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La importancia del estudio de la cultura americana


Enviado por   •  17 de Abril de 2013  •  Tutorial  •  2.275 Palabras (10 Páginas)  •  634 Visitas

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Hacia 1930, cuando el fascismo empezaba a ser "la esperanza del mundo", algunos jóvenes iatalianos descubrieron en sus libros a Norteamérica, una Norteamérica pensativa y bárbara, feliz y pendenciera, disoluta, fecunda, grávida de todo el pasado del mundo y al propio tiempo joven e inocente. Durante algunos años aquellos jóvenes leyeron , tradujeron y escribieron con un gozo del descubrimiento y la rebeldía que indignó a la cultura oficial, pero el éxito fue tal que obligó al régimen a tolerar para no quedar en ridículo. ¡Vaya una broma ! Éramos el país de la romanidad renacida donde hasta los agrimensores estudiaban en latín, el país de los guerreros y de los santos, el país del Genio por garacia de Dios ¿y aquellos pelafustantes y novatos, aquellos mercaderes coloniales , aquellos palurdos millonarios se atrevían a darnos una lección de gusto haciéndonos leer, discutir, y admirar? El régimen toleró rechinando los dientes y estuvo alerta, siempre dispuesto a aprovecharse de un paso en falso, de una página demasiado cruda o una blasfemia demasiado clara paracogernos in fraganti y atizar el estacazo. Asestó algunos golpes, pero fue en vano. El sabor de escándalo y fácil herejía de los nuevo s libros y sus argumentos, el ansia de rebeldía y sinceridad que hasta los más lelos sentían palpitar en aquellas traducciones, resultaron irresistibles para un público aún no entontecido del todo por el conformismo y la academia. Se puede afirmar que, al menos en el campo de la moda y del gusto, el nuevo capricho contribuyó no poco a perpetuar y alimentar la posición política, bien que genérica y fútil, del público italiano „que leía“. Pra mucha gente el encuentro con Caldwell, Steinbeck, Saroyan, e incluso el viejo Lewis, significó el primer resquicio de libertad, la primeras sospechas de que no toda la cultura del mundo terminaba en los fasci.

Es obvio que para quien supo aprovecharla la verdadera lección fue más profunda. Los que no se limitaron a hojear la docena de libros sorprendentes publicados por aquellos años en los Estados Unidos, los que sacudireon el árbol para que cayeran también los frutos escondidos y escarbaron alrededor para desubrir las raíces, muy pronto se convencieron de que la riqueza expresiva de aquel pueblo nacía no tanto de la llamativa, y en el fondo cómoda, búsqueda de asuntos sociales escandalosos como de la severa ambición, que ya tenía un siglo, de ceñir con la palabra la entera vida cotidiana.. De ahí su esfuerzo continuo para adecurar el lenguaje a la nueva realidad del mundo, para crear en suma un nuevo lenguaje, material y simbólico, que se justificara por sí mismo y no por tradicionales complacencias. Y de este estilo, frecuentemente trivializado, que no obstante seguía sorprendiendo en los libros recién aparecidos por su insólita evidencia, no fue difícil descubrir iniciadores y pioneros en el poeta Walt Whitman y el narrador Mark Twain, en pleno siglo XIX.

En ese momento la cultura norteamericana se convirtió para nosotros en algo muy serio y precioso, en una especie de gran laboratorio donde con distinta libertad y distintos medios los mejores de entre nosotros perseguían el mismo objetivo -quizá con menor inmediatez, pero con la misma obstinación- : la creación de un gusto, un estilo y un mundo modernos. En fin, aquella cultura nos pareció un lugar ideal de trabajo y de búsqueda, de laboriosa y porfiada búsqueda, algo más que la Babel de clamorosa eficiencia y cruel optimismo inspirado por el neón que aturdía y deslumbraba a los ingenuos, Babel que aderezada con alguna hipocresía romana tampoco hubiera disgustado a nuestros provincianos jerarcas. En aquellos años de estudio nos percatamos de que Norteamérica no era otro país ni un nuevo comienzo de la historia; era simplemente, el gigantesco teatro donde con mayor franqueza se recitaba el drama de todos. Y si por un momento nos pareció que valía la pena renegar de nosotros mismos y de nuestro pasado para entregarnos en cuerpo y alma a ese mundo libre, ello se debió a la absurda y tragicómica situación de muerte civil en que nos había arrojado la historia.

Gracias a la cultura norteamericana, en aquellos años vimos como en pantalla gigante el desarrollo de nuestro propio drama. Nos mostró una lucha encarnizada, consciente e incesante por dar sentido, nombre y orden a las nuevas realidades y a los nuevos instintos de la vida individual y asociada, por adecuar a un mundo vertiginosamente transformado los antiguos sentimientos y palabras. Como era natural en tiempos de estancamiento político, nos limitamos entonces a estudiar cómo habían expresado ese drama los intelectuales de ultramar, cómo llegaron a hablar ese lenguaje, a narrar y a cantar esa fábula. No podíamos adherirnos abiertamente al drama, al problema, y así estudiamos la cultura norteamericana casi como se estudian los siglos del pasado, los dramas isabelinos o la poesía del stil nuovo.

Ahora bien los tiempos han cambiado y tod se puede decir; en realidad, de alguno modo ya se ha dicho. Ocurre que pasan los años y de los Estados Unidos llegan más libros que antes, pero hoy los abrimos y cerramos sin ninguna emoción. En otra época, incluso un modesto libro o filme norteamericano nos conmovía y planteaba problemas llenos de vivacidad, nos arrancaba un asentimineto. ¿Estamos envejeciendo o ha bastado esta poca libertad para distanciarnos? Las conquistas expresivas y narrativas que los norteamericanos llevaron a cabo en tres decenios sin duda perdurarán -Lee, Mastera, Anderson, Hemingway, Faulkner ya están en el cielo de los clásicos- , pero ni siquiera el ayuno de los años de guerra puede empujarnos a amar sinceramente las novedades que ahora nos envían. Sucede a veces que leemos un libro vivo que agita nuestra fantasía y toca nuestra conciencia; miramos luego la fecha: anteguerra. En fin, a decir verdad, creemos que la cultura norteamericana ha perdido su magisterio, aquel sagaz e ingenuo furor que la puso en vanguardia de nuestro mundo intelectual. Y salta a la vista que eso ha coincidido con el final, o la interrupción de su lucha antifascista.

Ahora que han desaparecido las imposiciones brutales podemos comprobar que muchos países de Europa y del mundo son hoy laboratorios donde se crean formas y estulos, y no hay nada que impida a un hombre de buena voluntad, aunque viva en un viejo convento, decir una palabra nueva. Pero sin un fascismo al que oponerse, es decir, sin un pensamiento históricamente progresivo que encarnar, ni siquiera Norteamérica , por muchos rascacielos, automóviles y soldados que produzca, podrá estar en vanguardia de cultura alguna. Sin un pensamiento y una lucha progresiva incluso correrá el riesgo de darse también ella al fascismo, y acaso en nombre de sus mejores

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