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Agustin de iturbide. La insurrección de Riego en España


Enviado por   •  13 de Mayo de 2016  •  Ensayo  •  13.611 Palabras (55 Páginas)  •  188 Visitas

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Agustín de Iturbide

La insurrección de Riego en España. Hacia el año de 1818 la fase militar de la insurrección de Morelos había prácticamente terminado y sólo se sostenían D. Vicente Guerrero y Ascencio con sus guerrillas en el Sur, pero aislados en las montañas, y aunque podían vivir y significar una molestia, el virrey contaba con suficientes hombres para hacerlos inofensivos, así que hubo dos años de calma relativa en México. Después de ellos, algo terrible sucedió en la Península, que perturbó tremendamente los espíritus en la Nueva España. El 1º de Enero de 1820, el coronel Rafael Riego, que tenía órdenes de embarcarse con sus tropas hacia Buenos Aires, volvió la cara y se encaminó a Madrid. La revolución popular del 8 de Marzo siguiente obligó al Rey a jurar la Constitución de 1812. Fernando VII, príncipe antes tan popular, había sido torpe en el manejo de los asuntos de su patria en tiempos por todos reconocidos como difíciles. "Los liberales desterrados, trabajando principalmente desde Londres, mantuvieron un fuego continuo de crítica y propaganda", escribe Lesley Byrd Simpson. "Los clubes masónicos y las sociedades secretas planeaban destronar al rey, y el mismo ejército estaba infestado de doctrinas masónicas. España quedó electrizada (con la rebelión de Riego). Los liberales y los masones salieron de sus agujeros y se apiñaron bajo la bandera de Riego. El gobierno reaccionario cayó sin dar un solo golpe, y Fernando se apresuró por segunda vez a jurar la Constitución de 1812". La Masonería estableció las llamadas juntas Patrióticas en los cafés, tales como el de la Fontana de Oro, y allí preparaban la llamada insurrección (motín) popular que necesitaban para conseguir sus fines. Las dichas juntas llegaron a multiplicarse tanto que las mismas Cortes hubieron de suprimirlas (decreto de 21 de Octubre de 1820) para evitar excesos. El partido constitucionalista de España se dividió en dos grupos: los extremistas y los moderados. Los extremistas urgían las leyes anticlericales y entre ellos se contaba la mayoría de los diputados enviados por México y las otras Américas, porque se les prometía independencia, aunque sin intención de cumplir lo prometido. Lucas Alamán dice que, cuando las Cortes de España estaban suprimiendo y encadenando a las órdenes religiosas, un diputado de México pidió y obtuvo la supresión de los betlemitas, que se dedicaban a la educación pública, la de los hipólitos, que cuidaban a los locos, y la de los juaninos, que tenían hospitales, además de los jesuitas y otras órdenes suprimidas en España. Esas medidas eran provocadas por el ansia de acabar con todos los frailes. El 20 de Abril de 1820 llegaron a México las noticias de la insurrección de Riego y de sus consecuencias. Como era natural, muchos creían que con eso empezaría una nueva era de libertad para México, y de ese parecer eran los comerciantes de Veracruz, españoles en su mayoría, los oficiales de la fuerza expedicionaria recién llegada, muchos de los que deseaban todavía la independencia, y otros, por diversos motivos. Sin embargo, muchos hombres reflexivos, tanto peninsulares como criollos, estaban temerosos de que los acontecimientos de España no fueran sino precursores de una nueva erupción en México. Especial preocupación les causaba la actitud anticlerical de las Cortes españolas. Plan de La Profesa. Lo mismo que en cualquiera otra parte, cuando había problemas serios que afectaban al país, la gente se reunía y charlaba de eso. El Dr. Matías Monteagudo era Superior del Oratorio de San Felipe, en la iglesia aún hoy llamada La Profesa, en la Avenida Madero de México. Hombres prominentes, seglares y eclesiásticos, solían reunirse a tratar sus asuntos en casa del Doctor Monteagudo, con la idea de hallar un plan que evitara todos los horrores de las anteriores revoluciones, y diera como resultado la independencia nacional. La fórmula que hallaron fue la siguiente (y por cierto recordaba el modo de pensar de Hidalgo): Fernando VII se vio forzado (cuando lo de Riego) a jurar la Constitución con sus cláusulas inicuas antirreligiosas, y por lo tanto la cédula real que hacía valedera, la Constitución para México (país que por lo pronto les interesaba) era inválida. Ahora bien, entre tanto que el rey no quedase libre, la Nueva España debería ponerse en manos del virrey Apodaca, que era persona respetable, el cual gobernaría a México según el código antiguo, llamado Leyes de Indias, especialmente adaptado a las necesidades de México. Hasta allí todo estaba bien. Lo que necesitaban, empero, era un hombre de armas y de influencia, con soldados, que quisiera proclamar este plan. Para ellos la cuestión era conseguir la independencia de un modo nuevo, sin derramar sangre, como era su esperanza que sucediese. El hombre más indicado en quien pudieron pensar fue el coronel D. Agustín de Iturbide. Don Agustín de lturbide. Nació en Valladolid (Morelia), el 27 de Septiembre de 1783, siendo sus padres un español vasco y una mexicana, bastante bien provistos de recursos. Hizo sus estudios en el seminario de Valladolid, y a los 15 años se encargó de la administración de la hacienda de su padre y luego abrazó la carrera militar. Contrajo matrimonio, a los 22 alias, con Doña Ana María Huarte, de Valladolid. Alamán describe a Iturbide como hombre de buena estatura, hermoso, afable, de modales educados, de conversación fácil y persuasiva. En su porte se notaba un aire de distinción, que le ganaba la estimación y aun el respeto de sus jefes. Cuando