Identidad Y Literatura Latinoamericana
Enviado por egliyul • 5 de Noviembre de 2012 • 2.233 Palabras (9 Páginas) • 887 Visitas
Sobre la filosofía, la identidad y la literatura latinoamericanas
Marcia Collazo Ibáñez
El poeta cubano Roberto Fernández Retamar narra que en 1971, un periodista europeo le preguntó: “¿Existe una cultura latinoamericana?”, interrogante que le sonó a algo así como “¿Existen ustedes?”. La respuesta de Fernández Retamar estuvo dada a través de un libro: Calibán o Apuntes sobre la cultura de nuestra América [1]. Ciertamente, parece evidente que poner en duda nuestra cultura es dudar de nuestra propia existencia, porque ¿cómo dejar en suspenso a la una sin condenar a igual destino a la otra? Este artículo tratará, en congruencia con las líneas iniciales, de interrogantes: ¿puede hablarse de un pensamiento latinoamericano como posibilidad de un discurso propio sobre el mundo? ¿Puede hablarse, desde igual punto de partida epistemológico, de una identidad y una literatura latinoamericanas? Y ante todo: ¿es lícito plantearse semejantes preguntas, que acarrean inevitablemente una sospecha de negación o, en el mejor de los casos, de mutilación?
¿Aventuraremos una respuesta? No ciertamente desde aquí. La intención no es contestar –tentación siempre presente pero en todo caso inconducente a nuestros fines- sino en todo caso problematizar el hecho mismo de las preguntas, desde la perspectiva de la historia de las ideas en América. El abordaje metodológico estará dado en el sentido de considerar a la idea literaria, no como idea concepto –acerca de la cual no es posible predicar, negar, afirmar o sugerir nada, dado su estado de abstracción o pureza-, sino desde la más concreta, posible y humana idea juicio, formulada desde un determinado sujeto del pensar que la crea y la comunica, la carga de sentido y le da, por así decirlo, un lugar en el mundo [2].
Paradójicamente, en un continente que se lacera a sí mismo dudando continuamente sobre su valía y sus posibilidades de autenticidad –y esto ocurre particularmente en el ámbito filosófico-, nunca parece haberse puesto en duda la cuestión de su capacidad de creación literaria, sencillamente porque ésta se impone por sí misma, con la rotundidad de su ser en el mundo. La literatura latinoamericana está ahí, como una realidad plenamente palpable de la que no es posible dudar.
Podríamos también preguntarnos si hay un americanismo literario, en el sentido de un discurso que dé o haya dado cuenta de nuestros más hondos problemas y utopías. La cuestión se vincula de modo casi obligado a la identidad de nuestros pueblos y a las ideas enmascaradas o subyacentes en ese concepto, tales como la negación de las alteridades y la unidad en la diversidad, la dependencia externa –y eterna-, la estéril persecución del arquetipo occidental europeo en nuestras formas de pensar, ser y sentir, la desigualdad de clases y de etnias, la fragmentación, el abuso y la injusticia, la pobreza y la opresión.
Sin embargo –reiteramos- en medio de tal entrecruzamiento, la existencia y originalidad de la literatura latinoamericana no parece haberse negado jamás, al punto de que Arturo Ardao [3] ha expresado que “las características que rodean al universal reconocimiento en nuestros días de la literatura latinoamericana, tendrían que ser aleccionantes en el campo de la filosofía”, especialmente si se tiene en cuenta que desde esta disciplina se ha puesto en tela de juicio la posibilidad de desarrollar un genuino pensamiento propio. Así, Augusto Salazar Bondy ha expresado que no habrá verdadera filosofía en América mientras exista situación de dependencia. En contraposición a ello, Leopoldo Zea manifiesta que el pensamiento filosófico es inherente al ser humano dondequiera que éste se encuentre, y se despliega más allá de cualesquiera circunstancia por el solo hecho de poseer ese ser un logos (concepto que abarca la razón y el verbo). Tal debate sobre la posibilidad y la naturaleza de la filosofía y del pensamiento latinoamericano, ha insumido todo el trayecto histórico que va desde la independencia política del continente hasta nuestros días.
Frente a ello, la vasta producción literaria latinoamericana se despliega con fuerza arrolladora ya desde la época colonial, con su carga de recreaciones y significaciones culturales, prescindiendo olímpicamente de las disquisiciones de seres que en el terreno filosófico –y en muchos otros, agregamos- se preguntan ni más ni menos que por su derecho al verbo [4].
Siguiente interrogante: ¿Por qué la literatura puede sobrevolar con tan inusitada fuerza nuestras propias negaciones como americanos e instalarse por sí y ante sí en la creación universal?
Se ha dicho muchas veces, desde los más diversos ámbitos del pensar, que en todo caso la filosofía americana no es universal, sino regional o particular. Leopoldo Zea ha señalado al respecto que, según ese criterio, particulares son también todas las “otras” filosofías: la alemana, la francesa, la española y la griega. Lo verdaderamente universal es precisamente el pensamiento humano y sus interrogantes acerca de los grandes problemas que aquejan a la humanidad; problemas que se presentan históricamente, es decir, instalados en determinado tiempo y espacio. Lo que ese ser piensa sobre sus particulares circunstancias, esto es lo universal. Más allá, por tanto, de una afirmación apresurada que se presta a innumerables equívocos y prejuicios, lo que se pierde de vista -y se pierde a veces irremediablemente-, es el eslabón oculto, subterráneo, subyacente, que por medio del logos conecta nuestro ser más hondamente creador –literario, poético y filosófico- con el ser de cualquier sujeto histórico en cualquier tiempo y lugar. Ni existe un saber objetivo, puro y desinteresado, ni el mundo puede ser pensado como algo fijo o estático, sino en continuo cambio y devenir.
Pero el ser humano parte siempre de sí mismo y de su entorno a la hora de crear, y en ello reside justamente la universalidad de la creación. La búsqueda de respuestas lo lleva a significar su realidad, ordenándola para aprehenderla y para apoderarse de ella, con arreglo a propia voz interior. En ese proceso fatalmente elige, selecciona y relata ciertos hechos, ideas e impresiones, haciendo emerger determinadas significaciones y relegando otras al olvido.
Si podemos conmovernos hasta las lágrimas con el discurso de Antígona ante Creón, o compartir la oleada de venganza sangrienta que embargó a Clitemnestra contra su bárbaro –aunque griego- marido, no es porque las esencias humanas permanezcan eternas y estáticas en todo tiempo y lugar, sino porque sólo a través de nuestra propia y particular vivencia y experiencia humana concreta, en determinada realidad histórica, nos es posible significar y resignificar otras vivencias y experiencias, otras narraciones,
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