Filosofia De Las Ciencias Humanas Y Sociales
Enviado por zairacupa • 9 de Noviembre de 2012 • 1.712 Palabras (7 Páginas) • 1.375 Visitas
Capítulo 1 POSTURA EMPÍRICO-ANALÍTICA
PRESENTACIÓN
La tradición galileana entró en el siglo XIX dispuesta a cumplir los sueños de la Ilustración. Hacía siglos que caminaba del brazo de la ahora prepotente burguesía y quería demostrar de una vez que la búsqueda de conocimiento culmina en el dominio de la naturaleza y en el progreso material.
Esta idea obnubiló a casi todos los grandes espíritus decimonónicos, pero se hizo culto religioso en el discípulo y secretario de Saint-Simon, inventor del término sociología, A. Comte. Vio la ley fundamental de la historia y del progreso en tres estadios que desembocan en el positivo. Hay mucho de especulación more hegeliano en Comte, pero al final no triunfa el Espíritu Absoluto, sino el cientificismo, y la organización racional, fisicomatemática del mundo.
Comte fue más un pregonero que un realizador, un publicista religioso del positivismo que un practicante. Pero la semilla se esparció y creció fuerte al socaire de los éxitos de las ciencias naturales y de sus sorprendentes frutos tecnológicos. Sería E. Durkheim, quien, al finalizar el siglo, va a asentar las bases de un análisis de los hechos sociales según el paradigma de las ciencias físico-químicas, es decir, como si fueran cosas.
Y aun cuando, tras el auge del círculo de Viena algunos traten de extender el certificado de defunción del positivismo, este sigue vivo. No tanto en las palabras, ni como cosmovisión o conjunto de doctrinas, cuanto en las actitudes y en esos tres principios básicos de la unidad de método, tipificación ideal físico-matemática de la ciencia, y relevancia de las leyes generales para la explicación (causal). K.R. Popper no acepta la denominación de positivista o neo-positivista, pero su concepción se remite a la tradición que aquí hemos denominado galileana. El racionalismo crítico de Popper constituye el sistema mejor desarrollado de una fundamentación de la ciencia que recoge las mejores aguas de la tradición moderna de la ciencia desde Galileo hasta nuestros días. Su racionalidad empírico-analítica se apoya en tres pivotes: la no fundamentación última de la ciencia, que le lleva a rechazar cualquier «teoría de la revelación» de la verdad y a desarrollar sus afirmaciones sobre un terreno cuya firmeza ha de examinar siempre de nuevo; la objetividad de la ciencia yace, por tanto, en el método científico que tiene que ser radicalmente crítico y apoyarse únicamente en la coherencia lógico-deductiva de los argumentos y la resistencia a los intentos de refutación ante los hechos; finalmente, las teorías o hipótesis, siempre conjeturalmente verdaderas, se acreditan como científicas por su temple para resistir los intentos de falsificación o falsación. Pero al magnífico edificio popperiano no le han faltado críticos dentro de su misma tradición. T.S. Kuhn ha mostrado cómo la ciencia, mejor, la historia de la ciencia, es realmente una tajada de la vida, que diría Toulmin. La radical y aséptica división de Popper entre «contexto de descubrimiento» y «contexto de justificación» salta por los aires a los ojos del historiador de la ciencia. Las consecuencias epistemológicas no se hacen esperan no hay un paradigma de la ciencia, ni tampoco esta se desarrolla y engrasa como un río que avanza, más o menos linealmente, pero siempre segura y progresando hacia el mar de la verdad en sí. Hay que tener en cuenta, junto a la fuerza de los argumentos, junto a la pureza del método, la inextirpable ganga que el estatus, el poder o la inercia de las costumbres inveteradas introduce en la comunidad de los científicos.
Por el camino abierto por Kuhn o por el principio de proliferación (el todo vale) de Feyerabend o los programas de investigación de Lakatos, se desemboca en una concepción menos «racional» de la ciencia. Pero la irracionalidad de la ciencia puesta de manifiesto por estos pensadores tiene la virtualidad de ofrecer perspectivas más abiertas a un encuentro entre la tradición que ellos representan y las demás tradiciones. Al final, lo que se cuestiona es qué es lo racional y, sobre todo, volvemos a preguntamos acerca de la «ciencia» o racionalidad que nos procure algo más de felicidad y de justicia e igualdad a los individuos y a las sociedades.
1. EL ESPÍRITU POSITIVO: A. COMTE
A. Comte (1798-1857) nació en Montpellier y estudió en la Escuela Politécnica de París, donde llegó a ser profesor. Su gran preocupación es el estudio de la sociedad (sociología) y el principio imperativo de la positividad (ciencia positiva). El «fundador» del positivismo establece una ley universal del conocimiento y de la sociedad, la ley de los tres estadios, según la cual todo conocimiento pasa por tres estadios; a saben el teológico (ficticio, mitológico); el metafísico (especulativo-abstracto), y el positivo (científico: ciencias positivas empíricas). El positivismo rechaza toda metafísica para afirmar lo positivo, el dato como guía para el hombre y la sociedad. El conocimiento válido es el conocimiento científico, que se ha de extender a todo campo de investigación. Este parece inscribirse en una filosofía de la historia más «dentista» que científica.
Obras: Curso de filosofía positiva, Madrid, Aguilar, 1973; Discurso sobre el espíritu positivo, Madrid, Alianza, 1980.
En este texto, A. Comte nos ofrece diferentes acepciones del término positivo que vienen a resumir los atributos del verdadero espíritu filosófico y de la nueva filosofía. Como todos los términos vulgares elevados así gradualmente a la dignidad filosófica, la palabra positivo
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