La Politica Como Profesion. MAX WEBER
Enviado por CamilaAlfonso • 27 de Marzo de 2013 • 26.635 Palabras (107 Páginas) • 799 Visitas
Nota preliminar del traductor
En lo esencial, La Política como Profesión – con frecuencia traducida como La Política como Vocación por esa ambivalencia de la palabra alemana "Beruf", a veces difícil de volcar a otro idioma - es una conferencia que Max Weber pronunció, apenas unos 80 días después de finalizada la Primera Guerra Mundial, durante el caótico invierno de 1919, por invitación de la Asociación Libre de Estudiantes de Munich. Más tarde, Weber amplió su exposición antes de darla a la imprenta y la publicó por vez primera en su forma actual durante el verano del mismo año.
La conferencia como tal, formaba parte de un ciclo a cargo de diversos oradores con el fin de orientar a una juventud que recién había dejado las armas y se veía ante un país completamente trastornado, tanto por el impacto de la guerra en sí como por la muy inestable, volátil y hasta peligrosa situación surgida con la postguerra.
Max Weber
De hecho, Alemania estaba poco menos que postrada y en un muy serio conflicto interno consigo misma. La monarquía, encabezada por el Káiser Federico Guillermo II había caído como resultado de una revolución que comenzó con el motín de los marinos que se negaron a sacar la flota de guerra alemana al Mar del Norte para combatir a los ingleses. En pocos días la revuelta se extendió por todo el país, forzando la abdicación del Káiser a principios de Noviembre de 1918. Los hechos emularon de algún modo lo sucedido casi exactamente un año antes, en Noviembre de 1917, cuando estalló la revolución bolchevique en Rusia bajo el liderazgo de Lenin y Trotsky, forzando la abdicación del Zar que, a diferencia del Káiser, fue asesinado junto con toda su familia poco tiempo después.
Una vez abdicado el Káiser y derrocada la monarquía, el 9 de Noviembre de 1918 se dio la curiosa situación que se declararan dos repúblicas simultáneamente: Philipp Scheidemann proclamó una de ellas y apenas dos horas más tarde, Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg de la Liga Espartaquista proclamaron la otra. A pesar de las revueltas y el desorden general imperante, los líderes del Partido Socialdemócrata alemán consiguieron estabilizar de algún modo la situación hacia enero de 1919, en no escasa medida con la represión del llamado “alzamiento espartaquista”, así denominado por haber sido impulsado – entre otros – por la ya mencionada Liga Espartaquista, la antecesora directa de lo que luego sería el Partido Comunista Alemán. El proceso desembocó finalmente en una altamente inestable república – la denominada República de Weimar – que, a su vez, sería eliminada después de los avances electorales de los nacionalsocialistas y la llegada al poder de Hitler en Enero de 1933.
Pero volviendo a 1919, el auditorio ante el cual Weber pronunció su conferencia estaba compuesto por jóvenes que, en su gran mayoría, habían sido protagonistas directos o indirectos de los hechos de aquellos años. Jóvenes que, de un modo u otro, aspiraban a producir los cambios políticos que la realidad estaba pidiendo poco menos que a los gritos. Había entre ellos anarquistas, nacionalistas, comunistas, conservadores, socialistas, pacifistas, creyentes, ateos, protestantes, católicos y todo el variopinto espectro de “ismos” y tendencias que siempre se forma en tiempos de profunda crisis. La intolerancia política, el fanatismo extremo, la violencia desatada en las calles con una nada escasa cantidad de muertos en todos los bandos, y la más que heterogénea composición ideológica de su auditorio pueden dan una idea cabal del coraje civil realmente extraordinario que tenía que tener un hombre como Weber para plantarse ante su público y dirigirse a él en los términos y de la manera en que lo hizo.
Lo que dijo fue lo siguiente:
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Introducción
La conferencia que hoy, accediendo a los deseos de ustedes, he de pronunciar, necesariamente habrá de defraudarlos en muchos sentidos. De una exposición sobre la política como profesión esperarán ustedes, incluso involuntariamente, una toma de posición frente a los problemas actuales. Esto, sin embargo, es cosa que haré sólo al final, de un modo puramente formal y en conexión con determinadas cuestiones relativas a la importancia de la actividad política dentro del marco general de la conducta humana. Por el contrario, en la exposición de hoy deberán quedar completamente excluidas todas las cuestiones relacionadas con cual [1] política habría que aplicar, es decir: cuales son los contenidos que uno debe integrar en su actividad política. Estas cuestiones nada tienen que ver con el problema general de qué es y qué puede significar la política como profesión. Pasemos, pues, a nuestro tema.
Política, Estado y violencia
¿Qué entendemos por política? El concepto es extraordinariamente amplio y abarca cualquier género de actividad directiva autónoma. Se habla de la política de divisas de los bancos, de la política de descuento del Reichsbank, de la política de un sindicato en una huelga, y se puede hablar de la política escolar de una ciudad o de una aldea, de la política que la presidencia de una asociación ejecuta en la dirección de la misma; incluso de la política de una esposa inteligente que trata de dirigir a su marido. Naturalmente, no es este amplio concepto el que servirá de base a nuestras consideraciones en la tarde de hoy. Por política entenderemos solamente la dirección – o la influencia sobre la dirección – de una comunidad política, es decir, en nuestro tiempo, de un Estado.
Pero, desde el punto de vista de la consideración sociológica, ¿qué es una comunidad “política”? ¿Qué es un “Estado”? Tampoco éste se deja definir sociológicamente a partir del contenido de lo que hace. Casi no hay tarea que aquí o allá no haya sido acometida por una comunidad política y, por otra parte, tampoco existe alguna tarea de la que puede decirse que haya sido siempre, de modo completo y exclusivo competencia propia de esas comunidades políticas que hoy llamamos Estados o de aquellas que, históricamente, fueron las antecesoras del Estado moderno. En última instancia, el Estado moderno sólo es definible sociológicamente a partir de un medio específico que él, como toda comunidad política, posee: la violencia física. “Todo Estado se basa sobre la violencia”, dijo Trotsky en Brest-Litowsk [2]. Objetivamente, esto es correcto. Si solamente existiesen estructuras sociales que ignorasen la violencia como medio, el concepto de “Estado” habría desaparecido; y en ese caso se habría instaurado lo que, en este sentido específico de la palabra, llamaríamos “anarquía”. Naturalmente, la violencia no es, ni el medio normal ni el único medio empleado por el Estado,
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