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Ensayo el hombre en busca de sentido


Enviado por   •  3 de Mayo de 2019  •  Ensayo  •  3.553 Palabras (15 Páginas)  •  412 Visitas

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INTRODUCCIÓN.

El hombre en busca de sentido, es un libro que nos habla sobre el sentido de la vida y la forma en que nos presentamos ante la situaciones problemáticas o difíciles de esta.

Nos ayuda en nuestro desarrollo personal, entendiendo la capacidad que tenemos todas las personas de superar las circunstancias adversas que se nos presentan en la vida y saber afirmar que la vida nos dará la mentalidad necesaria para afrontar cualquier situación.

El sentido de la vida puede parecer un obstáculo para muchas personas, sin embargo nosotros somos los únicos responsables de recorrer el camino. Una persona capaz de enfrentar y superar los problemas logra conquistar sus objetivos y destruir obstáculos.

Viktor E. Frankl fue un reconocido neurólogo y psiquiatra austriaco, fundador de la logoterapia. Sobreviviente al holocausto nazi, en donde estuvo preso en diferentes campos de concentración durante la segunda guerra mundial, y a partir de esa experiencia escribió el libro el sentido de la vida.

En este libro el autor nos relata parte de las experiencias vividas en los campos de concentración, desde un punto de vista psicológico, habla de él, de las personas que estuvieron ahí encerradas y también nos habla sobre la logoterapia y de cómo esta nos puede ayudar a encontrarle sentido a nuestra vida.

En la primera parte el autor expone sus conclusiones al analizar el comportamiento humano, durante las tres fases padecidas en los campos de concentración: los primeros días del internamiento, la fase de autentica vida en el campo y la época posterior a la liberación.

En la segunda parte expone de manera corta la logoterapia.

Después de leer el libro, no puedo evitar preguntarme, ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿Lo que hago cada día es importante? ¿Importa a alguien? ¿Hacia dónde me dirijo? ¿Soy feliz? O ¿estoy en busca de la felicidad?

DESARROLLO.

En este estremecedor relato Viktor E. Frank judío de nacimiento, y que por el solo hecho de serlo fue encerrado, explotado y torturado en un campo de concentración, narra su experiencia desde un punto de vista esperanzador sobre la capacidad humana de trascender sus dificultades.

Nos cuenta las etapas psicológicas por las que comúnmente pasaban los presos en un campo de concentración, la vida diaria.

Durante esta lectura pude comprobar que el ser humano es increíblemente adaptable a diversas situaciones, y puede soportar condiciones realmente inhumanas.

En la primera fase se ve la impresión de estar en un campo de concentración y en como los prisioneros cambian su forma de pensar y quedan en shock ante su situación. Tenían que dormir hacinados, nueve personas en una cama, con una manta para todos. No tenían información sobre sus familiares, la angustia de no saber si estaban vivos o muertos. Los prisioneros eran despojados de su identidad anterior, hasta convertirse solo en un número más, comprendían que todo lo que poseían era su cuerpo y su existencia.

En la segunda fase, llegaban a una muerte emocional, eran apáticos ante al sufrimiento de los enfermos, los agonizantes y los muertos, eran cosas tan comunes para ellos que no los conmovían en absoluto. Esta indiferencia del dolor ajeno suponía un caparazón para soportar la existencia en aquel lugar. En aquellos momentos no era solo el dolor físico lo que más les dolía, si no la agonía mental causada por la injusticia, por lo irracional que era todo aquello. Entonces la apatía era un mecanismo necesario de autodefensa.

Perdían toda ilusión de ser libres, era tanta necesidad que sus sueños eran sobre comida, un baño con agua tibia, o una cama confortable.

Intercambiaban recetas y planean menús para el día en que se reúnan cuando al fin sean libres y regresen a sus casas.

Añoraban la intimidad, la soledad, estar consigo mismo y sus pensamientos. Sin nada ni nadie que interrumpiera sus pensamientos.

A pesar de la situación en la que se encontraban, los prisioneros discutían cuestiones políticas e improvisaban en las barracas servicios religiosos, algunos de los prisioneros repartían sus raciones de pan entre otros prisioneros, aun cuando esto podía significar la muerte.

Sufrían irritabilidad debido a la falta de sueño y a la baja autoestima, antes de ser prisioneros eran alguien, ahora solo un numero.

El prisionero que perdía la fe en el futuro, en su propio futuro, ya estaba muerto ya que la fe es el sostén espiritual tan necesario para cada persona.

La mayoría de las decisiones que se tomaban en el campo, eran decisiones de vida o muerte, cuando les pedían moverse a otro campo que le llamaban de descanso, los prisioneros no sabían si esto era verdad o los llevarían a una cámara de gas, por lo que la mayoría de los prisioneros decidían quedarse aun cuando esto no representaba de ninguna manera una mejoría a su situación actual, pero ante la duda lo preferían.

El autor fue testigo de la intensificación de la vida interior, cuando vio a dos prisioneros ver el resplandor del cielo en un charco de agua, y uno de ellos le comento al otro: ¡Qué bello podría ser el mundo!(1)

En la tercera fase, los prisioneros recuperaron su libertad, y aunque se repetían entre ellos “¡Somos libres!”(2) esta palabra carecía de sentido para ellos, lo habían soñado por tantos años que simplemente careció de sentido. Sus mentes no se acostumbraban a la libertad, muchos de ellos en esos momentos se convirtieron en instigadores, en opresores, tenían deseo de sangre. No entendían que aunque a ellos les hubieran hecho mucho daño, eso no suponía que tuvieran el derecho a hacer el mal.

La desilusión de no encontrar a las personas o cosas que añoraban de su vida pasada, fue lo más difícil de sobreponer. No entendían como habían sido capaces de soportar todas esas atrocidades, finalmente y después de todo se quedaban con la sensación de que ya no tenían nada que temer, excepto a su Dios mismo.

Viktor E. Frank sintió en carne viva lo que significaba una existencia desnuda en donde ya no tenía nada que perder, desprovista de todo, salvo de la existencia misma. Padeció hambre, tenía que sobrevivir con medio tazón de sopa, y un pedazo de pan de tamaño ridículo, frio, brutalidades, a mano no solo de los guardias si no de sus mismos compañeros que eran elegidos para este fin a los que en el relato se les denomina capos, mismos que trataban a los prisioneros peor que los propios guardias del lugar, quizá por el instinto de supervivencia ya que esto les garantizaba su comida segura o sus cupones de vales de cigarrillos que podrían utilizar para intercambio, pero, ¿a qué costo?; además de los trabajos forzados que tenía que realizar día a día inclusive algunas noches, en condiciones totalmente inhumanas.

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