca de la compleja esencia de la virtud, sino que también ofrece interesantes consejos y sugerencias para ayudar a la solución de los conflictos de valor.

Pero los griegos no llegaron a establecer una disciplina específica para el estudio de los valores, y su reflexión se dirigió sobre todo al análisis de un tipo específico de valor: el moral; y la razón de lo anterior puede estar dada por el hecho de que para ellos el bien y los valores vinieron a ser prácticamente lo mismo. Otro tanto ocurrió en la edad media, donde las virtudes morales y teologales siguieron siendo parte central de la reflexión axiológica. Los modernos no pudieron superar tampoco esta forma de pensamiento. Enmamuel Kant (1724-1804) aún identifica los valores y el bien moral, del cual excluye lo placentero y lo bello, y Jeremy Bentham (1748-1832) y John Stuart Mill (1806-1873) los reducen a lo útil, que para ellos viene a ser la maximización del placer o máxima felicidad para el mayor número y, por tanto, el bien definido a través de una fórmula cuasi-aritmética.

La axiología, como reflexión filosófica acerca de los valores –no sólo morales-, se desarrolló sobre todo en el siglo XX. Desde entonces han estado a la orden del día las definiciones de “valor” y “valoración”.

Uno de los fundamentales exponentes de la línea axiológica en la filosofía fue Wilhelm Windelband (1848-1915). Windelband atribuye a la filosofía la tarea de buscar los principios que garantizan la solidez del conocimiento, que para él no son otros que los valores. Según Windelband, la filosofía no tiene por objeto juicios de hecho, sino juicios valorativos de la clase: “esta cosa es verdad”, “esta cosa es buena” y “esta cosa es bella”. Considera que la validez de los valores es normativa, mientras que la de las leyes naturales se sustenta en hechos -es empírica- y, por tanto, en la imposibilidad de ser de otra manera; de ahí que entienda que nos encontremos ante dos tipos diferentes de realidades: una ontológica (del ser), propia del mundo de la ciencia, y otra deontológico (del deber ser), inherente a los valores. Su conclusión es que los hechos se aprenden, pero los valores se aprueban o se desaprueban.

En la primera mitad del siglo XX se insistió mucho en la diferenciación entre hechos y valores. Los hechos son neutrales desde el punto de vista axiológico, pues no son ni buenos ni malos. Un médico puede curarnos, pero no es quien podrá determinar

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