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Fedon Platon


Enviado por   •  5 de Septiembre de 2013  •  8.316 Palabras (34 Páginas)  •  560 Visitas

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RESUMEN: PLATÓN

1. La situación del «Fedón» en el conjunto de la obra platónica

Los tres diálogos reunidos en este tomo: Fedón, Banquete y Fedro se

sitúan, junto con el más extenso de la República, en la etapa que suele

llamarse de «madurez» o de «plenitud» de la larga obra platónica, es

decir, el período central en el que el filósofo desarrolla su pensamiento

con un espléndido dominio de la expresión literaria y de su teoría propia.

Platón ha llegado a construir un sistema filosófico propio, que se

funda en la llamada «teoría de las ideas», con una ética y una política

subordinadas a una concepción metafísica idealista del universo y del

destino humano. Atrás quedan las discusiones socráticas con los grandes

y pequeños sofistas, el viaje a Sicilia, con su amarga experiencia, y

ya está fundada la Academia. La figura del maestro Sócrates es ya portavoz

de pensamientos y tesis de Platón.

De estos tres diálogos, el Fedro es el más tardío; probablemente es

posterior a la redacción de la República. De los otros dos se discute

cuál quedó publicado antes. No es fácil conjeturarlo, pues tal vez se escribieron

con muy poca distancia de tiempo. Parece más conveniente

situar primero el Fedón, donde la exposición de la teoría de las ideas se

hace con un énfasis especial, con una formulación más completa y explícita.

Al gran tema de la inmortalidad del alma le sucede la discusión

del impulso erótico que mueve el universo hacia lo eterno y divino1. Y

el tema del amor retorna en el Fedro, en un tono diverso al de la charla

del simposio, pero con la misma exaltación y poesía.

1 Sobre la anterioridad del Fedón frente al Banquete, véase, p. ej., J. E. RAVEN, Plato's

Thought in the Making, Cambridge, 1965, páginas 105 y sigs. Y sobre el contraste entre

el ascetismo del Fedón y el tono jovial de la atmósfera festiva del Banquete, cf. G. M. A.

GRUSE, Platós Thought (1935), Londres, 1970, págs. 129-30. Sobre el mismo tema de la

anterioridad de uno u otro diálogo, véase W. K. C. GUTHRIE, A History of Greek Philosophy,

vol. IV, Cambridge_ 1975, pág. 325.

Junto con la madurez filosófica destaca la prodigiosa factura literaria

con la que Platón, que tiene ya entre los cuarenta o cuarenta y cinco

años, en lo que los griegos denominarían su akmé, compone estos textos

con una prosa sutil y una plasticidad dramática incomparable. Inolvidables

son esas escenas: la de las últimas horas de Sócrates en la prisión,

la de un banquete al que asisten algunos de los personajes intelectuales

más brillantes de Atenas, o la del coloquio en un lugar idílico entre

el irónico Sócrates y el joven Fedro. No en vano son estos tres diálogos

-junto con la República, tan unida a ellos por sus temas y su ambiente-

las obras más leídas de Platón. Ningún otro filósofo podría rivalizar

con él en cuanto a la perfecta arquitectura y la viveza prodigiosa

de los coloquios. El encanto de la charla dirigida por Sócrates seduce al

lector, arrastrándole en su argumentación apasionada y lúcida a la reflexión

y al debate intelectual sobre temas tan decisivos como los que

aquí se tratan. Pero también son éstos los diálogos en los que se inscriben

los espléndidos mitos platónicos, que acuden para favorecer el ímpetu

de los razonamientos y darles alas para elevarse más allá de lo demostrable

racionalmente. Platón, que, según una anécdota antigua,

había abandonado su afán de componer obras dramáticas para seguir a

Sócrates en su crítica impenitente, esboza aquí unos relatos poéticos de

estupendo dramatismo, entre lo cómico y lo trágico, según el momento

y la intención. Filosofía y poesía entremezclan sus prestigios en estos

diálogos fulgurantes.

Algunos de los temas tratados en ellos ya están enfocados en obras

anteriores. Así, por ejemplo, el de la retórica, central en el Fedro, estaba

ya discutido en el Gorgias y en el Menéxeno. Y el de la anámnēsis o

«rememoración», que es importante en el Fedón, lo habíamos visto ya,

desde otro contexto, en el Menón, algo anterior a la argumentación que

retoma la teoría para demostrar la inmortalidad del alma. Es cierto,

desde luego, que cada diálogo es una obra autónoma e independiente,

pero la filosofía platónica, con su peculiar estilo expositivo, gana mucho

en comprensión cuando se contempla desde la perspectiva del desarrollo

de la misma, atendiendo a la recuperación, superación y ahondamiento

en temas y motivos.

El subtítulo o título alternativo del diálogo: Sobre el alma, está claramente

justificado. El tema central es la discusión acerca de la inmortalidad

del alma, que Sócrates trata de demostrar mediante varios argumentos

bien ajustados entre si y en alguna manera complementarios.

Un famoso epigrama de Calimaco, el XXIII, nos recuerda el gran tema

y la seducción persuasiva del diálogo para un lector apasionado como

Cleómbroto de Ambracia: «Diciendo `Sol, adios', Cleómbroto de Ambracia

/ se precipitó desde lo alto de un muro al Hades. / Ningún mal

había visto merecedor de muerte, / mas había leído un tratado, uno solo,

de Platón: Sobre el alma.»

El diálogo está presentado en un marco muy dramático. Sócrates,

condenado a morir, entretiene sus últimas horas conversando con sus

amigos sobre la inmortalidad. Si su tesis es cierta y queda probada, la

terrible e inmediata circunstancia de su muerte, producida por el veneno

ofrecido por el verdugo mientras se pone el sol en Atenas, es un episodio

mucho menos doloroso. Será tan sólo la separación de un cuerpo

ya envejecido, que es un fardo para un auténtico filósofo que, en verdad,

se ha preparado durante toda la vida para esa muerte como para

una liberación. La pérdida del maestro será un enorme pesar para todos

sus amigos, los presentes en la prisión junto a él en esa última jornada,

y los ausentes, como el mismo Platón, que lo recordarán con inmensa

nostalgia a lo largo de incontables años. Pero él la recibe sin pena. En la ordenación de los diálogos platónicos por tetralogías que hizo

el platonista Trasilo, en tiempos del emperador Tiberio, el Fedón

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