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LA DEMOCRACIA VENEZOLANA


Enviado por   •  20 de Noviembre de 2012  •  3.866 Palabras (16 Páginas)  •  588 Visitas

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LA DEMOCRACIA VENEZOLANA:

UN JOROPO QUE NO CESA.

Los primeros venezolanos que sueñan con una democracia dentro de los cánones de la democracia moderna, son los jóvenes de la generación de 1928. A lo largo del siglo XIX, ciertamente, hubo algunos espíritus que en etapas de sus vidas de caudillos, abrazaron el ethos democrático. Es el caso del general José Antonio Paéz, por sólo citar un ejemplo, pero, en verdad, la agenda de este siglo bolivariano-paecista-monagista-guzmancista estuvo signada por las luchas intestinas por el poder nacional, a partir de los bastiones regionales que autorizaban las pretensiones globales de estos jefes locales. De modo que la integración de la nación pasaba por la creación de un ejército nacional, distinto a la colcha de retazos de los ejércitos locales, y esto viene a materializarse en el siglo XX, como se sabe, bajo la égida del dictador Juan Vicente Gómez.

En el caso venezolano, levantar la bandera de la democracia fue, durante muchos años, encontrar en la acera de enfrente la bandera de los militares. La preeminencia de lo militar en la vida nacional encuentra muchas explicaciones, pero todas apuntan al siglo XIX, centuria en la que este pequeño país suramericano formó un ejército que desalojó a los ejércitos españoles aposentados en sus colonias americanas. El signo venezolano durante años no fue civil, por más que Bolívar intentará matizar su imagen con las luces republicanas, el signo fue guerrero. Los venezolanos comandaron ejércitos que liberaron a Colombia, Ecuador, Perú y a la propia Venezuela, y el líder de esa gesta se dio el lujo, único en el mundo, de fundar una república que aludía a su apellido, le redactó su Constitución a su real saber y entender, y dejó en estos países a su lugarteniente más querido: el Mariscal Sucre, artífice militar de muchas de las victorias del ejército libertador. Todo esto se dice fácil, en pocas líneas, pero constituye una epopeya asombrosa, que para bien o para mal ha venido influyendo de manera determinante en la psique del venezolano, y quién sabe si en su memoria atávica resplandecen todavía los metales de las espadas gloriosas de sus antepasados. Las huellas de la historia no hay manera de obviarlas, por dónde menos se espera salta la liebre.

No creo exagerar si afirmo que la primera generación venezolana que de manera mayoritaria asume los valores democráticos es la de 1928. Pero esta afirmación requiere de las matizaciones básicas. Los muchachos de el 28 protestaban contra la dictadura gomecista, pero al poco tiempo de iniciar su andadura las diferencias entre unos proyectos y otros surgieron. No tenían en mente el mismo país Gustavo Machado y Salvador de la Plaza que Rómulo Betancourt y Raúl Leoni. Si a los primeros los seducía el marxismo en sus versiones más ortodoxas, con el camarada Stalin a la cabeza, a los segundos los llamaba con mayor fuerza la versión socialdemócrata, probablemente de raigambre alemana, que sin separarse de la fuente marxista, matizaba el papel del Estado en los asuntos de la vida ciudadana.

El hecho suele pasarse por alto, pero no es baladí: quienes inician su vida política luchando contra la dictadura gomecista no lo hacen desde postulados liberales, sino desde la fuente del marxismo, y en cierto sentido esas dos familias ideológicas iniciales (la marxista y la socialdemócrata) van a permanecer en el tiempo, con sus naturales revisiones históricas, y contemplarán como se les enfrenta una tercera familia ideológica representada por los democratacristianos, reunidos inicialmente en torno a la Unión Nacional de Estudiantes (UNE) y luego alrededor de Copei. Los futuros socialdemócratas, como se sabe, controlaban la Federación Nacional de Estudiantes (FEV). Tampoco creo exagerar afirmando que los marxistas tenían por buena la Dictadura del Proletariado de Stalin, mientras los socialdemócratas navegaban en el mar de las decisiones electorales del pueblo, en ejercicio de su soberanía, y a los socialcristianos iniciales se les vinculó, con razones, con cierto fascismo de procedencia ibérica. Para completar esta composición de lugar o esta fotografía, incluyo a las fuerzas gomecistas, naturalmente militaristas y para las que la democracia no pasaba de ser un ejercicio especulativo.

De modo que si la tradición histórica venezolana que venía del siglo XIX revelaba un universo signado por las bayonetas y los uniformes, bajo la inspiración de la gesta heroica de la independencia, sin olvidar los intentos civiles por civilizar la contienda, que también los hubo, el espíritu democrático que asoma en 1928 es sustancialmente de raíz marxista, y el que va a imponerse por la vía del Golpe de Estado el 18 de octubre de 1945 será, igualmente de raíz marxista, pero con la combinatoria histórica que ya resultaba del encuentro entre la democracia y el socialismo.

Cuando Betancourt y la Junta Revolucionaria de Gobierno toman el poder se proponen convocar a una Asamblea Constituyente y llamar a elecciones universales, directas y secretas, las primeras que tienen lugar en el país, en diciembre de 1947, ganadas de manera abrumadora por el escritor Rómulo Gallegos. Para refrendar la limpieza de sus intenciones democráticas, la Junta Revolucionaria proclama que ninguno de su integrantes podrá presentarse como candidato en las elecciones que se avecinan. Estas elecciones, conviene recordarlo, emanan del mandato de una Constitución Nacional de franco sesgo democrático, que se proponía crear una democracia de partidos, y estimulaba la creación de ellos, así como la consolidación de los movimientos sindicales. Aquel proyecto que se materializaba constitucionalmente tenía su fuente en el Plan de Barranquilla, que Betancourt y Leoni redactan en la ciudad homónima, y que de manera todavía informe se expresaba en las protestas de 1928 y en las del 14 de febrero de 1936, fecha en la que la población caraqueña tomó la calle y, según muchos historiadores, no la abandonó nunca más.

En eso que Carrera Damas ha llamado “el largo camino hacia la democracia”, las fechas de la Semana del Estudiante en febrero de 1928 y el 14 de febrero de 1936 son angulares. En la primera se manifestó por primera vez la generación política que iba a ser determinante en la modernización social y política del país, y significó la entrada triunfal de los estudiantes en la escena pública, escena que hasta ese momento estaba reservada para los caudillos regionales, y la segunda trajo consigo la participación popular. El pueblo supo que su voz y sus actos tenían peso, que habían dejado de ser telón de fondo de las epopeyas de los uniformados. Y en perfecta continuidad entre una fecha y otra, los que se ponen al frente de la manifestación espontánea

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