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Javier Roiz - Politica


Enviado por   •  25 de Junio de 2014  •  12.586 Palabras (51 Páginas)  •  257 Visitas

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EL FIN DEL ORDEN MAQUIAVÉLICO INTERNACIONAL

Por JA VIER ROIZ Saint Louis University

«El estudio y los libros no son suficientes para sostener a los Estados» (1).

SUMARIO

I. CADUCIDAD DEL MAQUIAVELISMO.—II. EL DEBATE MORAL.—III. LA DEMO- CRACIA COMO PANACEA.—IV. LA FRAGMENTACIÓN RACIONAL DEL MAPA PO- LÍTICO.— V . ELEMENTOS DISOLVENTES.—VI. REINVENTAR EL MUNDO.— VII. EUROPA COMO PREMIO.—VIII. SUICIDIO Y SUPERVIVENCIA MUTUOS.— IX. LA UNIÓN DE LA HUMANIDAD.

Machiavelli pasa, con razón, por ser el creador de una visión de la polí- tica en la que el Estado es el gran actor. Y es cierto que él supo identificar con anticipación la artificialidad de la política en lo que hoy conocemos como Estado. Aparte de la cohesión que las lenguas daban a los pueblos, o de la unidad que las religiones imprimían en los Imperios, haciendo surgir, como en el caso del cristianismo o el islam, ejércitos gloriosos, Machiavelli supo darse cuenta de que lo político era un principio arquitectónico mediante el cual se construían actores globales que operaban en una dimensión pro- pia. La política dejó así de ser algo esotérico o secundario respecto a otros

(1) NICCOLÓ MACHIAVELLI, en carta, desde Verona, del 7 de diciembre de 1509, citada por ALLAN GILBERT (ed. y trad.): Machiavelli. The Chief Works and Others, 3 vols., Durham, N. C, Duke University Press, 1965, vol. 2, pág. 739.

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Revista de Estudios Políticos (Nueva Época) Núm. 73. |ulio-Septiembre 1991

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movimientos o vivencias, para aparecer ante los ojos del occidental como una elaboración intelectual y afectiva del hombre, refinada y compleja, que posee unas leyes internas no accesibles al ciudadano a menos que éste acuda a una ciencia específica de lo político. Una ciencia al alcance únicamente de aque- llos que posean la sensibilidad y la inquietud necesarias.

A pesar de contribuir a generar esta idea tan respetuosa y realista de lo político, una visión que podemos llamar moderna, Machiavelli fue lo suficientemente medieval como para no incurrir en la trivialidad de con- siderar la política presa fácil de una mente racional ensorberbecida. Para Machiavelli, lo intrincado de la política no se debía a su complejidad, sino al hecho de emanar de una dimensión superior al sujeto que la hace inac- cesible al pensamiento pilotado. De ahí que Fortuna, un personaje dotado de autonomía, aparezca colocada como centro activo, como principio motor no movido por nadie de todo el pensamiento maquiavélico. Se puede decir que Machiavelli es un moderno que no sucumbe a la angustia de tener que cerrar su sistema de pensamiento.

El surgimiento de la nación y de su reflejo burocrático que es el Estado como actores últimos de la acción megapolítica, es una conquista europea. Un gran avance en la comprensión europea de lo político que condujo a interpretar las acciones y los hechos colectivos con otras claves. Y a organi-

. zar la convivencia territorial con nuevas estrategias y resultados. Por todo esto, cualquier otro análisis que quiera dejar de lado ese férreo dogma del estatalismo, o simplemente lo adultere, se convierte automáticamente en algo perturbador. Esta es la sensación que un europeo tiene ante opiniones como las del ministro japonés Seisuke Okuno cuando, en 1988, todavía afirma que «Japón luchó en la guerra por asegurar su seguridad... La raza blanca había convertido a Asia en una colonia. Bajo ningún concepto fue Japón» (2). Esta opinión, probablemente popular en Japón, provocó en su día una grave crisis política y quebraderos de cabeza a su autor debido a las reacciones adversas en Occidente.

La gran conquista de la visión maquiavélica ha sido el desvelar para siempre la artificialidad de la política, ya que esto conduce necesariamente a tener que admitir que lo político es ante todo estrategia. Con Machiavelli, lo político deja de ser acaecer que tenía que ser narrado a posteriori con asombro, magnificencia, solemnidad y un poco de consternación, para trans- formarse en entramado de estrategias enigmáticas pero no misteriosas, tras

(2) Declaraciones de SEISUKE OKUNO, ministro de Gobierno de Japón, efectuadas el 22 de abril de 1988, durante su visita al santuario Yasukuni, erigido en memoria de los muertos de la guerra, citado en The New York Times, miércoles 11 mayo 1988, pág. A14.

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las cuales se esconden fuerzas producidas por la inteligencia personal o, en todo caso, por violencias psíquicas colectivas. Machiavelli no introduce a Fortuna, un concepto de origen mítico, para inhibir el pensamiento racio- nal, sino para estimularlo a saltar a una dimensión superior de consciencia, y a la que sólo se puede tener acceso si se usa una nueva forma de pensar (3).

La proyección a América del individualismo europeo y de su invento de la estatalidad —vía soberanía— ha extendido una visión del mundo, del pla- neta, en la que los Estados aparecen como los actores del drama mundial. Ellos son los que tienen entidad bélica y jurídica, y los que se mueven por la superficie de la Tierra originando acciones y transformaciones que les con- vierten en responsables morales de la acción internacional. Son los titanes de la megapolítica.

Vistas así las cosas, podría pensarse que esos Estados son los mismos per- sonajes que Machiavelli buscaba para poder entender y explicar la acción glo- bal con el software limitado de nuestras cabezas. Parece que esos gigantes en acción son justamente la entraña de la gran política. Y, a juzgar por lo que presentan nuestros medios de comunicación y de lo que aprendemos en las escuelas occidentales, así parece ser. Da la sensación de que en lo estatal he- mos encontrado la terminología adecuada para medirnos con esa gran incóg- nita que es lo que pasa sobre la corteza de la Tierra.

Consecuentemente, el gran anhelo perpetuo del pensamiento político, la paz total, queda en manos de lo que consigan esos héroes y antihéroes míticos que son los Estados. De ellos depende, pues, que la Tierra esté en paz o que sea escenario de batallas.

La consecución de la paz como incentivo de la acción pública tiene su fundamento lógico en una atadura esencial del Estado a su tarea primordial de la supervivencia. La gran tarea del Estado moderno es la supervivencia. La paz es supervivencia y la causa internacional no es otra que la de la paz para sobrevivir. En esta dirección se trazarán los grandes programas en favor del desarrollo, el intervencionismo o la mediación.

La concepción de lo político como estrategia abre campos amplios a la intervención

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