FILOSOFIA
Enviado por • 6 de Mayo de 2014 • 1.853 Palabras (8 Páginas) • 238 Visitas
La desmesura de la felicidad
a) La «eudaimonía griega»:
aproximación terminológica
«Todos los hombres aspiran a la felicidad». Esta frase que
encontramos en la ética de Aristóteles podría ser firmada sin muchos
reparos por cualquier filósofo que pretenda reconocer una de las
aspiraciones más dignas de todo ser humano, la de vivir «en plenitud».
Pero los problemas comenzarán cuando empecemos a determinar en
qué consiste esta plenitud y cómo lograr que nuestra vida esté «a
rebosar», pues vivir «en plenitud» no es sólo vivir satisfecho, sino estar
a punto de desbordar los límites de nuestra propia existencia. En este
«rebosar» que supera el mero estar contento consiste la desmesura
de la felicidad. Vayamos por partes e iniciemos nuestra reflexión con
algunas precisiones. Con el término «felicidad» traducimos el vocablo
griego eudaimonía. Aristóteles lo empleaba para designar el fin (telos)
de todas las acciones, llegando a ser el bien supremo al que
aspiramos como hombres; por ello, cuando una tradición ética explica
el obrar humano como una acción orientada conforme a fines, se
llamará explicación teleológica. Al ser la felicidad ese fin que se
persigue, entonces nos hallamos ante un sistema filosófico que recibe
el nombre de eudemonismo.
Aunque el término «felicidad» sea el que más se aproxime al
significado originario, hay otras palabras como «bienaventuranza» o
«dicha» que también designan lo que Aristóteles pretendía.
Etimológicamente significa ser favorecido por un «buen» (eu) «hado»
(-daimon), participar en un buen destino. A pesar de que este matiz no
era utilizado habitualmente por el hablante coloquial de los siglos V y IV
a. C., tiene la ventaja de recoger un dato clave: la importancia de ir
siendo agraciado por la fortuna. También había otro término con el que
se acentuaba todavía más el carácter de «regalo» que tiene la
felicidad. Se trata del término makaría o makariótes, menos utilizado
por Aristóteles, pero más querído y utilizado por Platón. La razón es
sencilla: Platón incide menos en la construcción de un carácter
personal, le da menos importancia al esfuerzo y a la voluntad de
felicidad que al hecho de que sea «regalo», «donación» y «gracia» de
los dioses. Lo realmente difícil será mantener esta tensión entre una
felicidad que es preparada por el esfuerzo de la voluntad y una
felicidad que acontece independientemente de los esfuerzos que
realice la limitada voluntad humana.
El término no siempre se traduce bien, porque cualquier traducción
debería incluir, conjunta e indisociablemente, la noción de vivir bien
(dimensión subjetiva) y comportarse bien (dimensión objetiva); de ahí
que, según se incida en uno y otro aspecto, estemos ante un
eudemonismo subjetivo o ante un eudemonismo objetivo. No sin cierto
tono aristocrático, el uso aristotélico de esta palabra refleja el firme
sentimiento griego de que la virtud y la felicidad -en el sentido de
prosperidad- no pueden divorciarse por entero. Esta ambigüedad
permite conceptuarlo subjetiva u objetivamente, pudiendo ser, a la vez,
un vocablo descriptivo (estar contento, vivir agradablemente) o un
vocablo normativo (llevar una vida digna o noble). La tarea prioritaria
de la ética aristotélica será la de concretar, llenando de contenido
normativo, dicho concepto, esbozando un modo de vida apropiado
para la consecución de la felicidad.
FELICIDAD/QUE-ES: Será difícil llegar a un acuerdo sobre el modo
de lograrla, porque para cada uno es una cosa distinta. En un nivel
puramente conceptual puede existir acuerdo en que designa el bien
supremo, la aspiración máxima del hombre; pero en un nivel puramente
fáctico constatamos no sólo la dispersión en las realidades a las que
nos referimos, sino la variabilidad con la que cada uno lo entiende:
«... acerca de la naturaleza misma de la felicidad no hay acuerdo ni
unanimidad entre los sabios y la multitud» 3.
El propio Aristóteles señaló que un día feliz no hace que podamos
llamar «feliz» a un hombre. De ahí que la felicidad no pueda ser solo
un estado emocional, sólo un placer puntual, sólo una habilidad
técnica, o sólo un bienestar pasajero. No puede tener un carácter
puntual ligado a un único momento de nuestra vida, o a sólo una
faceta de la misma; es algo que afecta a su totalidad. La realización de
una buena acción puede proporcionarnos un instante de felicidad,
pero no la felicidad plena, porque, tomada en serio, atañe al conjunto
de nuestras acciones, a la suma de todos nuestroS actos y, en
definitiva, al conjunto de nuestro obrar. Por eso, aunque tengamos
instantes de felicidad, cuando nos preguntan si somos o no felices
siempre intentamos evaluar y ponderar la totalidad de la vida que
hasta entonces hemos llevado.
No se tratará únicamente de hacer con el conjunto de nuestra vida
una «obra» para conseguir, al final de su realización, la felicidad. Se
tratará de una bondad que también está en el obrar mismo, en el modo
como realizamos la práctica más adecuada a nuestra condición
humana. La felicidad por ello no es un «premio» que se obtiene al
obrar bien; no es exterior a los quehaceres, tareas y prácticas del
concursar humano, sino que se va logrando en aquel modo de vivir
que nos es más propio como seres humanos racionales. Pero como no
todos coincidimos en el modo de entender la dignidad y plenitud,
tampoco en la historia de la filosofía moral encontramos unanimidad en
los distintos sistemas morales.
b) «Felicitas» y «beatitudo» en la cultura clásica
En esta primera delimitación no podemos pasar por alto la transformación que el concepto tiene en la cultura latina. Aunque no exactamente, hay dos palabras que aproximadamente se corresponden con eudaimonía y
makairos, a saber, felicitas y beatitudo. La primera procede de felix,
adjetivo que nombra lo fructífero, lo fértil, lo
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