Las dimensiones del infanticidio Industrial

En 1823, George Canning cerebro del imperio británico estaba celebrando sus triunfos universales. El encargado de negocios de Francia tuvo que soportar la humillación de este brindis. La edad de la caballería ha pasado; y la sucedido una edad de economistas y calculadores. Napoleón había sido definitivamente derrotado y la era de la paz británica se habría sobre el mundo. En América Latina, la independencia había remachado a perpetuidad el poder de los dueños de la tierra y de los comerciantes enriquecidos, en los puertos, a costa de la anticipada ruina de los países nacientes. Las antiguas colonias españolas y también Brasil eran mercados habidos para los tejidos ingleses y las libras esterlinas al tanto porciento.

Antes de las guerras de independencia ya los ingleses controlaban buena parte del comercio legal entre España y sus colonias y habían arrojado a las costas de América Latina un flujo de mercaderías de contrabando.

La fiebre de la independencia hervía en tierras hispanoamericanas. A partir de 1810, Londres aplico una política que favorecía el comercio ingles e impedía que América Latina pudiera caer en manos norteamericanas o francesas.

El comercio libre enriquecía a los puertos que vivían de la exportación y elevaba a los cielos el nivel de despilfarro de las oligarquías ansiosas por disfrutar de todo el lujo que el mundo ofrecía pero arruinaba las incipientes manufacturas locales y frustraba la expansión del mercado interno.

Los vaivenes posteriores en las políticas aduaneras de los gobiernos de la independencia generarían sucesivas muertes y despertares de las manufacturas criollas, sin la posibilidad de un desarrollo sostenido en el tiempo.

Las dimensiones del infanticidio Industrial

Cuando nacía el siglo XIX la producción manufacturera de México era entre siete u ocho millones de pesos de los que la mayor parte pertenecían a los obrajes textiles. La industria reposaba sobre el trabajo forzado de los indios la independencia aniquilo el precario desarrollo alcanzado.

En chile, una de las más apartadas posesiones españolas tenía hilanderías, tejedurías, curtiembres, se fabricaban artículos de metal, también se construían embarcaciones y vehículos.

Desde el siglo XVIII en Brasil se venían practicando los obrajes textiles y metalúrgicos, que venían creciendo en gran medida pero sus modestos primeros pasos fueron arrasados por las exportaciones extranjeras.

Bolivia era el centro textil más importante del virreinato rio platense.

El litoral de argentina era la región más atrasada y menos poblada del país. En Tucumán y Santiago del Estero, florecían los talleres textiles. Las curtiembres y talabarterías más importantes estaban en corrientes. Eran famosos los finos sillones de Salta, Mendoza y San Juan formaban “La garganta del comercio” entre el Atlántico y el Pacifico en América de Sur.

En 1837 se describía al gaucho de las pampas como que todas las piezas de su ropa, exceptuando lo que sea de cuero eran inglesas, esto quiere decir que Argentina recibía de Inglaterra hasta las piedras de las veredas.

También Inglaterra suministraba a Brasil, casi toda la mercadería que usaban.

Proteccionismo y libre cambio en América Latina

La expansión de los mercados latinoamericanos aceleraba la acumulación de capitales en los viveros de la industria británica. Inglaterra organizaba un sistema universal y se convertía en la prodigiosa fábrica abastecedora del planeta: del mundo entero provenían las materias primas y sobre el mundo entero se derramaban las mercancías elaboradas. El imperio contaba con el puerto más grande y el más poderoso aparato financiero de su tiempo; disponía del monopolio mundial de los seguros y los fletes, y dominaba el mercado internacional del oro.

Las lanzas montoneras y el odio que sobrevivió a Juan Manuel de Rosas

Proteccionismo sobre el libre cambio, el país contra el puerto.

Buenos Aires que el siglo XVII no había sido más que una aldea de cuatrocientas casas, se apodero de la nación entera a

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