Santa Teresa
Enviado por aletroi • 3 de Septiembre de 2012 • 1.582 Palabras (7 Páginas) • 697 Visitas
logro de un ideal estético. Su intención es espiritual, buscando tan sólo exponer, para edificación de sus hermanas, las mercedes que Dios le ha hecho. Más que como creadora de un arte literario, desea aparecer como criatura que transmite un mensaje sobrehumano del que se siente simple depositaria. A través de la pluma, T. analiza su mística intimidad, y la revela del modo más fiel posible. La calidad literaria se da en ella por añadidura, como resultado de la exposición de sus vivencias, relatadas con sencilla y encantadora espontaneidad.
Lecturas. Y no es que fuera iletrada, como se ha defendido a veces. Los trabajos de Morel Fatio, G. Etchegoyen y E. Juliá Martínez han demostrado que la santa, sin ser erudita, poseyó un no desdeñable caudal de conocimientos librescos. Ya desde niña muestra decidida vocación de lectora, que satisface en la biblioteca paterna con relatos caballerescos, novelas pastoriles, poesía de cancionero y vidas de santos. En la adolescencia, toma contacto con libros y antologías de humanistas clásicos y cristianos, hagiógrafos y escritores ascéticos, ampliando luego, en los primeros años de convento, este campo con la lectura de la Biblia, Dionisio Cartujano, S. Agustín, S. Gregorio, Kempis, el Flos sanctorum, y diversos tratadistas españoles -Osuna, Laredo, fr. Luis de Granada, Guevara, Alonso de Madrid, etc—, hasta que el índice de Valdés, en 1559, prohibe este género de escritos en romance, que ha de suplir en adelante con el «libro vivo» que Cristo le promete en visión consolatoria.
Cuando en 1562 comienza a redactar su Vida, el recuerdo de tales lecturas aflora en sus páginas, aunque T. se proponga en lo posible omitir las huellas librescas demasiado evidentes, tanto para preservar su humildad de mundanos alardes de conocimiento, como por la escasa instrucción de las sencillas monjas de sus conventos -destinatarias directas de sus escritos-, o incluso como medida de prudencia ante las suspicacias de la Inquisición, que habría desconfiado de las teologías de una monja demasiado bachillera. Así, al decir de Américo Castro, su prosa fluye «como confesión susurrada para edificar en silencio a sus hijas espirituales». No obstante, y pese a lo que algunos han afirmado, sus libros conservan, como huellas de sus lecturas, palabras, ideas, símbolos y rasgos de estilo, aunque perfectamente personalizados y asimilados. En este ejercicio de incorporación de reminiscencias cultas al propio caudal ideológico y expresivo, fue un magnífico palenque su Epistolario, en donde somete sus conocimientos teóricos a una finalidad de eficacia, en vez de someterse ella al yugo de la cita y del exhibicionismo erudito.
Lenguaje y estilo. Temperamento emotivo y apasionado, T. del. se expresa, como dice Menéndez Pidal, en un «lenguaje férvido, enajenado, no ya más hablado que escrito, sino más sentido que hablado». Por encima del frío razonamiento, muestra el fervor típico del kerigma. Acorde con el ideal estilístico de su época, huya conscientemente de toda afectación retórica en aras de la sencillez y la naturalidad («estilo de ermitaños»). Escribe a vuela pluma, improvisando, sin volver jamás sobre lo escrito, preocupada tan sólo por la claridad expositiva y la eficacia persuasoria. A ello se deben sus frecuentes elipsis, concordancias cambiadas, anacolutos, incisos desproporcionados, exclamaciones y párrafos descompensados. «Si faltaren letras, póngalas», dice a uno de sus corresponsales. Su lenguaje es el coloquial de Castilla la Vieja, más concretamente el de Ávila, aunque no haya que insistir demasiado contraponiéndolo al de Toledo. Su valor filológico es, en consecuencia, inestimable, al transmitirnos en toda su pureza rasgos morfológicos, sintácticos y léxicos hoy desaparecidos, o conservados tan sólo en las hablas vulgares. Es el fresco racimo de voces como an, anque, catredático, Ilesia, naide, ortolano, cuantimás, parajismo, perlada, sabién, primitir, proquesía, traurdinario, carractollendas..., todo ello junto a giros, idiotismos y refranes de clara estirpe popular.
Sus frecuentes diminutivos -encarceladita, centellica, consideracioncillas, agravuelos- ponen un delicado toque de feminidad en sus páginas. Una sintaxis de fuertes lazos hipotácticos tuerce y retuerce la expresión hasta extremos regocijadamente intrincados, bordeando en ocasiones las fronteras del descuido, lo que, paradójicamente, da gracejo a su expresión, como sus tres célebres lunares lo daban a su rostro. Nunca, sin embargo, es palabrera. Su buen gusto sabe poner un freno de economía verbal en el momento preciso. Quizá sea en su Vida y en sus Cartas donde estos rasgos brillan en toda su donosura. «No haber leído la Vida de Santa Teresa -piensa Margarita Nelken- es no conocer a qué grado de perfección en la naturalidad pudo llegar el castellano».
La necesidad de expresar lo inefable enriquece su léxico con vocablos que habrán de convertirse en tecnicismos de la mística cristiana: embebecimiento, vuelo del alma, arrebatamiento, arrobamiento, contemplación
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