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Platon


Enviado por   •  24 de Mayo de 2015  •  Informe  •  371 Palabras (2 Páginas)  •  171 Visitas

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No sé, atenienses, la sensación que habéis experimentado por las palabras de mis

acusadores. Ciertamente, bajo su efecto, incluso yo mismo he estado a punto de no

reconocerme; tan persuasivamente hablaban. Sin embargo, por así decirlo, no han dicho

nada verdadero. De las muchas mentiras que han urdido, una me causó especial

extrañeza, aquella en la que decían que teníais que precaveros de ser engañados por mí

porque, dicen ellos, soy hábil para hablar. En efecto, no sentir vergüenza de que

inmediatamente les voy a contradecir con la realidad cuando de ningún modo me

muestre hábil para hablar, eso me ha parecido en ellos lo más falto de vergüenza, si no es

que acaso éstos llaman hábil para hablar al que dice la verdad. Pues, si es eso lo que

dicen, yo estaría de acuerdo en que soy orador, pero no al modo de ellos. En efecto, como

digo, éstos han dicho poco o nada verdadero. En cambio, vosotros vais a oír de mí toda la

verdad; ciertamente, por Zeus, atenienses, no oiréis bellas frases, como las de éstos,

adornadas cuidadosamente con expresiones y vocablos, sino que vais a oír frases dichas

al azar con las palabras que me vengan a la boca; porque estoy seguro de que es justo lo

que digo, y ninguno de vosotros espere otra cosa. Pues, por supuesto, tampoco sería

adecuado, a esta edad mía, presentarme ante vosotros como un jovenzuelo que modela

sus discursos. Además y muy seriamente, atenienses, os suplico y pido que si me oís

hacer mi defensa con las mismas expresiones que acostumbro a usar, bien en el ágora,

encima de las mesas de los cambistas, donde muchos de vosotros me habéis oído, bien en

otras partes, que no os cause extrañeza, ni protestéis por ello. En efecto, la situación es

ésta. Ahora, por primera vez, comparezco ante un tribunal a mis setenta años.

Simplemente, soy ajeno al modo de expresarse aquí. Del mismo modo que si, en realidad,

fuera extranjero me consentiríais, por supuesto, que hablara con el acento y manera en

los que me hubiera educado, también ahora os pido como algo justo, según me parece a

mí, que me permitáis mi manera de expresarme -quizá podría ser peor, quizá mejor- y

consideréis y pongáis atención solamente a si digo cosas justas o no. Éste es el deber del

juez, el del orador, decir la verdad.

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