1810
Enviado por dagmara • 14 de Octubre de 2013 • Informe • 2.782 Palabras (12 Páginas) • 450 Visitas
1810
Los mexicanos, ¿debemos festejar o conmemorar el 16 de septiembre? Ambas cosas. Festejar forma parte de una tradición de casi 200 años. Desde 1815, los insurgentes eligieron esta fecha para celebrar el día en que se dio la “voz de independencia” en México. Luego, el 4 de diciembre de 1824, el primer Congreso General la ratificó por ser el aniversario del “primer grito de independencia”. Desde entonces, año con año los mexicanos han convertido la conmemoración en una fiesta, la fiesta de la nación mexicana, por lo que no se debe, ni se puede, cambiar el sentido que tiene ahora.
También hay que conmemorar, es decir, traer a nuestra memoria las causas y efectos de esta guerra. A partir de los estudios recientes, los historiadores tenemos la obligación y estamos en condiciones de explicar dicho suceso en términos amplios al estudiar, además del desempeño de los líderes de la Revolución, a los partidarios de la contrainsurgencia o realistas, a las oligarquías, a los indígenas, a las castas, a las mujeres, a los niños y a los extranjeros. Tampoco podemos dejar de lado los cambios provocados por la guerra en las estructuras militares, político-administrativas, sociales y económicas. La guerra trastocó y en varios aspectos destruyó el orden virreinal. En los territorios controlados tanto por insurgentes como por realistas, ambos diseñaron sus propios modelos de organización militar y política a nivel local y regional. Por otro lado, las constituciones española (1812) y mexicana (1814) nutrieron de contenido ideológico a dichos cambios, y sentaron las bases del futuro Estado mexicano. La guerra y las constituciones dieron paso a la conformación de una nueva cultura ligada al uso de las armas y a nuevas formas de participación política.
¿Cuáles fueron los motivos que obligaron a miles de novohispanos (y al poco tiempo mexicanos), que en su mayoría eran pobres del campo y de los centros urbanos, para hacer justicia por su propia mano? En primer lugar se destaca la incapacidad y poca sensibilidad de la clase gobernante (monarcas, virreyes, audiencias, intendentes y subdelegados) para atender las demandas sociales relacionadas con los problemas económicos, sociales y políticos. El hartazgo del pueblo fue tal que se lanzó en masa contra el tirano, es decir, la clase gobernante coludida con los grandes propietarios.
En segundo lugar, la pauperización de las clases medias provocada por la llamada “consolidación de vales reales”. En 1804 el monarca ordenó que los bienes hipotecados a favor del clero fueran rematados y las utilidades remitidas a la península para financiar la guerra que España libraba contra Inglaterra. Por esta disposición muchos propietarios perdieron sus bienes. Tampoco debemos olvidar los donativos y préstamos forzosos para el mismo fin; el abuso de los servidores reales (como los subdelegados) con las comunidades indígenas que sin su consentimiento arrendaban sus tierras, y de las argucias legales para que éstas no pudieran disponer de los fondos guardados en las llamadas cajas de comunidad. Sobre los indios y castas también pesaba el “pago de tributo”, equivalente a un peso anual por cabeza de familia. Otros sectores novohispanos debían pagar el diezmo y la alcabala. Por si fuera poco, los años de 1807 a 1810 fueron terriblemente secos y afectaron a toda la producción agrícola, con la consecuente alza de precio y especulación de productos (Florescano y Swan, 1995, p. 56).
A la crisis económica se sumaron las demandas de tipo social y político. En mayo de 1810, el obispo electo de Michoacán, Manuel Abad y Queipo, informó que la sociedad novohispana se encontraba dividida por el ardiente deseo de independencia, el cual se había planteado una vez conocida la noticia de que los franceses habían ocupado la península y habían obligado a los monarcas borbones, quienes eran la fuente de legitimidad del orden virreinal, a abdicar a favor de la familia Bonaparte. Para evitar esta catástrofe, el obispo recomendó suspender el préstamo forzoso de los cuarenta millones de pesos impuesto a los territorios americanos; dictar leyes para lograr la igualdad social de los hombres libres; establecer la libertad de cultivo, el libre comercio y la apertura de puertos al comercio internacional. También propuso que el nuevo virrey designado para la Nueva España fuera un militar, “inteligente, recto, activo y enérgico”, el cual debía llegar acompañado de un contingente respetable de tropa bien armada y disciplinada. Como la Nueva España carecía de armamento, había que traerlo de Europa, lo mismo que operarios de Sevilla para la construcción de cañones.
Antes del llamado “grito de Dolores”, los criollos de las provincias de Valladolid, Guanajuato, Nueva Galicia y Querétaro, de manera secreta concibieron un levantamiento con milicianos americanos con la finalidad de destruir al “ilegítimo gobierno virreinal” existente desde 1808, el cual había sido impuesto por los españoles más poderosos de Nueva España. En su lugar, se formaría una junta nacional con la representación de los ayuntamientos del virreinato. También se propuso aprehender a todos los peninsulares, expulsarlos de los territorios americanos y confiscar sus bienes. Este proyecto perdió sentido en el momento en que el líder de la insurrección, don Miguel Hidalgo, incluyó en los planes militar a todos los americanos, sin importar su habilidad y destreza en el arte de la guerra (Ortiz Escamilla, 1997).
Se deben conmemorar los sucesos de 1810, porque en la madrugada del 16 de septiembre no inició una guerra por la independencia de México, sino que marcó el inicio de una guerra civil. Waldmann (1999, pp. 28-29) establece que en las guerras civiles uno de los bandos defiende a quienes ostentan el poder político, y existe un mínimo de equilibrio entre ambas fuerzas. En ellas domina la brutalidad y la crueldad. Como no pueden destruirse fácilmente, se dedican a vejar, a extorsionar y a saquear a la indefensa población civil.
Quien mejor entendió y explicó el significado de la guerra de 1810 fue el obispo electo de Michoacán, Manuel Abad y Queipo. Para él se trataba de “uno de esos fenómenos extraordinarios que se producen de cuando en cuando en los siglos, sin prototipo ni analogía en la historia de los sucesos precedentes. Reúne todos los caracteres de la iniquidad, de la perfidia y de la infamia. Es esencialmente anárquica, destructiva de los fines que se propone y de todos los lazos sociales”. En este contexto, debemos destacar dos elementos principales de los insurgentes. En primer lugar, la ausencia de un liderazgo único que coordinara las acciones de guerra y condujera a los soldados hacia el objetivo principal que era la toma del poder virreinal. Las partidas de rebeldes
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