Antiguo Mercado De Calkini
Enviado por javierlira • 26 de Febrero de 2013 • 2.557 Palabras (11 Páginas) • 521 Visitas
EL ANTIGUO MERCADO MUNICIPAL DE CALKINÍ
Por: Andrés Jesús González Kantún
A pesar del tiempo transcurrido de la desaparición del antiguo mercado municipal de Calkiní (1942-1983), aún se conserva intacto, en la mente de la gente grande y generaciones cercanas, el recuerdo romántico de aquel inmueble histórico que fue protagonista de innumerables vivencias colectivas y en especial del que escribe. Acontecimientos tradicionales y festivos que calaron muy hondo en el ánimo de los calkinienses. Veamos por qué: Fue un paradero ineludible para visitantes foráneos y locales y un espacio de entretenimiento infantil para los niños que salían de clases de la escuela Mateo Reyes, mientras no se daba cuenta el extinto don Juan “Chiquito”, quien para cuidar el edificio debía batallar con los niños para bajarles la energía, restañando en zigzagueantes lengüetazos un chicote manejado con endemoniada habilidad. Este entrañable personaje murió accidentalmente a causa de gases nocivos cuando limpiaba un pozo en la casa de la familia Pinto.
A veces, cuando no se presentaba esta miniatura al cuidado del mercado, acudía en su lugar otro señor llamado Germán Cach, también desaparecido, para continuar con la misma tarea, y que a falta de un látigo usaba su estremecedora voz. Una voz contundente y ronca, pero más persuasiva por los aspavientos de sus molinos de vientos que eran sus brazos y sus manos que por la claridad del mensaje, ya que no dominaba el idioma español. Este hombre se caracterizaba por su vestimenta: camisa y pantalones blancos, paliacate rojo al cuello y rústicas alpargatas. Para completar su minúsculo salario se dedicó al oficio de sobador y a la acupuntura los cuales le dieron mucho prestigio.
Estos dos rústicos hombres, sin proponérselo, colaboraron en el futuro de algunos niños, pues al no permitirles jugar por las calles los indujeron en el camino del estudio. Una actitud intuitiva y meritoria, ya que teniendo el oficio de policías, mal pagados, no los comprometía a cargar con una responsabilidad propia de los padres y maestros.
Ese mercado fue centro permanente de comercialización obligatoria, por necesidad, para todas las amas de casa y de aquellos considerados mandilones.
Fue un rincón infalible para encontrar todo tipo de especias para sazonar los alimentos, y un espacio apropiado para satisfacer, con seguridad, el paladar más exigente. De igual manera, el mercado fue asiento habitual de la palabra llana que en giros traviesos se transformaba en gritos, picardía y chisme, y que en un barullo ascendente terminaba por convertirse en una monumental torre de Babel, principalmente en los domingos de compra.
Y, finalmente, se transformaba en un lugar festivo en donde se celebraban aquellas inolvidables pachangas de los matarifes en los gremios de octubre, así como el ajetreo tradicional de Todos los Santos.
Ese mercado antiguo también que fue testigo de innumerables acontecimientos en la vida rutinaria del pueblo cakiniense y por haber sido abastecedor imprescindible del alimento, bien merece un espacio en la historia municipal para que las generaciones venideras valoren el pasado de su pueblo.
Nació al aire libre, sin cobija ni nada, en el ágora de tierra apisonada por el andar constante de la gente. Se encontraba situado frente a un muro grueso, que venía de la ex abadía y remataba en la arteria principal (calle 20) y entre un callejón donde se ubicaba la bien surtida y enorme tienda de don Sixto Berzunza (dentro o afuera del local se acostumbraba a exhibir los carteles que anunciaban las funciones de cine del teatro de su propiedad, Minerva), mientras en el mercado se expendían productos agrícolas, alimentos y otros enseres instalados en improvisados muestrarios. La carne se vendía en el lugar que ocupaban las antiguas arquerías, ahora fantasmas del pasado.
Durante las fiestas de Carnaval, las autoridades municipales acostumbraban a cercarlo con madera para convertirlo en una plaza taurina y por las noches de lunada corrían en un juego incansable de fuegos pirotécnicos un sin fin de toros petates.
En el gobierno municipal de don Juan Bautista Loeza Matos (1940-1941), al advertir esa precaria situación de infuncionalidad no quiso mantenerse indiferente y luchó con arrojo ante las autoridades estatales para conseguir la construcción de un edificio para el mercado. El 25 de abril de 1940 se iniciaron los trabajos y el 7 de agosto de 1942 fue inaugurado por el gobernador del estado, el Lic. Héctor Pérez Martínez. Los albañiles fueron los hermanos Blanqueto (Chumín y Rubén).
El diseño era sobrio: un cajón rectangular con techo de concreto de dos aguas de leve inclinación en cuya empalme se levantaban dos paredes con orificios que la recorrían a todo lo largo y que sostenían el techito; una fachada orientada hacia el sur (frente al costado del Palacio Municipal) con una puerta enorme casi al ras del alero y una ventana por cada lado, pero ya sin el muro de contención. En el costado este, tres puertas, y en su contraparte una y como ventanas unos cuadriláteros rellenados con unos caños de material. En su interior, lo reforzaban tres filas de columnas. Doce ventanas, seis puertas con barrotes de metal, enormes y corredizas, fueron suficientes para la claridad y ventilación.
En el costado oeste, calle de por medio, aquellos muros limítrofes del ex claustro sirvieron como paredes de sostén para construir una serie de edificios en el siguiente orden: en el lugar de las arquerías se construyó un sencillo galerón con techo de lámina de asbesto para acomodar a distintos venteros que ya no cabían en el mercado (obra construida por el Prof. Prof. Pastor Rodríguez Estrada, en 1971-1973). Alineaban esa parte el Sr. Luciano Gamboa, el inolvidable peluquero y contador de cuentos, don justo Estrada y su competidor, don Pastor Avilez y por último, el comerciante de maíz don Pedro Naal. Estos inmuebles, envejecidas por el tiempo, fueron remozados durante el gobierno del Sr. Rubén Uribe Avilés y convertidos en oficinas públicas: Servicio Postal Mexicano, de reclutamiento militar y la Profeco. Últimamente se agregaron los baños públicos. De igual manera aquel espacio, anexo del mercado viejo, fue deshecho y convertido en tienda del ISSSTE con arquerías (parte del convento) evocando la arquitectura de tiempos pasados.
En el costado oriente (la calle 20), una calle de dos carriles, seccionada por un angosto camellón en donde se intercalaron postes de luz eléctrica con hermosas flores. Mientras el mercado se mantuvo activo le dio cabida a una variedad de venteros, organizados en secciones: en el costado oeste se hallaban los carniceros
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