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Comparación de la llegada de los españoles en el sur y en el norte de México


Enviado por   •  26 de Noviembre de 2018  •  Ensayo  •  2.590 Palabras (11 Páginas)  •  309 Visitas

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Tenochtitlan y el norte

Daniel Alfonso Muñoz Saldívar

“A 17 días del mes de junio de 1527 partió del puerto de San Lúcar de Barrameda el gobernador Pánfilo de Narváez, con poder y mandado de Vuestra Majestad para conquistar y gobernar las provincias que están desde el río de las Palmas hasta el cabo de la Florida, las cuales son en Tierra Firme; y la armada que llevaba eran cinco navíos, en los cuales, poco más o menos, irían seiscientos hombres.”[1] Son las primeras palabras de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, inmortalizadas en su obra titulada como Naufragios. A grandes rasgos en la crónica se describe la odisea del tesorero y alguacil mayor de la expedición liderada por Pánfilo de Nerváez en el continente americano, con la intención de conquistar la florida. Sin embargo, los dados fueron tirados en su contra y una tormenta le arrebató la vida a él y a gran parte de su tripulación, siendo cuatro los sobrevivientes que llegaron hasta el final. Contrario al capitán Cortés, la expedición que fue al norte no tuvo más que complicaciones, incluso siendo esta última la que iba, por llamarlo de algún modo, con la bendición de las autoridades. Hernán Cortés se encontró con doña Marina y con Pedro de Alvarado, que, mediante una cadena de traducciones, le permitió al español comunicarse con los nativos, mientras que Cabeza de Vaca –pues fue él quien batalló en el norte, ya que Nerváez tuvo la gran fortuna de no sobrevivir para llegar– encontró dificultades grandes para comunicarse con los nativos. El poder de comunicarse le dio al conquistador una gran ventaja para las relaciones diplomáticas entre los diferentes pueblos americanos, además, esto le favoreció con su encuentro con los mexicas, pues fueron tratados como auténticos dioses en una ciudad tan imponente que ninguna palabra les bastó a los españoles para describirla.

        “E incluso algunos de nuestros soldados preguntaron si las cosas que veíamos no eran un sueño. (trad. Propia)”.[2] Descrito en su obra sobre la conquista de la Nueva España, Bernal Díaz del Castillo hizo un intento por describir lo que sus ojos, con maravilla, captaban al posarlos en la imponente Tenochtitlan, no obstante, esto no le fue posible del todo, e incluso se “disculpó” –por decirlo de algún modo– por la austera descripción que hizo sobre la ciudad, al inicio del capítulo: habló de ciudades construidas sobre el agua, tanto así que pareciera que se hablaba de la ciudad encantada en la obra caballeresca del Amadís, pero las palabras no le fueron suficientes –prueba de que no era capaz de asimilar tal grandeza está en que tuvo que recurrir al Amadís para darse una idea de lo que tenía frente a sí– por lo que inmediatamente después escribió que no era sorpresa alguna que lo describiera de esa manera –austeramente y con una referencia de literatura Europea– pues, por más que lo pensase no tenía idea de cómo poner en letras lo que vio, pues se trataba de algo que jamás había escuchado o visto, ni siquiera en sueños.[3] En cambio, en el texto de Cabeza de Vaca, no encontramos una descripción vasta de alguna gran ciudad, salvo por unas cuantas descripciones como el del poblado en Apalache, en donde las cuarenta casas eran pequeñas, edificadas en lugares abrigados con paja. La arquitectura del norte no parece impresionar a Cabeza de Vaca, totalmente antónima a la mesoamericana que dejó boquiabiertos a los europeos. Díaz del Castillo escribe que los palacios eran, no solo espaciados y bien hechos, sino hermosos, con acabados de piedra y decoraciones de madera; poseían, además, grandes habitaciones.[4] El líder mexica, Moctezuma, al salir al encuentro con los extranjeros iba vestido, de acuerdo con la descripción encontrada en Cortés y Moctezuma, con ricos atavíos y calzado con suelas de oro y pedrería encima. Además, venía siendo cargado por caciques quienes también se encontraban con vestidos de gran belleza.[5] Por otro lado, el norte presenta tierras mal pobladas con gente pobre, y muchas otras que estaban despobladas. También observamos que uno de los líderes de los nativos norteños, enemigo de los de Apalache, iba vestido con piel de venado, pintada, bastante diferente de las finas vestiduras y joyería de Moctezuma.

