Elogio de la dificultad
Enviado por dagrandosc • 23 de Septiembre de 2013 • Tesis • 1.797 Palabras (8 Páginas) • 1.741 Visitas
Elogio de la dificultad
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Estanislao Zuleta
(1935-1990)
La pobreza y la impotencia de la imaginación nunca se mani-
fiesta de una manera tan clara como cuando se trata de ima-
ginar la felicidad. Entonces comenzamos a inventar paraísos,
islas afortunadas, países de cucaña. Una vida sin riesgos, sin
lucha, sin búsqueda de superación y sin muerte. Y, por tanto,
también sin carencias y sin deseo: un océano de mermelada
sagrada, una eternidad de aburrición. Metas afortunadamente
inalcanzables, paraísos afortunadamente inexistentes.
Todas estas fantasías serían inocentes e inocuas, sino fuera
porque constituyen el modelo de nuestros anhelos en la vida
práctica.
Aquí mismo en los proyectos de la existencia cotidiana, más
acá del reino de las mentiras eternas, introducimos también el
ideal tonto de la seguridad garantizada; de las reconciliaciones
totales; de las soluciones definitivas.
Puede decirse que nuestro problema no consiste solamente ni
principalmente en que no seamos capaces de conquistar lo
que nos proponemos, sino en aquello que nos proponemos:
que nuestra desgracia no está tanto en la frustración de nues-
tros deseos, como en la forma misma de desear. Deseamos
mal.
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Conferencia que el Doctor Estanislao Zuleta presentó en el acto en el cual la
Universidad del Valle, en la ciudad de Cali, Colombia, le otorgó el título Hono-
ris Causa en Psicología.
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En lugar de desear una relación humana inquietante, compleja
y perdible, que estimule nuestra capacidad de luchar y nos
obligue a cambiar, deseamos un idilio sin sombras y sin peli-
gros, un nido de amor, y por lo tanto, en última instancia un
retorno al huevo. En vez de desear una sociedad en la que sea
realizable y necesario trabajar arduamente para hacer efectivas
nuestras posibilidades, deseamos un mundo de satisfacción,
una monstruosa sala-cuna de abundancia pasivamente recibi-
da.
En lugar de desear una filosofía llena de incógnitas y pregun-
tas abiertas, queremos poseer una doctrina global, capaz de
dar cuenta de todo, revelada por espíritus que nunca han exis-
tido o por caudillos que desgraciadamente sí han existido.
Adán y sobre todo Eva, tienen el mérito original de habernos
liberado del paraíso, nuestro pecado es que anhelamos regre-
sar a él.
Desconfiemos de las mañanas radiantes en las que se inicia un
reino milenario. Son muy conocidos en la historia, desde la
Antigüedad hasta hoy, los horrores a los que pueden y suelen
entregarse los partidos provistos de una verdad y de una meta
absolutas, las iglesias cuyos miembros han sido alcanzados
por la gracia –por la desgracia– de alguna revelación. El estu-
dio de la vida social y de la vida personal nos enseña cuán
próximos se encuentran una de otro la idealización y el terror.
La idealización del fin, de la meta y el terror de los medios
que procurarán su conquista. Quienes de esta manera tratan
de someter la realidad al ideal, entran inevitablemente en una
concepción paranoide de la verdad; en un sistema de pensa-
miento tal, que los que se atreverían a objetar algo quedan
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inmediatamente sometidos a la interpretación totalitaria: sus
argumentos, no son argumentos, sino solamente síntomas de
una naturaleza dañada o bien máscaras de malignos propósi-
tos.
En lugar de discutir un razonamiento se le reduce a un juicio
de pertenencia al otro –y el otro es, en este sistema, sinónimo
de enemigo–, o se procede a un juicio de intenciones. Y este
sistema se desarrolla peligrosamente hasta el punto en que ya
no solamente rechaza toda oposición, sino también toda dife-
rencia: el que no está conmigo, está contra mí, y el que no es-
tá completamente conmigo, no está conmigo. Así como hay,
según Kant, un verdadero abismo de la acción, que consiste
en la exigencia de una entrega total a la “causa” absoluta y
concibe toda duda y toda crítica como traición o como agre-
sión.
Ahora sabemos, por una amarga experiencia, que este abismo
de la acción, con sus guerras santas y sus orgías de fraternidad
no es una característica exclusiva de ciertas épocas del pasado
o de civilizaciones atrasadas en el desarrollo científico y técni-
co; que puede funcionar muy bien y desplegar todos sus efec-
tos sin abolir una gran capacidad de inventiva y una eficacia
macabra. Sabemos que ningún origen filosóficamente elevado
o supuestamente divino, inmuniza a una doctrina contra el
riesgo de caer en la interpretación propia de la lógica paranoi-
de que afirma un discurso particular –todos lo son– como la
designación misma de la realidad y los otros como ceguera o
mentira.
El atractivo terrible que poseen las formaciones colectivas
que se embriagan con la promesa de una comunidad humana
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no problemática, basada en una palabra infalible, consiste en
que suprimen la indecisión y la duda, la necesidad de pensar
por sí mismo, otorgan a sus miembros una identidad exaltada
por la participación, separan un interior bueno –el grupo– y
un exterior amenazador. Así como se ahorra sin duda la an-
gustia, se distribuye mágicamente la ambivalencia en un amor
por lo propio y un odio por lo extraño y se produce la más
grande simplificación de la vida, la más espantosa facilidad. Y
cuando digo aquí facilidad, no ignoro ni olvido que precisa-
mente este tipo de formaciones colectivas, se caracterizan por
una inaudita capacidad de entrega y sacrificios; que sus
miembros aceptan y desean el heroísmo, cuando no aspiran a
la palma del martirio. Facilidad, sin embargo, porque lo que el
hombre teme por encima de todo no es la muerte y el sufri-
miento, en los que tantas veces se refugia, sino la angustia que
genera la necesidad de
ponerse en cuestión, de combinar el
entusiasmo y la crítica, el amor y el respeto.
Un síntoma inequívoco de la dominación de las ideologías
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