Moral Y Sociedad
Enviado por jorgek92a • 11 de Marzo de 2015 • 2.400 Palabras (10 Páginas) • 211 Visitas
Señalamos anteriormente que la conducta humana puede ser libre solo porque no es arbitraria. Solo allí, donde importa, si haré esto o lo otro, puedo escoger, elegir y crear. Donde nada importa, puede solo haber aburrimiento letárgico, constante sensación de inutilidad y asco. Es una situación que sorprendentemente no amenaza, cuando sea que a la gente le va mal: en un campo de concentración, en la adversidad y la miseria o bajo represión. En todos esos lugares se puede hacer algo, y el hombre por lo tanto puede ganar por lo menos un pedazo pequeñísimo de libertad, aunque quizás le salga bastante caro. No obstante amenaza en todas partes, donde a la gente realmente no le falta absolutamente nada.
Vimos que la conducta libre es siempre de alguna manera conducida. Conducida, por lo que me atrae y llama la atención, y lo que valgo como humano, tras qué quiero ir y qué quiero intentar: brevemente dicho por los valores. Naturalmente, ni siquiera el atractivo de los valores no actúa en el espacio vacío, en el llano, si en el espacio de las conductas posibles, que contienen un montón de distintas limitaciones. Está allí lleno de caminos designados, por los cuales todos van, es allí lleno de matorrales intransitables, a donde a nadie quiere ir, y hay allí un montón de señales de advertencia y amonestación: por aquí no.
Se podría decir, que en el sentido más amplio y sencillo de la palabra es la tradición o las costumbres sociales algún tipo de topografía del espacio de las conductas e inconductas posibles, el conjunto de reglas del funcionamiento humano. La moral como “costumbre”, como resumen de lo que “se hace y no hace”, y por supuesto también como se hace y no hace, es sobretodo un mecanismo inmensamente útil. Gracias a ello podemos una mayoría de cosas, de las que de alguna u otra manera debemos diariamente procurarnos y encargarse, hacer sin gran reflexión y al mismo tiempo acaso también pensar en algo distinto, interesante. Entonces la mayoría no reflexionamos que en la mañana nos lavaremos y cambiaremos, que nos calzamos los zapatos y que iremos a algún lugar a comer. Gracias a la “costumbre” nos podemos comprar vestidos y zapatos terminados, porque todos vestimos más o menos igual y también compramos comida en las mismas apariencias. Sin gran reflexión saludamos al vecino con una formula aprendida (imagínense, si cada vez deberían inventar algo ingenioso), salimos a la calle y esperamos el tranvía. Todo eso en tranquilidad y cómoda certeza, que así se hace, que así lo hace toda la gente decente porque así lo aprendieron.
Este imprescindible, aceptable y cómodo acuerdo en la conducta corriente tiene aún funciones trascendentales. Pues es justamente éste, que mantiene a la sociedad junta y el que la diferencia de otras sociedades. El hogar y el ambiente doméstico no está necesariamente ligado a cierto lugar, sino algunas personas consiguen tomarlas consigo aunque se mudan a otro lado: nos sentimos en casa en donde la gente se comporta como estamos acostumbrados. Una gran sociedad nacional tiene además una lengua común, lo que no es sólo gramática y diccionario, pero también la manera clara como los compatriotas hablan entre sí.
¿Dónde se lleva en realidad este equipamiento gigantesco e invisible, este “software” humano? Algo parecido tienen ya los animales. Gracias a Konrad Lorenz hoy sabemos, que el instinto animal no es nada trivial. Por lo que quizás las fieras y predadores, armados con garras y picos, suelen estar equipados también con una “costumbre” particular, que no les permite matar a un rival (del mismo tipo) más débil: cuando un perro pequeño se tumba de espaldas y sube las patas arriba, el más grande nunca lo muerde. ¿Que es “sólo” instinto? ¿Pero donde conseguimos nuestro “instinto social”, costumbre o hábito? Probablemente de todas partes, donde todas las cosas útiles, en casa en la cocina o en el cuarto del niño, donde hemos imitado la mayor parte de eso sin gran lenguaje o razonamiento, y a lo que no se nos quería, eso debimos aprender. Todos aprenden las costumbres sociales de manera similar, como se aprende a hablar y pensar: de padres a hijos, más tarde también de profesores y compañeros de clase.
Justamente por ello, que hay costumbres sociales tan importantes para cada sociedad, pequeña y grande, esta sociedad debe también aprender a ganárselas. Si no lo alcanzara, se descompone. Similarmente es a esto, después de todo también en las comunidades animales, sobre sus costumbres hoy ya sabemos mucho. Las grandes sociedad, que tienen su estado y con él también medios, leyes, policía y juicios forzosos y violentos, reivindican estas “costumbres” más importantes por esta vía externa. Solo que eso, para lo cual hay tarifa en el código penal, en realidad ya no pertenece al terreno de la posible conducta libre y por lo tanto ni siquiera a la costumbre. La relación de las costumbres con la libertad es bien visto acaso en las normas de tránsito. La policía controla las infracciones y hay por ellas una multa, por eso poca gente se avergüenza de las infracciones de tránsito. Ya como niños hemos sentido, que hay diferencia entre ir por peras a un jardín abandonado (ese tipo de cosas aún en ese entonces solían pasar), o atreverse a trepar el cercado de un jardín vigilado, dónde amenazan algunos riesgos. Dar una paliza al hombre, que no puede defenderse, es moralmente peor que vencer a un luchador armado. En resumen, cada defensa violenta o siquiera física debilita más bien los escrúpulos morales. Por ello ya hace tres siglos el filósofo holandés Baruch Spinoza escribió, que el que quiere prescribir todo por la ley, con ella al final destruye la moral. Incluso también cada argumento mina las bases de la moral: si hay alguna conducta saludable o económicamente beneficiosa, ya no es esta conducta verdaderamente moral.
Cómo se mantiene entonces la moral real (libre), mediante qué se puede conseguir? En primer lugar seguramente mediante la autoridad de los padres y los mayores. Pero hay gente que eso en la niñez de alguna forma no consiguieron y tienen con esto por lo tanto dificultades en la edad adulta o en ambiente extranjero, en donde son válidas otras costumbres. Cuando aprendí y fui al taller orfebre, regía allí una costumbre extraordinariamente estricta: pues por las mesas libremente yacía en conjunto un par de kilos de oro, el cuál podía vigilar justamente solo la costumbre, y relativamente había una fuerte razón. Una vez fue alguna delegación sindicalista extranjera y olvidó saludar. Eso es en la sociedad checa un lugar sensible, y por eso de manera espontánea inmediatamente sonó un “boo” a treinta voces. Porque era el comienzo de los años cincuenta y a la delegación la acompañó además algún cabecilla local, no pasó solo así, pero al final de
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