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PETRI APOSTOLI POTESTATEM ACCIPIENS


Enviado por   •  20 de Marzo de 2013  •  5.703 Palabras (23 Páginas)  •  675 Visitas

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La historia del Papa. va unida siempre a la historia de la Iglesia. Nace con ella y con ella seguirá desarrollándose hasta el fin de los tiempos. Cuando Cristo prepara su nueva comunidad, esa futura Iglesia, escoge a un grupo de doce, que ocuparán un puesto aparte entre sus seguidores. Reciben el nombre de apóstoles, enviados. A los doce les otorga el poder sacerdotal, para que continúen sus funciones de sumo sacerdote en la nueva comunidad Y de entre los doce, Jesús escoge a Pedro para que sea el fundamento, la roca, sobre la que ha de levantar su nueva construcción, como lo vemos expresado, primero cuando promete a Pedro el primado y luego cuando más tarde se lo confirma.

. De nuevo le vuelve a significar el sentido de Pedro, que es piedra, base de la nueva edificación, su Iglesia. A Pedro así mismo le hace llavero del reino de los cielos. Atar y desatar equivalen a prohibir y permitir, con lo que indica que todo lo deja en sus manos en señal suprema de potestad. Las puertas, o sea, todo el poder del infierno o de las fuerzas del mal no podrá nunca contra esa roca, cimiento y base de la nueva fundación.

Más tarde Jesús distingue de nuevo al apóstol, rogando especialmente por él: «para que no desfallezca tu fe», le dice, pues Satanás busca ocasión para perderos y de esta manera, le añade, «una vez convertido, confirma a tus hermanos» .

La Iglesia de los primeros tiempos reconoce desde un principio a Pedro la prerrogativa de primado; le sigue llamando Cefas y siempre le concede el primer lugar una vez que Cristo ha subido a los cielos Y a la vez, lo mismo que a Pedro, se lo va reconociendo a sus sucesores en el episcopado de Roma.

Se ha querido a veces dudar del Papado poniendo en duda, tanto el hecho de que S. Pedro viviera y muriera en Roma, como el de que los obispos que le fueron sucediendo en la sede hubieran heredado de él la máxima prerrogativa dentro de la Iglesia. Aun admitiendo que el haber estado en Roma no ofrece hoy tanta importancia teológica para admitir el primado, es un hecho histórico comprobado que S. Pedro estuvo allí y en ella sufrió el martirio y fue enterrado.

«cosas que han ocurrido en nuestro tiempo» y «entre nosotros», entre ellas del «glorioso testimonio» de Pedro (Kirch 10). Asimismo, S. Ignacio de Antioquía, a principios del s. n (m. 117) dice a los romanos: «Yo os mando como Pedro y Pablo» (Kirch 26); la misma expresión emplea al dirigirse a los efesios y tralenses, pero sin hacer alusión a los dos apóstoles, lo que supone que conocía la íntima relación que estos dos tenían con Roma. A mitad del mismo siglo el Canon Muratoriano habla también de la Passio Petri como de cosa conocida. Luego, los testimonios abundan: en Oriente, del obispo Dionisio de Corinto (Eusebio, HE II,25,8); en Occidente, de S. Ireneo (Adversus haereses, 1,3) y en África de Tertuliano (De baptismo, 4,4), todos ellos en el s. ni. De comienzos de este siglo, hacia el a. 200, conocemos el testimonio de un clérigo romano, Cayo, el cual se ofrece a mostrar al herético Proclo los trofeos de Pedro y de Pablo en Roma: «Yo puedo mostrarte los trofeos; porque si quieres venir al Vaticano o a la vía que va a Ostia, allí encontrarás los trofeos de los que fundaron esta iglesia». Eusebio (HE II,25), a quien debemos este dato, entiende por trofeos los gloriosos sepulcros de los dos apóstoles.

Parecida prueba nos la ofrecen los Catálogos de los papas, desde el que sabemos escribió Hegesipo (s. II) hasta los más conocidos y numerosos del s. IV. Leemos, p. ej., en el más antiguo que se conserva, el de S. Ireneo (s. II; Adversus haereses 3,3): «Después que los santos apóstoles (Pedro y Pablo) hubieron fundado y constituido la Iglesia, pasaron a Lino el oficio del episcopado. Éste es aquel Lino que menciona Pablo en su epístola a Timoteo. Le sucedió Anacleto y tras éste recibió el oficio episcopal, en tercer lugar después de los apóstoles, Clemente...». Sigue luego indicando los siguientes pontífices hasta su contemporáneo Eleuterio (175-189). Notemos que el catálogo está hecho unos 110 años después de la muerte del apóstol, periodo no muy largo para poder guardar memoria de hechos tan importantes.

En cuanto a lo segundo, o sea, que los sucesores de Pedro en el episcopado le hayan sucedido también en su prerrogativa primacal, los argumentos son de igualmanera numerosos y fehacientes. Por el s. IV era un hecho admitido por todos, como lo demuestran estas palabras de Optato de Mileve: «No puedes negar que la primera sede episcopal en Roma fue conferida a Pedro. Sobre esta sede descansa la unidad de todos» (Contra Parmen. Donatisi. 2,2). Y cuando habla del Papa de su tiempo, S. Siricio, dice de él: «Este es hoy mi colega; a través de él, el orbe entero está concorde conmigo, gracias al sistema de las cartas de paz, en una única sociedad de comunión». Lo mismo ocurre en los siglos anteriores. Por el a. 96 S. Clemente papa, escribe a los de Corinto con plena autoridad y jurisdicción, como asimismo lo hace S. Víctor I a finales del s. II, llegando hasta a amenazar con la excomunión a los que contradigan sus disposiciones acerca de la Pascua. El mismo Harnack reconoce que por este tiempo el obispo de Roma ejercía de hecho las funciones de primado. Pocas décadas más tarde Sabelio era expulsado de la comunión eclesiástica por el papa S. Calixto (217-222). S. Esteban I (254-257) actúa en el caso de los obispos españoles, Basílides y Marcial, así como en el de Marciano, obispo de Arlés. Cuando se discute la cuestión acerca del bautismo administrado por los herejes, se deja la última palabra a los papas Cornelio y Esteban I. Hasta los mismos herejes, tales como Valentín, Cerdón, Marción, los montanistas de Frigia, Práxeas de Asia, etc., acuden a Roma para que los obispos de ésta les reconozcan. Así hacen también, en el s. ni, Fortunato y Félix, depuestos por S. Cipriano, y de Oriente vienen los presbíteros de Dionisio, obispo de Alejandría, a querellarse ante su homónimo, Dionisio de Roma (259-268), quien condena, por su parte, las herejías subordinacionistas y sabelianas.

En toda la literatura patrística de este tiempo encontramos claras afirmaciones del primado: Ignacio de Antioquía habla en su carta citada de «la iglesia de Roma, que ha enseñado a otros», pues está «puesta al frente de la caridad» (paz o comunión). S. Ireneo (a. 180) anota la «preeminencia» especial de Roma, con la que han de convenir las demás iglesias, dado que «fue fundada y edificada por los gloriosos apóstoles Pedro y Pablo» (Adv. haer. 3,3). Por esta razón, sigue diciendo, los que quieran la verdad han de buscarla en Roma y con ella rebatir a los fundadores de las sectas gnósticas.

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