También existió una gran diferencia entre cómo se recibió al europeo, por parte de los nativos. Y esto dependió, claro está, de la civilización en particular y no en sí de la región, pero lo cierto es que solo en el centro se habla de un lugar tan monumental y formidable como lo es la gran Tenochtitlan. Los mismos mexicas, habitantes de la ciudad, recibieron a los extranjeros de forma peculiarmente interesante. “Una máscara de serpiente, de hechura turquesas. Un travesaño  para el pecho, hecho de plumas de quetzal. Un collar tejido a manera de petatillo: en medio tiene colocado un disco de oro.”[6]  Entre otros regalos pertenecientes al tesoro de Quetzalcóatl fueron dados a lo españoles, específicamente a su capitán: Hernán Cortés. Incluso lo vistieron con estos regalos entregados por los mexicas a las deidades que venían de regreso, supuestamente, a Tenochtitlan. “Señor nuestro: te has fatigado, te has dado cansancio: ya a la tierra tú has llegado. Has arribado a tu ciudad: México. Aquí has venido a sentarte en tu solio, en tu trono. Oh, por breve te lo reservaron, te lo conservaron, los que ya se fueron, los que ya se fueron, tus sustitutos.”[7] León-Portilla rescata de la conversación entre Moctezuma, señor mexica, y el capitán español, Cortés. En esta, el gobernante mexica, le habla como si se refiriera a un superior a él, una deidad, que ha regresado a tomar su trono (de Tenochtitlan). En el norte también hubo muestras de gentileza por parte de los nativos, aunque no se específica si estos creían o no que ellos eran deidades, móvil para la amabilidad con la que Moctezuma los entregó los regalos. “Tomamos cuatro indios, y mostrámosles maíz para ver si le conocían, porque hasta entonces no habíamos visto señal de él.”[8] Entonces los nativos del norte guiaron a Cabeza de Vaca y compañía a su pueblo y les mostraron el poco maíz que tenían; “llamó a los indios, los cuales vinieron y estuvieron con él buen pedazo de tiempo, y por vía de rescate le dieron pescado y algunos pedazos de carne de venado”[9] Les ofrecían de comer y dónde dormir, aunque no siempre eran, los nativos, tan amistosos con los extranjeros, y en su lugar, eran hostiles: llegados a Apalache los nativos los recibieron con flechas[10], similar al evento en Tecoac, en Mesoamérica, donde los nativos les dieron la bienvenida a los españoles con escudos en son de guerra.[11] Cabeza de Vaca y compañía, al intentar dejar el poblado, cruzaron por un lago profundo en donde fueron víctimas de una emboscada de los nativos. Las relaciones humanas no siempre son tan sencillas. En términos generales, el recibimiento europeo fue más amistoso en el centro, según lo que se relata en el texto, ya casi nunca se explica cuáles fueron las razones por las que se accedió a la llegada española, si bien los mexicas los recibieron al creer que eran dioses, bien los tlaxcaltecas pudieron haberse aliado al ver el poder español cuando masacraron a los de Tecoac. También está la llegada a Tezcuco y el encuentro con Ixtlilxóchitl, que esto representa a la perfección el choque religioso que hubo entre las dos culturas. En este caso en particular, la religión cristiana fue muy bien aceptada por parte Ixtlilxóchitl: después de escuchar los mitos que respaldan la fe cristiana, por parte de Cortés y por medio de sus intérpretes, quedó conmovido e inmediatamente, declaró, quería tornarse a esa religión, lo que resultó en su bautismo, y pasó a llamarse Hernando. Y varios otros fueron bautizados detrás de él. Una reacción antagónica la vemos retratada en Yacotzin, la madre de Ixtlilxóchitl, quien se encolerizó al ver lo fácil que su hijo se dejó dominar por la religión, como dice el texto, de los bárbaros.[12] Otra situación similar se ve cuando los españoles, ya asentados en la gran Tenochtitlan, quieren poner sus objetos sagrados sobre las pirámides mexicas. Bernal Díaz del Castillo redacta que desde el altar a la virgen María se oficiaba la misa y se predicaba el evangelio. A la larga, los nativos se molestaron pues su religión estaba siendo aplastada por la de los “bárbaros”, como había dicho Yacotzin. En el norte las cosas fueron un tanto diferentes:

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