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Platon.


Enviado por   •  16 de Marzo de 2012  •  Informe  •  1.204 Palabras (5 Páginas)  •  375 Visitas

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Sócrates va al Pireo a la fiesta de Bendis

Acompañado de Glaucón, el hijo de Aristón, bajé ayer al Pireo con propósito de

orar a la diosa y con deseos al mismo tiempo de ver cómo hacían la fiesta, puesto que la

celebraban por primera vez. Parecióme, en verdad, hermosa la procesión de los del

pueblo, pero no menos lucida la que sacaron los tracios. Después de orar y gozar del

espectáculo, emprendíamos la vuelta hacia la ciudad. Y he aquí que, habiéndonos visto

desde lejos, según marchábamos a casa, Polemarco, hijo de Céfalo, mandó a su esclavo

que corriese y nos encargara que le esperásemos. Y el muchacho, cogiéndome del

manto por detrás, me dijo:

–Polemarco os encarga que le esperéis.

Volviéndome yo entonces, le pregunte dónde estaba él.

–Helo allá atrás –contestó– que se acerca; esperadle.

–Bien está; esperaremos –dijo Glaucón.

En efecto, poco después llegó Polemarco con Adimanto, el hermano de Glaucón,

Nicérato, hijo de Nicias, y algunos más, al parecer de la procesión. y dijo Polemarco:

–A lo que me parece, Sócrates, marcháis ya de vuelta a la ciudad.

–Y no te has equivocado –dije yo.

–¿Ves –repuso– cuántos somos nosotros?

–¿Cómo no?

–Pues o habéis de poder con nosotros –dijo– u os quedáis aquí.

–¿Y no hay –dije yo– otra salida, el que os convenzamos de que tenéis que

dejarnos marchar?

–¿Y podríais convencemos –dijo él– si nosotros no queremos?

–De ningún modo –respondió Glaucón.

–Pues haceos cuenta que no hemos de querer.

Y Adimanto añadió:

–¿No sabéis, acaso, que al atardecer habrá una carrera de antorchas a caballo en

honor de la diosa?

LA REPÚBLICA

PLATÓN

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Cortesía de Nueva Acrópolis www.nueva-acropolis.es

–¿A caballo? –dije yo–. Eso es cosa nueva. ¿Es que se pasarán unos a otros las

antorchas corriendo montados? ¿O cómo se entiende?

–Como tú lo has dicho –replicó Polemarco–, y además celebrarán una fiesta

nocturna que será digna de ver; y nosotros saldremos después de levantamos de la cena

y asistiremos a la fiesta, y nos reuniremos allá con mucha gente joven y charlaremos

con toda ella. Quedaos, pues, y no penséis en otra cosa.

–Veo –dijo Glaucón– que vamos a tener que quedarnos.

–Pues si así parece –dije yo–, habrá que hacerlo.

Incomodidades y excelencias de la vejez

Fuimos, pues, a casa de Polemarco y encontramos allí a Lisias y a Eutidemo, los

hermanos de aquel, y también a Trasímaco el calcedonio y a Carmántides el peanieo y a

Clitofonte, el hijo de Aristónimo. Estaba, asimismo, en la casa Céfalo, el padre de

Polemarco, que me pareció muy avanzado en años, pues hacía tiempo que no le veía.

Estaba sentado en un asiento con cojín y tenía puesta una corona, ya que acababa de

hacer un sacrificio en el patio; y nosotros nos sentamos a su lado, pues había allí

algunos taburetes en derredor.

Al verme, Céfalo me saludó y me dijo: –¡Oh, Sócrates, cuán raras veces bajas a

vernos al Pireo! No debía ser esto; pues si yo tuviera aún fuerzas para ir sin embarazo a

la ciudad, no haría falta que tú vinieras aquí, sino que iríamos nosotros a tu casa. Pero

como no es así, eres tú el que tienes que llegarte por acá con más frecuencia: has de

saber, en efecto, que cuanto más amortiguados están en mí los placeres del cuerpo, tanto

más crecen los deseos y satisfacciones de la conversación; no dejes, pues, de acompañarte

de estos jóvenes y de venir aquí con nosotros, como a casa de amigos y de la

mayor intimidad.

–Y en verdad, Céfalo –dije yo–, me agrada conversar con personas de gran

ancianidad; pues me parece necesario informarme de ellos, como de quienes han

recorrido por delante un camino por el que quizá también nosotros

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