Hume Ensayos Políticos
Enviado por pabloxsalomon • 11 de Octubre de 2012 • 1.779 Palabras (8 Páginas) • 670 Visitas
DEL CONTRATO ORIGINAL
Como en nuestra época todo partido necesita un sistema de principios filosóficos o especulativos
anejo al político o práctico, hallamos que cada una de las facciones en que esta nación se halla dividida ha
levantado un edificio de esa especie, a fin de proteger y respaldar su plan de acción. Siendo el común de los
mortales constructores más bien bastos, especialmente en el terreno especulativo, y más aún cuando los
mueve el celo partidista, es natural imaginar que su obra ha de ser un tanto informe y presentar señales
evidentes del descuido y la prisa con que fue edificada. Uno de los partidos, al referir el gobierno a la
Divinidad, trata de hacerlo tan sagrado e inviolable que, por tiránico que llegue a mostrarse, resulte poco
menos que sacrílego atreverse a tocarlo en lo más mínimo. El otro, al fundar totalmente el gobierno en el
consentimiento del pueblo, supone la existencia de una especie de contrato original por el que los súbditos
se han reservado tácitamente la facultad de resistir a su soberano siempre que se vean agraviados por la
autoridad que para ciertos fines le han confiado de modo voluntario. Tales son los principios especulativos
de ambos partidos, y tales también las consecuencias prácticas que de ellos se deducen.
Me aventuraré a afirmar que ambos sistemas de principios son ciertos, aunque no en el sentido que
pretenden sus partidarios, y que las dos series de consecuencias prácticas son prudentes, aunque no en los
extremos a que cada partido, en su oposición al otro, ha sólido tratar de llevarlas.
Que la Divinidad es el origen último de todo gobierno nunca será negado por quien admira una
Providencia y crea que todos los acontecimientos del universo obedecen a un mismo plan encaminado a fines
superiores. Dado que a la raza humana le es imposible subsistir, al menos en condiciones que merezcan la
pena, sin el amparo de un gobierno, esta institución habrá sido sin duda dispuesta por aquel Ser benéfico que
desea el bien para todas sus criaturas; y como se ha dado en todas las épocas y países, podemos concluir aún
con mayor certeza que es obra de aquel Ser omnisciente a quien ningún acontecimiento o acción engaña.
Pero como no lo creó por intervención directa o milagrosa, sino por su secreta y universal eficacia, un
soberano no puede, propiamente hablando, ser considerado su representante en otro sentido que en el que
decimos de cualquier poder o fuerza que de El se deriva que obra por mandato suyo. Cuanto sucede se halla
comprendido en el plan general o intención de la Providencia, y el príncipe más grande y más respetuoso de
la ley no tiene a cuenta de ello más derecho a pretender una autoridad sagrada e inviolable que un magistrado
inferior, o un usurpador, o incluso un ladrón o un pirata. El mismo Superintendente Divino que, para fines
trascendentes, confirió autoridad a un Tiro o un Trajano, dio también poder, con propósitos sin duda no
menos sabios, aunque ignorados, a un Borgia o un Angria. Las mismas causas que hicieron nacer el poder
soberano en los estados establecieron en ellos las jurisdicciones menores y todas las diversas autoridades. En
consecuencia, un guardia actuará por mandato divino lo mismo que un rey, y poseerá un derecho no menos
inviolable.
Cuando consideramos cuán parecidos son todos los hombres en lo general, e incluso en sus potencias
y facultades mentales, hasta que la educación las cultiva, hemos de conceder que sólo su consentimiento
pudo en un principio asociarlos y sujetarlos a una autoridad. Si recorremos el gobierno hasta su primer
origen en bosques y desiertos, la fuente de todo poder y jurisdicción resulta ser el pueblo, que
voluntariamente, en aras de la paz y el orden, abandonó su libertad nativa y recibió leyes de quien era su
igual. Las condiciones bajo las cuales estuvieron los hombres dispuestos a someterse fueron o bien expresas
o bien tan claras y obvias que pudo estimarse superfluo expresarlas. Si es esto lo que se quiere significar por
contrato original, no puede negarse que el gobierno se funda en sus comienzos sobre un contrato, y que los
grupos humanos más antiguos y rudos se formaron en su mayoría con arreglo a este principio. En vano se
nos pregunta en qué libros o actas está registrada esta carta de nuestras libertades. No fue escrita sobre
pergamino, ni siquiera sobre hojas o cortezas de árbol. Fue anterior al uso de la escritura, y a todas las demás
artes civilizadas; pero claramente la descubrimos en la naturaleza del hombre, y en la igualdad, o algo que a
ella se aproxima, presente en todos los individuos de la especie. El poder que hoy impera, basado en flotas y
ejércitos, es claramente político, y se deriva de la autoridad, efecto del gobierno establecido. La fuerza
natural de un hombre reside sólo en el vigor de sus miembros y lo firme de su valor, y nunca bastaría para
sujetar a la multitud al mando de uno solo. Sólo el consentimiento, y la conciencia de los beneficios
resultantes de la paz y el orden, pudieron lograr esos efectos.
Pero incluso este consentimiento fue durante mucho tiempo imperfecto y no pudo servir de base a
una administración regular. El jefe, que probablemente había adquirido su influencia a través de un estado de
guerra permanente, gobernaba más por la persuasión que por el mando; y hasta que le fue dado usar la fuerza
para reducir a refractarios y desobedientes apenas pudo decirse que la sociedad hubiese alcanzado un estado
de gobierno civil. Es evidente que no hubo formulación expresa de un pacto o acuerdo para la sumisión
general, por ser idea que excedía en mucho a
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