ENSAYO CONCERNIENTE A LA PROBLEMÁTICA DE LA MONARQUÍA IBÉRICA
Enviado por Sebastián Olarte Roldán • 17 de Septiembre de 2016 • Ensayo • 1.941 Palabras (8 Páginas) • 318 Visitas
ENSAYO CONCERNIENTE A LA PROBLEMÁTICA DE LA MONARQUÍA IBÉRICA
Docente: Sebastián Gómez
Estudiante: Sebastián Olarte Roldán
Asignatura: Historia de América Latina II
Facultad de Ciencias Sociales y Humanas
Departamento de Historia
Universidad de Antioquia
Si bien el fenómeno de mundialización ibérico (entendido como la unión de las Coronas española y portuguesa en una entidad monárquica con autonomía administrativa y comercial para ambos imperios coloniales, cuya emersión como superpotencia global marcó un referente para los procesos coloniales de su época) puede ser abordado desde múltiples aristas, la siguiente reflexión estará guiada por un matiz preponderante (según mi criterio) en el contexto en el que nos sumergimos al observar con lupa el período comprendido entre los siglos XVI y XVII: las nefastas consecuencias que trajo a Portugal su anexión al órgano imperial español, acto que culminó con un imperioso anhelo separatista del pueblo portugués de la monarquía católica, y su posterior decadencia.
Es indudable que el fenómeno de expansión de la Corona ibérica benefició en sus albores tanto a españoles como portugueses, ya que la tradición literaria y religiosa de ambos imperios se vio gratamente impulsada por la creación de la imprenta y la posterior exportación de obras clásicas (literarias y religiosas) peninsulares y europeas hacia territorios hasta entonces considerados de difícil alcance (África, América, y sucesivamente, las costas de India, China y Japón).
La incursión de dicho material al Nuevo Mundo estuvo a cargo de los conquistadores, misioneros y representantes de la Corona; mientras que en el lejano oriente se ejecutó bajo el amparo de los jesuitas, portugueses e italianos, según apunta Gruzinski[1]. El material circulante en los múltiples trayectos transatlánticos no se vio limitado a las prensas, la tinta y las letras, ya que progresivamente incluyó diversas especies animales y vegetales, metales y minerales preciosos extraídos de suelos, ríos y minas, y abundantes grupos de esclavos embarcados desde el continente africano para suplir la demanda de mano de obra de los conquistadores en sus incipientes asentamientos coloniales.
Gracias a los continuos trayectos marítimos emprendidos por la Corona ibérica en los inicios del siglo XVI, el Viejo Mundo también se vio beneficiado de una serie de efectos secundarios, reacciones o de regresos[2] poco predecibles y a menudo súbitamente programados, que invirtieron el flujo imperante de lenguas, saberes y mercancías, exportando así desde diversos rincones del mundo un amplio espectro de avances técnicos, hallazgos biológicos y farmacológicos, producciones literarias y artísticas hacia tierras europeas.
Las persistentes movilizaciones acaecidas durante estos tiempos desvanecieron las fronteras que impedían el tránsito de los seres humanos y los objetos, y alteraron diversas percepciones acerca de sus destinos, viéndose esto reflejado en las entidades abstractas de contornos vagos y discutidos[3] que Portugal y Castilla se asignaron según las bulas alejandrinas (1493) y el Tratado de Tordesillas (1494), en el nuevo sentido que adquirieron los términos de “patria” y el “mundo” para los conquistadores, y en sus vínculos menoscabados con sus lugares de origen, tras permanecer por prolongados lapsos de tiempo o establecerse indefinidamente en los diversos territorios destinados a la colonización.
Esto permite bosquejar a grandes rasgos la poca claridad mental de muchos ibéricos en cuanto a divisiones políticas al no desempeñar oficios ligados con la navegación, sus crecientes ambiciones expansionistas y su construcción de una nueva identidad tras embarcarse en viajes que de aventuras excepcionales, se transformaron en rutinas de alto riesgo no muy bien remuneradas en muchas ocasiones.
Dichas ambiciones imperialistas, ligadas a las crecientes conquistas ibéricas en Meso y Suramérica, algunas islas al oeste africano, las costas de Malabar y buena parte del territorio filipino, las cuales fueron fruto de las pretensiones universales del cristianismo, fueron fundamentales para forjar otra visión del mundo, desde entonces concebido como un conjunto de tierras ligadas entre sí y sometidas a un mismo príncipe[4].
Ahora bien, no todo fue color de rosa mientras los imperios portugués y español convivieron bajo el mismo techo. El esplendor del principal representante de la Corona ibérica no duraría eternamente, y su caída fue tan (o incluso más) estrepitosa que su ascenso. Durante el siglo XVII, España cayó a un ritmo vertiginoso hasta desmoronarse por completo, y según anota Davies, dicha crisis puede definirse en tres fases: el debilitamiento económico, la disminución de su potencia militar, y la mengua de los sentimientos patrióticos y religiosos[5].
Durante los primeros años de esta centuria, y tras lograr un prudente ascenso en las Cortes de Felipe IV, el conde-duque de Olivares se convirtió en el ministro más poderoso de cuantos tuvieron los monarcas españoles[6], y al no ser ajeno a la inminente debacle económica a la que España se aproximaba, se trazó como principal objetivo restaurar ante todo la prosperidad del país[7]. Para ello, implementó un plan compuesto por tres fases: combatir la corrupción, el lujo extravagante y la inmoralidad, e instaurar la simplicidad, la moderación y la diligencia; debilitar el poder de las Cortes en las diversas provincias de la península, y procurar la centralización, bajo un único Gobierno[8], donde los límites fuesen progresivamente suprimidos entre las diferentes regiones.
Se considera que si Olivares hubiese abogado constantemente por cumplir dichas enmiendas, el destino de España fuese menos sombrío, pero no se deben olvidar las guerras en que este imperio estaba inmerso. Conflictos de gran relevancia en su crisis económica, como los sostenidos con los Países Bajos y Alemania, hicieron imperativo un aumento tributario de proporciones desmedidas. Como consecuencia de las continuas conductas beligerantes, Castilla (considerado como el núcleo que mantenía el imperio español entero[9]) se encontraba vastamente afectada tanto a nivel demográfico como comercial. Otro factor sumamente importante para el subsecuente ocaso de la Corona española, fue la pobre política extranjera en la cual estaba inmiscuido Olivares, y que fue la secuela de la pésima gestión del duque de Uceda, por cuya decisión hubieron de intervenir los tercios españoles en la guerra de los Treinta Años[10], de modo que al finalizar un armisticio de 12 años pactado con los Países Bajos (1609), el enfrentamiento con los holandeses era imposible de evadir.
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