A La Costa
Enviado por nevaarve • 13 de Noviembre de 2013 • 3.198 Palabras (13 Páginas) • 270 Visitas
ZA LA COSTA
Luis A. Martínez
PRIMERA PARTE
El matrimonio Ramírez era de un catolicismo ferviente y bajo la disciplina de los preceptos más estrictos de la Iglesia educaba a los dos únicos hijos, sin permitirles la más leve e inocente trasgresión de lo dispuesto en ese complicado y absurdo código llamado moral católica. Salvador, el primogénito, de cuerpo delgado y débil, de carácter manso y pasivo, poco comunicativo con los de su edad, al cumplir los ocho años, entró de interno al colegio de los jesuitas, y Mariana, la segunda, era el reverso de su hermano, bulliciosa, enérgica y atrevida, de temperamento ardiente, morena de ojos negros, labios abultados, pelo negro y ensortijado, apenas cumplidos los siete años de la pobre vida fue también de interna al colegio de las monjas se los SS.CC.
Don Jacinto Ramírez, el padre, había quedado huérfano porque sus padres habían fallecido en el terremoto de Imbabura, era de carácter huraño y con una eterna cara de melancolía, aunque muy bondadoso, no inspiraba confianza a sus hijos.
La fortuna de la familia Ramírez era apenas mediana, y el doctor con gran acopio de trabajo en su profesión de abogado, difícilmente alcanzaba a ayudar las necesidades de los suyos, bien moderadas por cierto. Los bienes consistían en la casa grande y vieja donde vivían, arruinada en parte, y en una quinta en el valle de Chillo que absorbía más dinero que el producido por las menguadas cosechas de maíz. El gran problema de la vida, de todo padre de familia sin patrimonio, acongojaba al doctor ya tan propenso al abatimiento y el pesimismo. En su imaginación fecunda veía, muy negro el mañana, veía que el pan, el triste pan del pobre, acaso faltaría con la muerte del encargado de suministrarlo cotidianamente. Si él faltaba, quién iba a afrontar la responsabilidad de mantener a la familia tan quebrantada, ¿Doña Camila?, imposible, el la conocía de carácter débil, inepta para la lucha, mística sobremanera. ¿Salvador?, el mismo padre lo había engendrado débil de cuerpo y cobarde de alma, lleno de misticismo, inactivo.
Doña Camila, la madre no podía soportar los impetuosos arranques de su hija, y a todo trance quería aplastar o moderar ese carácter para hacerlo silencioso y triste como el de Salvador. Doña Camila, a causa de su carácter disciplínate se había captado muy pocas amistades y éstas eran escogidas entre gentes de sacristía y beatas. En la iglesia de La Compañía gozaba de gran autoridad, porque era presidenta de una de las muchas congregaciones que han establecido los jesuitas, como la mejor manera de ganar prestigio y autoridad en los pueblos. La amiga más íntima de doña Camila era doña Rosaura Valle, vieja solterona, de aspecto de vieja, nariz larga, ojos miopes, una de esas frutas secas del celibato, una figura repulsiva en la que sin dificultad se adivinaba la enemiga acérrima de la belleza, de la alegría y de la juventud.
Rosaura nació fea, de padres plebeyos, artesanos que renegaron de la herramienta y adoptaron la vara y la balanza del comerciante al por menor. Seducida por un estudiante de provincia y abandonada después, entregase primero a la prostitución de menor cuantía, asquerosa y repugnante; luego que el vicio y los años acabaron la poca simpatía que inspiraba a los libertinos, hizose alcahueta y por último, sin renunciar del todo al oficio, entregase al misticismo, adquiriendo en la iglesia amistades con señoras de la más alta clase social. Pronto fue Rosaura comensal obligado de muchas nobles casas, aconsejando a todos la piedad, halagando la vanidad de los ricos y el fatuo orgullo de los nobles.
Rosaura odió a Mariana desde el día en que la conoció, porque Mariana era bonita y de carácter vivo, sin embargo de las tentativas incesantes de doña Camila por cambiarlo, y ser hermosa y alegre eran para la beata motivos de inquina que apenas disimulaba. Cuando la joven sufría, los terribles ataques de histerismo, el gozo de Rosaura era casi visible, aun cuando aparentaba un sentimiento contrario.
En la Universidad conoció Salvador a un joven provinciano, descendiente de una familia de clase media, que no pica muy alto en asuntos de nobleza y que sin embargo, por el talento, las aptitudes y el patriotismo, es la primera de la República. Pérez estudiaba leyes, pero era un estudiante mediano. Una simpatía irresistible y antes nunca sentida, llevó al joven quiteño a entablar amistad con Luciano Pérez, amistad única y primera de su vida. Pérez asimismo simpatizó con Ramírez y desde entonces, los dos formaron una asociación inseparable, aún cuando en lo físico y lo moral eran dos entidades absolutamente contrapuestas. El uno era la fuerza y la energía, el otro la debilidad y el temor. Ambos amigos defendían con entusiasmo sus respectivas ideas: a veces Luciano se sulfuraba con la calma de Salvador, pero siempre acababa la escaramuza con una larga risotada del primero.
Poco tiempo después de haber entablado amistad con la familia Ramírez la beata principio una campaña con doble objetivo: hacer sospechosa la conducta de Salvador ante sus padres por la estrecha amistad del joven con Luciano, y convencer a todo trance de las ventajas de la vida monástica, con el fin de que Mariana tomara el velo en un convento de monjas.
En la monótona vida de la familia Ramírez, fue un verdadero rayo de sol la amistad entablada con Luciano. Don Jacinto fue pronto conquistado por ese carácter vehemente, alegre y generoso de Luciano. A Mariana aunque al principio Luciano le parecía antipático, y trató algún tiempo de resistir, de engañarse a sí misma, imaginándose que ella estaba cubierta de imperfecciones y él de antipatías, que era una locura amar a u provinciano terminó por convencerse que amaba a Luciano; por su parte Luciano, pronto sintió en su corazón joven el nacimiento de una verdadera pasión por Mariana. El instinto le advirtió que Mariana le amaba, y luego sorprendió miradas elocuentes, frases aisladas, entonaciones extrañas, rubores súbitos, indicios todos, suficientes para poder ver algo en el corazón de una joven mujer.
Pero aunque enamorado, comprendía que Mariana no podía ser su mujer, los obstáculos eran muchos, le constaba la intransigencia de los Ramírez en asuntos religiosos y políticos, y el nunca, por más enamorado que estuviere de Mariana, podría cometer la farsa de aparentar simpatía a ideas y principios odiosos.
Ambos estaban persuadidos de su mutuo cariño y con todo, nunca pudieron tener una conversación a solas en la que pudieran decirse lo que ambos sentían. Ambos eran amantes vergonzosos. Así estaban las cosas cuando la beata hizo la denuncia de las pretensiones de Luciano que ella había podido ver merced a su larga experiencia en las malas artes.
Doña Camila, muy excitada por la rabia,
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