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LAS VIENAS ABIERTA DE AMERICA LATINA- EL REY DEL AZUCAR


Enviado por   •  21 de Abril de 2014  •  1.568 Palabras (7 Páginas)  •  489 Visitas

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EL REY AZÚCAR Y OTROS MONARCAS AGRÍCOLAS

Las plantaciones, los latifundios y el destino

La búsqueda del oro y de la plata fue, sin duda, el motor central de la conquista. Pero en su segundo viaje, Cristóbal Colón trajo las primeras raíces de caña de azúcar, desde las islas Canarias, y las plantó en las tierras que hoy ocupa la República Dominicana. Una vez sembradas, dieron rápidos retoños, para gran regocijo del almirante. El azúcar, que se cultivaba en pequeña escala en Sicilia y en las islas Madeira y Cabo verde y se compraba, a precios altos, en Oriente.

Producto agrícola más importante que el azúcar cultivado en estas tierras.

Las tierras fueron devastadas por esta planta egoísta que invadió el Nuevo Mundo arrasando los bosques, malgastando la fertilidad natural y extinguiendo el humus acumulado por los suelos.

La plantación, nacida de la demanda de azúcar en ultramar.

De la plantación colonial. Al latifundio le basta con el pago de jornales irrisorios, la retribución de servicios en especies o el trabajo gratuito a cambio del usufructo de un pedacito de tierra.

El nordeste era la zona más rica de Brasil y hoy es la más pobre; en Barbados y Haití habitan hormigueros humanos condenados a la miseria; el azúcar se convirtió en la llave maestra del dominio de Cuba por los Estados Unidos, al precio del monocultivo y del empobrecimiento implacable del suelo. No solo el azúcar.

Esta es también la historia del cacao, que alumbró la fortuna de la oligarquía de Caracas; del algodón de Maranhao, de súbito esplendor y súbita caída; de las plantaciones de caucho en el Amazonas, convertidas en cementerios para los obreros nordestinos reclutados a cambio de moneditas. Es también la historia del café, que avanza abandonando desiertos a sus espaldas, y de las plantaciones de frutas en Brasil, en Colombia, en Ecuador y en los desdichados países centroamericanos. Con mejor o peor suerte, cada producto se ha ido convirtiendo en un destino, muchas veces fugaz, para los países, las regiones y los hombres. El mismo itinerario han seguido, por cierto, las zonas productoras de riquezas minerales. Cuanto más codiciado por el mercado mundial, mayor es la desgracia que un producto trae consigo al pueblo latinoamericano que, con su sacrificio, lo crea. La zona menos castigada por esta ley de acero, el río de la Plata, que arrojaba cueros y luego carne y lana a las corrientes del mercado internacional, no ha podido, sin embargo, escapar de la jaula del subdesarrollo.

El asesinato de la tierra de Brasil

Las colonias españolas proporcionaban, en primer lugar, metales. Muy temprano se habían descubierto, en ellas, los tesoros y las vetas. El azúcar, relegada a un segundo plano, se cultivó en Santo Domingo, luego en Veracruz, más tarde en la costa peruana y en Cuba. En cambio, hasta mediados del siglo XVIII, Brasil fue el mayor productor mundial de azúcar.

La sociedad colonial brasileña, subproducto del azúcar.

Las tierras fueron cedidas por la corona portuguesa, en usufructo, a los primeros grandes terratenientes de Brasil. Solamente «doce capitanes» recibieron, por carta de donación, todo el inmenso territorio colonial inexplorado, para explotarlo al servicio del monarca. Sin embargo, fueron capitales holandeses los que financiaron, en mayor medida, el negocio, que resultó, en resumidas cuentas, más flamenco que portugués. Las empresas holandesas no solo participaron en la instalación de los ingenios y en la importación de los esclavos; además, recogían el azúcar en bruto en Lisboa, lo refinaban obteniendo utilidades que llegaban a la tercera parte del valor del producto, y lo vendían en Europa.

En 1630 la Dutch West India Company invadió y conquistó la costa nordeste de Brasil, para asumir directamente el control del producto. Era preciso multiplicar las fuentes del azúcar, para multiplicar las ganancias, y la empresa ofreció a los ingleses de la isla de Barbados todas las facilidades para iniciar el cultivo en gran escala en las Antillas.

Trajo a Brasil colonos del caribe, para que allí, en sus flamantes dominios, adquirieran los necesarios conocimientos técnicos y la capacidad de organización. Cuando los holandeses fueron por fin expulsados del nordeste brasileño, en 1654, ya habían echado las bases para que Barbados se lanzara a una competencia furiosa y ruinosa.

Habían llevado negros y raíces de caña, habían levantado ingenios y les habían proporcionado todos los implementos. Las exportaciones brasileñas cayeron bruscamente a la mitad, y a la mitad bajaron los precios del azúcar a fines del siglo XVII.

La formidable magnitud de las rebeliones de los esclavos en Brasil y la aparición del oro en el sur, que arrebataba mano de obra a las plantaciones, precipitaron también la crisis del nordeste azucarero. Fue una crisis definitiva. Se prolongó, arrastrándose penosamente de siglo en siglo, hasta nuestros

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