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Enviado por   •  9 de Mayo de 2014  •  1.889 Palabras (8 Páginas)  •  254 Visitas

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La industrialización: primera fase, 1860-1930

La industrialización no fue de ningún modo el único rasgo importante de la historia económica japonesa después de la apertura de los puertos, pero es al que mayor atención se le ha presentado. Fuera de Europa y de América del Norte antes de 1945, los logros industriales del país fueron únicos tanto en escala como en complejidad. Estos logros son además centrales para comprender al Japón del siglo XX, ya que no se lo fijaron las pautas del comercio exterior y contribuyeron a orientar la expansión territorial, sino que también provocaron dentro de Japón las mismas clases de cambios sociales y las mismas inquietudes políticas existentes en otros países del mundo en etapas semejantes de desarrollo.

Hay varios puntos polémicos relativos al crecimiento económico japonés en estos años que será necesario tocar. Uno es la extensión en la que lo ocurrido en la era Meiji constituyó la secuela natural o incluso inevitable de lo que ya había acaecido en la era Tokugawa, dejando enteramente a un lado los cambios causados por la llegada de Occidente.

Las bases, 1860-1885

En los años de la apertura de los puertos, Japón poseía ya algunos de los atributos necesarios para el crecimiento económico moderno. En algunas de las regiones más avanzadas del país los campesinos ya estaban acostumbrados a operar en una economía monetaria. Había un sistema de distribución de mercancías bastante desarrollando que llegaban a zonas tanto rurales como urbanas.

Un concepto que la mayoría de los historiadores japoneses de los últimos años ha usado de una u otra forma es el de «absolutismo» (zettaishugi) de Meiji. La proposición en que tal concepto se basa es que los dirigentes que surgieron como resultado de la Restauración lo hicieron así en calidad de burócratas que servían, pero que también controlaban, a un emperador cuya autoridad nunca había estado limitada en teoría ni por el reconocimiento de una ética predominante, como en China, ni por la afirmación de los derechos de sus súbditos, como en Europa. Esto explica el éxito de esos dirigentes en términos no de una clase social en alza, que pudiera decirse que representaban, sino de una revolución incompleta: un feudalismo socavado pero no completamente destruido, una burguesía incipiente pero no lo bastante fuerte para asumir el poder, un pueblo cuyo descontento se reflejaba en inquietudes pero no en una organización importante. Se afirma que una finalidad de las reformas del periodo Meiji era mantener ese estado de equilibrio y, en consecuencia, las prebendas de los que se beneficiaban de él. A modo de interpretación marxista de la historia japonesa de finales del siglo XIX, podría decirse que este bagaje de ideas se ha centrado en el potencial destinado a mover la sociedad del feudalismo al socialismo pasando por la democracia burguesa. Pero no hace falta aceptar el marco marxista para encontrar una interpretación de valor. Una que ha merecido de los historiadores una atención más cuidadosa se ha referido al tipo de oposición existente en el Japón de Meiji y a su importancia como comentario sobre la opinión «modernizante» de lo ocurrido. Muchos japoneses de aquel tiempo con esperanzas en sus dirigentes iban a quedar a la fuerza decepcionados, porque esos nuevos líderes habían llegado al poder sin ningún compromiso anticipado con programas específicos de reforma. Los fanáticos de la xenofobia que veían a su país todavía ligado a tratados desiguales, los legitimistas independientes desterrados de la administración y de influencias por burócratas ex samurais, los campesinos cuya forma de vida se hizo distinta pero a corto plazo no claramente mejor, todos encontraron frecuentes motivos de queja. Además, muchos de ellos habían estado condicionados en la década anterior a 1868 a expresarse por la violencia. Controlarlos o reconciliarlos era, por lo tanto, una de las tareas urgentes del nuevo régimen. Una forma de intentar hacerla fue con lo que hemos descrito ya, es decir, con la creación de una potente maquinaria de gobierno. Otra fue proporcionar una salida a las quejas por medio de los manejos de una constitución cuidadosamente redactada. Una tercera consistió en idear, o al menos alimentar, una ideología adecuada que sería propagada por el sistema educativo estatal y por un abanico de organizaciones oficiales y semioficiales.

El movimiento constitucional La oposición que puso en marcha el movimiento constitucional venía de los samurais, con mucho de qué protestar y en la posición social más fácil para hacerlo. La Restauración y la abolición de los señoríos habían desatado numerosos lazos feudales. Los samurais habían perdido el derecho de llevar espadas. Sus pensiones habían sido reducidas, después otra vez recortadas y finalmente suprimidas a cambio, en muchos casos, de sumas irrisorias. No sorprende, pues, la existencia de revueltas en Choshu en 1869-1870, en Hizen a principios de 1874 y otra vez en Choshu en 1876. La mayor fue la de Satsuma en 1876, cuando varios miles de hombres con Saigo Takamori a la cabeza se pusieron en marcha para llevar sus quejas a Tokio. Detenidos en Kumamoto, su rebelión quedó confinada al sur de Kiushu, pero para extinguirla tuvo que emplearse a pleno el ejército permanente y sus reservas durante seis meses. Saigo y sus partidarios principales se quitaron la vida en Kagoshima en septiembre de 1877, cuando vieron que tenían todo perdido. Fue la última de las insurrecciones feudales, pero no el fin de la oposición de los samurais. Aunque los samurais de otras regiones no habían estado identificados lo bastante con Saigo como para haber combatido a su lado, tenían entre ellos numerosos simpatizantes que continuaron abogando por sus ideas. Esto fue especialmente cierto en el caso de los planes de Saigo relativos a la expansión japonesa en Corea. Se formaron así las

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