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LA CIENCIA ACTUAL Y LA EXISTENCIA DE DIOS


Enviado por   •  24 de Marzo de 2014  •  2.553 Palabras (11 Páginas)  •  427 Visitas

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LA CIENCIA ACTUAL Y LA EXISTENCIA DE DIOS

Dr. Carlos Hugo Prosperi

Profesor de Biología y Epistemología

Carrera de Gestión Ambiental

Universidad Blas Pascal

Av. Donato Álvarez 380 - Argüello

CP. 5147, Córdoba, Argentina

Tel. (+54-351) 4212883

E.mail: cprosperi@yahoo.com.ar

"En relación con el hombre, la ciencia no puede considerarse neutral: es, en efecto, un don que viene de lo Alto."

Juan Pablo II

RESUMEN

Muchos pensadores e historiadores dan por sentado que la Iglesia Católica es refractaria a los descubrimientos científicos, regida por unos cuantos fanáticos irracionales que se niegan a aceptar el progreso porque temen que la ciencia invalide sus dogmas.

La visión post-renacentista y moderna del cosmos se sostenía en la Física de Newton, según la cual los planetas estaban regidos por la ley de la gravitación universal en una especie de equilibrio dinámico permanente, y dentro de esa cosmovisión se incluía la Biología de Linneo, que clasifica a los organismos dentro de especies fijas bien diferenciadas.

Este universo estable, regido por sus propias leyes, no da mucho lugar a la existencia de un Dios providente, y limita su acción creadora solamente al inicio de los tiempos, cuando no la niega de plano.

La Física relativista de Einstein y la Biología evolutiva de Darwin, muy por el contrario, plantean un cosmos absolutamente dinámico, imperfecto, donde las causalidades rígidas son reemplazadas por azar, pero que paradójicamente permite ver detrás de ese azar a la acción de un Dios que es no sólo Creación sino también Providencia.

INTRODUCCIÓN

Se han vertido ríos de tinta tratando de demostrar que la Iglesia Católica es refractaria a los descubrimientos científicos, regida por unos cuantos fanáticos irracionales, y se utiliza hasta el hartazgo el juicio a Galileo como ejemplo histórico y emblemático.

Su Santidad Juan Pablo II ya se expidió formalmente y de manera muy clara sobre este tema, en documentos oficiales de la Iglesia, e hizo una muy buena síntesis cuando dijo: "Algunos teólogos contemporáneos de Galileo no supieron interpretar el significado profundo, no literal, de las Escrituras, cuando éstas describen la estructura física del universo creado."

No hay mucho que agregar a lo anterior, aunque sí es conveniente recordar que Galileo era un sabio de profundas creencias católicas, y que además conservó su fe aún después de sufrir su injusta condena. (Beazley, 1985).

La santidad de la Iglesia como institución se fundamenta en haber sido creada por Jesucristo, así como la infalibilidad del Papa en cuestiones dogmáticas es aplicable en tanto es Su Vicario inspirado por el Espíritu Santo. Ello no invalida que los integrantes de la Iglesia, autoridades o laicos, en tanto son hombres, son también pecadores susceptibles de errores humanos que pueden equivocarse en cuestiones no dogmáticas. (Gilson, 1981; Wippel & Wolter, 1969).

Ciertamente no es una cuestión dogmática que la Tierra sea el centro del Universo, y en todo caso la afirmación se puede entender no en el sentido geométrico sino en cuanto a que es el centro simplemente porque sobre su faz se dio el más importante misterio que fue la Encarnación del Hijo de Dios para la redención de la humanidad, hecho que no ocurrió en ninguno de los otros planetas existentes. (Del Rio, 1963).

A pesar de lo antedicho, en muchas personas, incluso pensadores de buena formación cultural, se ha impuesto la idea de que la Iglesia está controlada por oscurantistas que se oponen a todo lo novedoso y a cualquier avance en el conocimiento científico por temor a que las creencias religiosas sean puestas en duda.

Así, cuando la ciencia descubre nuevas leyes, o procesos naturales explicativos de fenómenos observables, es común que se agregue de manera implícita o explícita que, al haber encontrado una explicación racional del problema, se demuestra que entonces no existe, o al menos no es necesario recurrir a un ser creador u ordenador del cosmos.

Eso fue lo que ocurrió cuando Carlos Darwin enunció el origen de las especies por medio de la selección natural, y no por la acción creadora directa de Dios, o cuando se explicó la formación del universo por medio de la explosión inicial de la materia denominada como "Big Bang", de la que no se infiere tampoco como una necesidad la acción de un creador "ex-nihilo". (Prosperi, 1988).

En realidad, esa tendencia a rechazar la intervención de un ser superior en el origen y la conservación del cosmos es mucho más antigua, pudiendo remitirnos hasta los presocráticos. Pero se hizo sin dudas muy evidente después del Renacimiento, cuando los conocimientos en Física y Astronomía experimentaron un desarrollo por demás importante, al punto de dar nacimiento a la corriente mecanicista, precursora del materialismo y el cientificismo, que precisamente buscan explicar solamente mediante las leyes de la mecánica todos los fenómenos naturales, prescindiendo de cualquier espiritualidad. (Brehier, 1944).

Baruch Spinoza nunca renegó de su fe judía, por la cual aceptaba la existencia de un creador, y afirmaba que tal creador podría efectivamente haber hecho el mundo desde la nada, incluyendo la materia junto con las leyes naturales que la gobiernan, pero que luego tal creador se podría haber desentendido del gobierno del mundo, en una especie de interminable Sabático, dejando que el universo siguiera en soledad su curso gobernado por sus propias leyes. Vale aclarar que estas ideas le costaron a Spinoza la expulsión de la comunidad judía de su época. (Marías, 1971; Ferrater Mora, 1977).

Renato Descartes, siguiendo en la misma línea, proclama la existencia de la "Res Cogitans" y de la "Res Extensa", correspondiendo aproximadamente a la realidad de Dios por un lado y la del cosmos por otro, como entidades separadas, sin ninguna relación, de modo que se conserva la idea de una creación originaria pero se omite la idea no menos importante de la providencia y la conservación del mundo. (Losee, 1979).

Godofredo Leibniz ilustra una concepción parecida con la metáfora de Dios como un relojero. Este Dios construye varios relojes en el principio de los tiempos, hace todas sus piezas de gran calidad y perfección, les da cuerda y los deja que sigan funcionando por sí solos. Los relojes, por su precisión intrínseca, van a seguir marcando la hora por muchos siglos y van a mantener una excelente sincronía y coordinación, pero sin necesidad de relacionarse

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