INDIVIDUO Y HUMANIDAD
Enviado por caturra.pe • 18 de Abril de 2014 • 2.518 Palabras (11 Páginas) • 295 Visitas
INDIVIDUO y HUMANIDAD
Para las estadísticas que tanto gustan en nuestros días, los seres humanos somos individuos solo en cuanto susceptibles de ser ‘contados’ : como habitantes de un espacio social, como consumidores, como contribuyentes o votantes. Sin embargo, aquella individualidad por la cual ese ser humano-número llega a ser alguien, esto es, un ser indivisible y diferente de los otros, este es un tema que escapa a las estadísticas y a los estadistas; un tema que tiene algunas dificultades que suelen ser llamadas despectivamente ‘metafísicas’.
Memoria e identidad.
Las dificultades derivan del hecho que para ‘los metafísicos’ el individuo es contable esencialmente en el sentido de ser ‘un sujeto de narración , de ser una biografía irrepetible que se interna hacia el pasado mucho más atrás del nacimiento del sujeto. De esto se trata el tema que pronto quisiéramos proponer.
Al levantarse cada día, el individuo sabe que es el mismo que aquel que la noche anterior se soñó en otros lugares y en otros tiempos; y sabe que los recuerdos del sueño pertenecen al sueño y que ahora, al levantarse debe amarrar los asuntos pendientes del día anterior que hay que terminar de cumplir esta mañana.
Sentirse ser el mismo y diferente de los otros en el flujo del tiempo y de las cosas que pasan, es algo que nos ocurre en la rutina de la cotidianidad. Aun cuando alguna vez no nos llegue a pasar. Y esto que nos pasa, nos alarme sobremanera.
La indivisibilidad (indivisio) del individuo es esencialmente temporal y esto complica las cosas porque dice relación con una ‘función metafísica’ –la con-ciencia individual- que registra, une y cuenta (en el sentido de numerar) el transcurrir de las cosas , y que en este ir anotando lo cambiante y lo diverso que pasa incesantemente frente a ella, la conciencia de cada cual se ve a sí como siendo la misma de entonces, como unidad de ser, como aquella que, por ejemplo, ayer contemplaba una puesta de sol en Arica y ahora admira una muestra pictórica en Santiago; como con-ciencia de sí y de lo otro, como conjunción de lo diverso, de lo contradictorio e incluso, de lo antagónico.
Si lo pensamos más profundamente y poniendo algo de imaginación, en esta conciencia de la continuidad de ‘ser yo mismo’ parece colaborar –y bastante- cierta solidez y permanencia del mundo circundante. Cierta permanencia en el cambio. Colabora, por ejemplo, el hecho de que al despertar cada mañana, me encuentro en mi casa con los mismos objetos que dejé al dormirme, y en la misma disposición. Y que al salir de mi cuarto, me comunico con las mimas personas con las que habitualmente me encuentro cada mañana. Y otras minucias semejantes.
Imaginemos por un momento, como lo hiciera Descartes, que mientras duermo ‘un ser poderoso y maligno’ (o un torturador, en nuestro tiempos), haya descompaginado durante la noche todos los objetos de mi habitación y reemplace a la mañana siguiente a todas las personas de m entorno. Uno terminaría por sospechar –de ello estoy cierto- de que he perdido el camino hacia la realidad, que ya no sé cuál es el mundo rea ni cuál es mi verdadera conciencia: quién soy; ni qué puedo hacer para llegar a estar cierto con certeza absoluta, de que estoy despierto . Y cuál es el criterio que nos permita superar esta duda angustiosa?
Debemos aceptar, nos parece, que la conciencia cotidiana –no la filosófica- asegura la continuidad de nuestro propio ser, apoyándose como decíamos, en la regularidad cíclica del pasar y del volver de las cosas , en la consistencia de sus ritmos, en fin, en su ‘sustantividad’; debemos aceptar que es tal solidez externa la que nos permite a veces soñar locuras con los ojos abiertos y volver luego muy cuerdamente al mundo real de la oficina sin levantar la vista del escritorio. Porque no hay duda de que la conciencia tiene un ser discontinuo –la discontinuidad que hay, por ejemplo, entre el sueño y la vigilia- y que solo reencuentra su continuidad amarrándola a la continuidad sin huecos de lo que simplemente pasa en el mundo.
En resumen, soy un individuo compactamente uno y el mismo, en cuanto mi identidad no se quiebra ni se hace múltiple ni queda incomunicada con sus partes. Soy un individuo porque vivo en unidad indivisible las experiencias y contingencias psicofísicas que voy recibiendo; porque soy la unidad indivisa de mi pasado con mi presente. Esta certeza da plenamente razón a San Agustín cuando expresa en sus ‘Confesiones’ que la memoria es el alma del alma. En efecto ella es ‘la mano invisible’ que amarrando la dispersión de lo que pasa. Y creando así el hilo invisible del tiempo.
LA HISTORIA DE MI INDIVIDUALIDAD
Ahora, meditando más a fondo sobre mi existencia individual , autocéntrica, debo aceptar que soy una vida que se prolonga hacia el pasado mucho más atrás de la memoria que tengo de mí mismo. Que otros me conocieron antes de conocerme yo personalmente, que otros sellaron mi identidad formal antes de que yo supiera de ella, y que me impusieron un nombre antes de que yo pudiera responder por él.
Tal vez en ese tiempo empecé a tener una oscura experiencia de mí mismo, en virtud y por la virtud de los primeros encuentros comunicativos por los que mi madre me abrió el camino hacia el mundo común. Fue entonces, recién entonces, cuando empecé a responder al nombre que me impusieron los otros
Meditando ahora más a fondo, tengo que reconocer que cada ser humano no debe la ex sistencia solo a sus padres sino a una humanidad que los antecede y a través de la cual la nueva ex sistencia ha venido navegando desde un tiempo no datable, como una semilla astronauta en la profunda inmensidad del Ser( de lo que hay).
Tengo que aceptar, entonces, que en el plano de una fundamentación radical, la relación que tiene cada ser humano con la humanidad no es , de modo originario, una ‘relación horizontal’ – como si dijésemos: ‘humanidad es la totalidad de los seres humanos que hay en el planeta’- (una tarea para la estadística). El vínculo es esencialmente vertical, El ser humano real que soy me llega de otros seres humanos. En este sentido ‘no soy hijo de mis obras’ sino que, empezando por mis progenitores, provengo de la cadena indefinida de los seres humanos que me han producido. He sido algo de sus cuerpos, he tenido algo que ver con sus rasgos físicos, con sus impulsos, con sus tendencias, y mucho que ver –muchísimo- con sus proyectos y resoluciones.
Digámoslo así: el nacimiento de cualquier individuo (el mío, para no abusar de otros ejemplos) vino a ser la concreción, la emergencia en el mundo, de un ser que era hasta ese momento meramente posible, de un ser fantasmal que venía navegando
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