ADOLF HITLER
Enviado por Jow88 • 20 de Octubre de 2013 • 7.397 Palabras (30 Páginas) • 285 Visitas
Juventud de Adolf Hitler
Adolf Hitler nace en Braunau del Inn (Austria) a las 18,30 horas del día 20 de abril de 1889. Es hijo del funcionario de aduanas Aloys Schicklbruber (quien más adelante cambiará su apellido por el de Hitler) y de Klara Pölzl.
La tarde de ese sábado 20 de abril las nubes se desplazaban monótonamente cubriendo totalmente el cielo de aquel lugar situado en la frontera de los dos grandes estados alemanes. No llovía y el termómetro marcaba 7º. Klara Pölz dio a luz a un niño de aspecto débil, cabello oscuro y ojos azules. Las primeras personas que le vieron fueron la comadrona Franziska Pointecker y Johanna Pölz, una hermana soltera de Klara Hitler. Dos días más tarde, es decir, el lunes de Pascua, a las 15,15, el sacerdote católico Ignaz Prost le bautiza, imponiéndole el nombre de Adolf.
En noviembre de 1898, cuando Adolf todavía no había cumplido los 10 años, su padre adquiere una casa en Leonding, en la ciudad austríaca de Linz, a la cual se traslada en febrero de 1899. Durante mucho tiempo esta fue considerada como “la casa paterna del Führer” y desde 1938 se convirtió en lugar de peregrinación, siendo visitada por miles de personas llegadas de todos los rincones del mundo, quienes escribieron sus nombres en el libro preparado al efecto.
Hitler conoció a dos hermanos: Edmund y Paula. El primero, Edmund Hitler, nació en 1894, y murió con cinco años víctima del sarampión el 2 de febrero de 1900. Paula Hitler nació en 1896 y murió en 1960.
En Linz, el joven Adolf descubre los relatos de la Historia antigua alemana como la conocida obra de Gustav Schwab, obras que le permiten descubrir el mundo mítico y misterioso. August Kubizek, su amigo de juventud se refiere así al mundo de las ideas del joven Adolf: “En su oposición con el mundo burgués que no tenía qué ofrecerle con su mentira y su falsa devoción, Hitler buscaba instintivamente su propio mundo y lo encontró en el Origen y los tiempos primeros del propio pueblo. Esta época largo tiempo ya desaparecida y cuyo conocimiento histórico es siempre incompleto, se convirtió en su interior apasionado en un presente lleno de sangre y vitalidad. Los sueños se convirtieron en realidades. Con su innata fantasía, que todo lo transformaba, se abrió paso hasta los albores del pueblo alemán, que consideraba como la más bella época. Se sumió con tal intensidad en esta época, de más de mil quinientos años de antigüedad, que yo mismo, que procedía de una vulgar existencia cotidiana, debía llevarme a veces las manos a la cabeza: ¿Vivía él, realmente entre los héroes de aquellos oscuros tiempos primitivos, de los que hablaba con tanta objetividad, como si vivieran todavía los bosques por los que vagábamos nosotros al anochecer?. ¿Era este incipiente siglo veinte, en que vivíamos nosotros, en realidad, un extraño e ingrato sueño para él?. Su manera de mezclar el sueño y la realidad y confundir sin reparos los milenios, me hacían temer a veces que mi amigo no podría encontrar un día el camino verdadero entre la confusión creada por él mismo. Esta continua e intensa relación con las viejas leyendas germanas creó en él una extraordinaria sensibilidad para comprender la obra de Richard Wagner…”.
Las óperas de Wagner inspiradas por el grandioso universo musical que generan vinculado a las antiguas leyendas nórdicas, llaman desde bien joven poderosamente la atención del joven idealista austríaco. Cuando Hitler ya había sido ungido Führer del Tercer Reich, August Kubizek, su amigo de juventud, recordaba así un frío atardecer de otoño…
“¡Fue el instante más impresionante vivido al lado de mi amigo! (…) Lo que más fuertemente ha quedado grabado de mi amistad con Adolf Hitler no son sus discursos ni tampoco sus ideas políticas sino aquella escena nocturna en el Freinberg. Con ello se había decidido de forma definitiva su destino. Es cierto que exteriormente se mantenía en su proyectada carrera artística, sin duda por consideración a su madre; pues para éste se aparecía ciertamente como un objetivo más concreto cuando decía que sería pintor artístico que si hubiera dicho: seré político. Sin embargo, la decisión de seguir por este camino tuvo lugar en esta hora solitaria en las alturas que rodean la ciudad de Linz. (…) Era un atardecer frío en que anochecía temprano. (…) Adolfo esta en la calle con su abrigo negro, el sombrero hundido sobre la frente. Me hace una seña, con impaciencia. Esta noche se representa en el teatro Rienzi, una ópera de Richard Wagner, lo que nos tiene en una gran tensión”.
Ya en la representación de la ópera, en el teatro, Hitler y su amigo presencian cómo el pueblo de Roma es subyugado y sometido a la servidumbre y al deshonor por la altiva y cínica nobleza.
Entonces surge Rienzi, un hombre sencillo y desconocido, el liberador del pueblo torturado y dice:
“Pero si oís la llamada de la trompeta
resonando en su prolongado sonido,
despertad entonces, acudid todos aquí:
¡Yo anuncio la libertad a los hijos de Roma!”
En un audaz golpe de mano Rienzi libera Roma pero acabará siendo traicionado por sus propios seguidores quienes acaban asesinándolo.
En la conjura para asesinarle, los nobles dicen:
“¿El populacho? ¡Bah!
Rienzi es quien hizo de ellos caballeros,
¡quitadles a Rienzi, y será lo mismo que era antes!”.
La chusma, excitada por los mismos poderosos que abusan de ella y la oprimen, se lanza contra quien pretendía liberarla: Rienzi. Entonces, este se dirige una vez más a la masa diciéndola:
“¡Pensad! ¿Quién os hizo grandes y libres?
¿No recordáis ya el júbilo,
con el que me acogisteis entonces,
cuando os di la paz y la libertad?”.
Mas ya nadie le escucha. De sus propias filas salen los traidores y antes de que las llamas hagan presa en él maldice al pueblo por el que vivió y combatió:
“¿Cómo? ¿Es esta Roma?
¡Miserables! ¡Indignos de este nombre,
el último romano os maldice!
¡Maldita. destruida sea esta ciudad!
¡Cae y púdrete, Roma!
¡Así lo quiere tu pueblo degenerado!”
Conmovidos tras presenciar la caída de Rienzi los dos amigos abandonan el teatro. Es media noche y la fría y húmeda niebla abraza las estrechas callejuelas del centro. Hitler camina serio y concentrado en sí mismo, las manos profundamente hundidas en los bolsillos del abrigo. Se dirigen hacia las
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