Malditas Matematicas
Enviado por edward.728 • 27 de Mayo de 2013 • 1.837 Palabras (8 Páginas) • 425 Visitas
Alicia estaba sentada en un banco del parque que había al lado de su casa, con un libro y
un cuaderno en el regazo y un bolígrafo en la
mano. Lucía un sol espléndido y los pájaros
alegraban la mañana con sus trinos, pero la
niña estaba de mal humor. Tenía que hacer los
deberes.
—¡Malditas matemáticas! ¿Por qué tengo
que perder el tiempo con estas ridiculas cuentas
en vez de jugar o leer un buen libro de aventuras?
—se quejó en voz alta—. ¡Las matemáticas no
sirven para nada!
Como si su exclamación hubiera sido un
conjuro mágico, de detrás de unos matorrales
que había junto al banco en el que estaba sentada
salió un curioso personaje: era un individuo
larguirucho, de rostro melancólico y vestido a la
antigua; parecía recién salido de una ilustración
de un viejo libro de Dickens que había en casa de
la abuela, pensó Alicia. 8
—¿He oído bien, jovencita? ¿Acabas de decir
que las matemáticas no sirven para nada? —preguntó entonces el hombre con expresión preocupada.
—Pues sí, eso he dicho. ¿Y tú quién eres?
No serás uno de esos individuos que molestan a
las niñas en los parques...
—Depende de lo que se entienda por molestar. Si las matemáticas te disgustan tanto como parecen indicar tus absurdas quejas, tal vez
te moleste la presencia de un matemático,
—¿Eres un matemático? Más bien pareces
uno de esos poetas que van por ahí deshojando
margaritas.
—Es que también soy poeta.
—A ver, recítame un poema.
—Luego, tal vez. Cuando uno se encuentra
con una niña testaruda que dice que las matemáticas no sirven para nada, lo primero que tiene
que hacer es sacarla de su error.
—¡Yo no soy una niña testaruda! —protestó
Alicia—. ¡Y no voy a dejar que me hables de
mates!
—Es una actitud absurda, teniendo en cuenta lo mucho que te interesan los números.
—¿A mí? ¡Qué risa! No me interesan ni un
poquito así—replicó ella juntando las yemas del
índice y el pulgar hasta casi tocarse—. No sé
nada de mates, ni ganas. 9
—Te equivocas. Sabes más de lo que crees.
Por ejemplo, ¿cuántos años tienes?
—Once.
—¿Y cuántos tenías el año pasado?
—Vaya pregunta más tonta: diez, evidentemente.
—¿Lo ves? Sabes contar, y ése es el origen y
la base de todas las matemáticas. Acabas de decir
que no sirven para nada; pero ¿te has parado alguna vez a pensar cómo sería el mundo si no tuviéramos los números, si no pudiéramos contar?
—Sería más divertido, seguramente.
—Por ejemplo, tú no sabrías que tienes once
años. Nadie lo sabría y, por lo tanto, en vez de
estar tan tranquila ganduleando en el parque, a lo
mejor te mandarían a trabajar como a una persona mayor.
—¡Yo no estoy ganduleando, estoy estudiando matemáticas!
—Ah, estupendo. Es bueno que las niñas de
once años estudien matemáticas. Por cierto, ¿sabes cómo se escribe el número once?
—Pues claro; así —contestó Alicia, y escribió 11 en su cuaderno.
—Muy bien. ¿Y por qué esos dos unos juntos representan el número once?
—Pues porque sí. Siempre ha sido así.
—Nada de eso. Para los antiguos romanos,
por ejemplo, dos unos juntos no representaban el 10
número once, sino el dos —replicó el hombre, y,
tomando el bolígrafo de Alicia, escribió un gran
II en el cuaderno.
—Es verdad —tuvo que admitir ella—. En
casa de mi abuela hay un reloj del tiempo de los
romanos y tiene un dos como ése.
—Y, bien mirado, parece lo más lógico, ¿no
crees?
—¿Por qué?
—Si pones una manzana al lado de otra
manzana, tienes dos manzanas, ¿no es cierto?
—Claro.
—Y si pones un uno al lado de otro uno,
tienes dos unos, y dos veces uno es dos.
—Pues es verdad, nunca me había fijado en
eso. ¿Por qué 11 significa once y no dos?
—¿Me estás haciendo una pregunta de matemáticas?
—Bueno, supongo que sí.
—Pues hace un momento has dicho que no
querías que te hablara de matemáticas. Eres bastante caprichosa. Cambias constantemente de
opinión.
—¡Sólo he cambiado de opinión una vez!
—protestó Alicia—. Además, no quiero que me
hables de matemáticas, sólo que me expliques lo
del once.
—No puedo explicarte sólo lo del once,
porque en matemáticas todas las cosas están 11
relacionadas entre sí, se desprenden unas de
otras de forma lógica. Para explicarte por qué el
número once se escribe como se escribe, tendría
que contarte la historia de los números desde el
principio.
—¿Es muy larga?
—Me temo que sí.
—No me gustan las historias muy largas;
cuando llegas al final, ya te has olvidado del
principio.
—Bueno, en vez de la historia de los números
propiamente dicha, puedo contarte un cuento, que
viene a ser lo mismo... El cuento de la cuenta
—Había una vez, hace mucho tiempo, un
pastor que solamente tenía una oveja —empezó
el hombre—. Como sólo tenía una, no necesitaba contarla: si la veía, es que la oveja estaba allí;
si no la veía, es que no estaba, y entonces iba a
buscarla... Al cabo de un tiempo, el pastor consiguió otra oveja. La cosa ya era más complicada, pues unas veces las veía a ambas, otras veces
sólo veía una, y otras ninguna...
—Ya sé cómo sigue la historia —lo interrumpió Alicia—. Luego el pastor tuvo tres ovejas, luego cuatro..., y si seguimos contando más
ovejas me quedaré dormida.
...