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La Razón Ardiente- Graciela Maturo


Enviado por   •  9 de Septiembre de 2013  •  4.736 Palabras (19 Páginas)  •  519 Visitas

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Instituto de Educación Superior Nº28 Olga Cossettini

TRADUCTORADO DE INGLÉS

Cátedra: Interpretación de textos T.V.

TP Nº3: “La razón ardiente”- Graciela Maturo

Docente: Teresa Sánchez de Tomasini

Año: 2013

Alumna: María Florencia Zapata

A continuación se presenta un resúmen personal acerca de los capítulos “La voz y las huellas” y “La contribución filosófica de Paul Ricceur a los estudios literarios”, incluidos en el libro “La razón ardiente” de Graciela Maturo.

La diversificación extrema ofrecida en nuestros días por los discursos de la cultura y el lenguaje no obedece a la complejidad creciente de ciencias, y da lugar a una vieja confrontación entre dos formas básicas de pensamiento. Una de ellas, con más derecho a ser llamada universal, revalida un sentido fundante como base de la cultura; la otra, avanza provista de instrumentos críticos. En la cultura contemporánea, se hace advertible un doble rumbo que le otorga su peculiar vitalidad y genera un desasosiego: un rumbo de signo crítico y analítico, asentado en la razón e incluso renuncia a las actitudes interpretativas; y un rumbo constituyente de sentido, que busca la restauración del hombre y de la cultura. Es importante considerar la importancia de este rumbo para la sustentación del equilibrio cultural y de la vida misma del hombre.

Mucho se ha hablado del autoritarismo inherente a la cultura tradicional, afirmada en la vigencia del mito y recelosa del cuestionamiento racional. Es justo señalar que la modernidad ha llegado a desarrollar un nuevo y temible autoritarismo: el de la ciencia. En nombre de una pretendida universalidad científica, se han fijado ciertas nociones reductivas sobre el hombre, la cultura, el lenguaje y las artes. El occidente que privilegió en los últimos tiempos una ratio científica, ha desarrollado también una tradición humanística que hoy se expresa en la voz de pensadores europeos y americanos. Desde la Argentina, se han ocupado de relevar esa corriente. Se han buscado los elementos antiguos o modernos que permitan revitalizar las humanidades a partir de conceptos renovados del hombre, la cultura, y el lenguaje. Tal actitud tiene su precio si se piensa que las ideas son instrumentos al servicio de los centros de poder y no expresión del libre intercambio humano. Los ámbitos universitarios no escapan a esta tendencia.

Se ha propuesto entonces el acto fundante y digno del asumirse como sujeto óntico-existencial ligado a un paisaje y a una historia propias, revalidando el pacto simbólico de la precomprensión que nos hace partícipes de una cultura.

Desde la propia creación de una hermenéutica fenomenológica, diversa de las hermenéuticas de la sospecha o de la hermenéutica descontruccionista, Carpentier, Lezama, Cortázar, Sábato, Marechal, Arguedas, señalan la muerte de la letra cuando deja de servir al espíritu, apuntan más allá de las convenciones literarias, quebrantan la inmanencia de la ficción, para recobrar el valor expresivo de la imagen y la intencionalidad de la narración ficcional.

Inscripta en esta corriente de pensamiento halla su justificación la crítica latinoamericana que venimos postulando y defendiendo hace más de quince años, afirmando la frase: “Una literatura engendra su propia crítica.”

No postulamos esta afirmación como un debe ser de la crítica, sino como una opción consciente que suscribimos personalmente. Una progenie nacida del pensamiento de Jacques Derrida invierte el rumbo de la interpretación al renunciar al sentido, creando una parodia literaria, nuestra propuesta se halla lejos de este rumbo deconstructivo, que conlleva una negación del sujeto y de la historia.

Vemos en el acto poético un acceso que enriquece la revaloración del contexto histórico y permite al sujeto su real y profunda inserción. Negar al hombre y al lenguaje es destruir la cultura.

Se hace necesario reinscribir el estudio de la literatura en la estética, devolviendo al lenguaje literario su pleno carácter de expresión. Esto nos permitirá recobrar su valor como forma cultural básica. Nos parece oportuno considerar el pensamiento de Herbert Read sobre el arte como vía educativa profunda, y la idea de que la percepción no es fortuita sino necesaria a un proceso gradual de desenvolvimiento humano. El arte recupera continuamente la zona fundante, retomando la fuerza de la percepción, la penetración sugerente del símbolo. Read redescubre el proceso de la conciencia individual y asimismo el devenir de la conciencia cultural de la humanidad, mostrando permanencia de la actitud que denominamos artística, y su fuerza conformadora del saber. El acto creador permanece siempre igual a sí mismo en tanto enfrentamiento de la conciencia a relidades últimas y a su propia experiencia de conocimiento. El instinto vital ha sido el motor del arte y la magia. Reconoce su proximidad en los orígenes de la historia, donde reina el poder de la imagen. La imagen ha continuado siendo a lo largo de la evolución del pensamiento un territorio predilecto del artista, del poeta. El acto estético se convierte en acto humano por excelencia, en fundamento del saber y del hacer humano. Coincidimos con Read cuando afirma que el arte es un mecanismo regulador del equilibrio de una civilización. Sin él, esa civilización carecería de una zona viviente y activa en la que pudiera verificarse la reversión de la crisis.

El arte se propone como la zona del despertar humano, a través de la manifestación sensible, a una interpretación profunda de la realidad y un desarrollo espiritual. Las formas elementales dadas instintivamente por los hombres a sus obras de arte son análogas a las formas elementales existentes en la naturaleza.

Esta filosofía tiene una base naturalista, cósmica y mística. Las formas simétricas y asimétricas de la naturaleza engendran una emoción similar a la que genera el arte, las cuales se presentan como símbolos naturales, como marcas de sentido, como una verdadera escritura.

Las formas del arte son copia intuitiva de las estructuras internas de las formas naturales.

El color es un aspecto superficial de la forma que se revela ante la presencia de la luz. Tiene gran relación con la afectividad. Al apreciar el color lo relacionamos con nuestras emociones, se produce una identificación. Esto ocurre en relación con nuestra estructura orgánica y espiritual. Los aspectos de la obra estética, forma, color, equilibrio, simetría, no son pues nunca objetivos, sino que

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