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Meditaciones Del Quijote


Enviado por   •  28 de Septiembre de 2011  •  1.712 Palabras (7 Páginas)  •  1.092 Visitas

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Aparecían en el año 1914, de la mano del filósofo español José Ortega y Gasset (1883-1955), estas breves pero intensas Meditaciones del Quijote, libro destinado como pocos a marcar un antes y un después en la historia del pensamiento español. El ensayo formaba parte en realidad de un proyecto mayor que Ortega no llegaría a concluir, una serie de diez meditaciones o “salvaciones” sobre temas diversos, desde Pío Baroja a Goethe y desde la danza a los toros, cuyo fin último sería reflexionar sobre las circunstancias españolas. Algunos de esos temas serían abordados por Ortega, más o menos directamente, en textos posteriores, pero nunca llegarían a constituir la unidad que el autor pretendía originalmente. En cualquier caso, estas pocas meditaciones que nos ocupan, suficientemente meritorias por sí solas, constituyen el primer libro de Ortega y Gasset, quien con aproximadamente treinta años se había consolidado ya como uno de los intelectuales más prometedores del país, autor de celebrados artículos y catedrático de metafísica en la Universidad Central, donde desde 1910 sustituía al difunto Nicolás Salmerón.

Curiosamente, y a pesar del prestigio que Ortega había alcanzado ya por aquel entonces en su labor filosófica, lo cierto es que las Meditaciones del Quijote pasaron prácticamente desapercibidas entre el público lector durante mucho tiempo. La razón de ello es sencilla: en un escenario donde el tratado filosófico brillaba por su ausencia, Ortega había decidido utilizar para este su primer libro un estilo más literario que teórico, para abordar así sus grandes planteamientos de un modo tangencial. Sin embargo, ante un texto aparentemente más poético que filosófico, el público español no ofreció mucha atención, y lo leyó poco y mal. Cuando años más tarde Ortega se consolidó firmemente como uno de los grandes filósofos del siglo y como un escritor sutil y penetrante, con títulos como España invertebrada (1921) o La Rebelión de las masas (1929) en su haber, estas Meditaciones del Quijote fueron contempladas ahora con cierta condescendencia, como un primer intento literario del autor que carecía aún de la madurez filosófica alcanzada en sus obras cumbres.

Así, pues, las meditaciones quijotescas serían ignoradas y arrinconadas durante décadas, por mucho que el mismo Ortega hubiera llamado la atención sobre ellas en alguna que otra ocasión. Este sería su destino hasta las postrimerías de los cincuenta, en el año 1957, cuando Julián Marías, alumno privilegiado de Ortega y Gasset y uno de sus más lúcidos lectores, decidió reeditar el libro con un extenso comentario donde demostraba que Meditaciones del Quijote no solamente era un texto de gran coherencia y densidad filosófica, sino que además anticipaba con maestría algunas de las principales ideas que Ortega desarrollaría más tarde. La minuciosa exégesis de Marías, analizando el texto prácticamente línea por línea, puso estas meditaciones en el punto de mira filosófico, convirtiéndolas en uno de los textos más leídos y discutidos de Ortega y Gasset, lo cual no resulta extraño si pensamos que su carácter inconcluso, así como la eterna promesa incumplida de una continuación, brindan sin duda alguna un extenso y rico abanico de posibilidades interpretativas.

La figura de don Quijote interesa particularmente a Ortega por cuanto en él hallamos representado, según nos avisa en la meditación preliminar, el destino de la nación española. De hecho, el personaje del Quijote, que Ortega pretendía estudiar más detalladamente en algunas de las meditaciones inconclusas, ocupa en estas un plano muy secundario, y en cualquier caso, cuando es abordado el tema cervantino, no es un interés erudito o filológico el que mueve a Ortega (como él mismo nos advierte), sino un interés vivo, actual: no se trata de acudir a nuestro pasado, a este lugar común de la raza hispana que es el Quijote, para levantarlo en un altar, sino para clarificar, a través suyo, nuestro presente, comprendiendo que el destino que cuelga sobre el protagonista del libro es un destino que compartimos.

Este es, en efecto, el proyecto al que Ortega aspiraba en el conjunto inacabado de las meditaciones, tal como se nos presenta en el prólogo, que empieza con un amigable: “Lector…”. Esta nota al lector no es para nada gratuita: Ortega no pretende exponer simplemente una doctrina, una relación sistemática de su pensamiento, sino que quiere establecer un diálogo cordial sobre un problema central en su época (y aún en la nuestra) que le preocupaba vivamente: el problema de definir la nación española, formular su destino común. Y es por ello que Ortega prefiere un estilo ameno, literario, donde su filosofía puede realizarse plenamente en tanto deviene una filosofía viva, cabalgante.

En la Meditación preliminar, donde una prosa elegante y admirable nos deja entrever numerosas y fecundas ideas filosóficas, Ortega nos hará partícipes de la manera en que pretende abordar y reflexionar el tema de nuestras circunstancias comunes. En otras palabras, si el prólogo al lector nos daba el proyecto, ahora la meditación preliminar nos da el método. En ella encontraremos una primera formulación de esta célebre frase donde

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