Hidalgo estaba en Valladolid, mandó llamar a Iturbide y le prometió nombrarlo Teniente General si reunía sus fuerzas con él, y librar del saqueo la hacienda de su padre, pero lturbide rehusó. La razón de esto la dio en su manifiesto de Liorna al decir que no aceptó el tomar parte en el movimiento libertador de Hidalgo porque le pareció muy mal trazado su plan y que solamente produciría desorden, derramamiento de sangre y destrucción, sin conseguir lo que pretendía. Alfonso Junco opina que, en el fondo de su corazón, lturbide quería la independencia. México, que ya tenía 300 años de edad, semejaba una hija de familia que llega a la edad en que anhela establecer su hogar. El deseo de la independencia era un resultado natural del desarrollo político, y México había recibido de España una civilización maravillosa, admirada por Alejandro Humboldt, unas Leyes de Indias, que son un monumento de sabiduría magnánima, la paz de tres siglos, y en general un buen gobierno en manos de virreyes a veces sumamente competentes, justos y paternales, como Mendoza, Velasco, Revillagigedo y otros, y sólo había habido que lamentar abusos que se presentan en todo gobierno, y en todo país y en las colonias de toda nación. Todo eso había quedado trastornado al ser España invadida por Napoleón . El mismo Calleja, Comandante de las fuerzas realistas, había escrito al virrey Venegas el 28 de Febrero de 1811: "Los naturales (criollos) y aun los europeos (españoles) están convencidos de las ventajas que resultarían (para esta tierra) de un gobierno independiente". Pero Iturbide temía la anarquía que resultaría de los planes mal pensados de Hidalgo; por lo cual se puso de parte de la conservación del orden, representado por el gobierno del virrey, como lo había hecho Washington, cuando peleó por Inglaterra en la guerra francesa y en la de los indios. Para esta fecha, empero, ya esas batallas habían pasado, e Iturbide tenía 37 años. Como no mandaba tropas, llevaba una vida sin aprietos, y hasta rica y regocijada en la ciudad de México. Los sucesos de España le daban qué pensar, y aguardaba a que algo sucediera. Así parece que se sienten muchos militares de carrera en no pocos países. Algún rumor de lo que se estaba fraguando llegó a oídos de Apodaca, quien mandó llamar a lturbide para tratar a solas con él. La discusión se efectuó como entre caballeros y Apodaca habló comprensivamente de las difíciles circunstancias que rodeaban al Rey Fernando VII, pero no se comprometió en nada. Un acontecimiento en Veracruz obligó al virrey a jurar la Constitución, y abrió camino al plan de La Profesa. La Constitución de Cádiz puesta en vigor en México. El 30 de Mayo de 1820 el Virrey recibió una clara información de que el 24 de Marzo anterior el sobre sellado que contenía la Constitución de Cádiz, había sido enviado desde allí, que era el lugar de sesiones de las Cortes. El Virrey se desazonó mucho, y trató con la Audiencia sobre lo que debería hacerse. Por otro lado, los comerciantes españoles de Veracruz, que eran casi todos masones, y se hallaban hábilmente dominados por dos criollos influyentes, esperaban neciamente que la dicha constitución traería la independencia, pero sospechaban que el Virrey Apodaca, dejado a sí mismo, no proclamaría la constitución. Don José Dávila era a la sazón Mariscal de Campo y Jefe de la plaza de Veracruz, Allí se tramaba un golpe de estado como el de Riego, y en consecuencia un batallón, compuesto principalmente de comerciantes veracruzanos, marchó inesperadamente el 24 de Mayo de 1820 sobre el palacio del gobernador Dávila exigiéndole que públicamente jurase la constitución. Dávila repuso que el asunto era más bien cosa del Virrey; pero viendo que no lograría imponerse al motín, hizo el juramento pedido. Apodaca temió una repetición en México de lo de Veracruz y también juró la constitución, al día siguiente. Pero con ese acto el panorama cambió totalmente y el gobierno de México quedó apoyado en una base completamente distinta. Todas las leyes antirreligiosas de las Cortes españoles y las ordenaciones emanadas del Consejo de Estado, que gobernaba cuando las Cortes no estaban reunidas, tenían que ponerse en vigor en México. El pueblo aquí tenía toda la razón para sentirse irritado, y hasta hubo amenazas en algunos lugares de resistir con las armas a la ejecución de las leyes. Apodaca tuvo que moderar las cláusulas y provisiones antieclesiásticas para evitar la resistencia popular. Esa misma Constitución ya había sido aplicada en 1812, y aun Morelos y el Congreso de Chilpancingo habían pedido el restablecimiento de la Compañía de Jesús. Según dice Alamán, los jesuitas salieron secretamente una noche de Puebla, para evitar una demostración pública, porque la gente había determinado levantarse en su defensa. Las propiedades de los religiosos desposeídos habían sido aplicadas al erario público y dilapidadas escandalosamente. Es la historia de la secularización que se repite una y otra vez. Cuando Tomás Cromwell expropió los monasterios y casas religiosas en Inglaterra (1535), los enviados del gobierno se quedaron con el botín, y actualmente la riqueza de muchas familias prominentes de Inglaterra proviene de aquellos actos de despojo brutal. Cuando las casas e instituciones religiosas de caridad fueron secularizadas en Francia, bajo el infame régimen de Combes (1901-1905), sucedió con frecuencia que el dinero obtenido de la venta no cubría ni los gastos de liquidación. O era una mentira lo que se decía de las riquezas, o había quien se enriquecía legalmente. En nombre de la libertad, se suprimían instituciones de caridad y el dinero y el espíritu de caridad se disipaban en el aire. Eso es lo que aconteció en México en 1820, y lo que ha vuelto a suceder una y otra vez en este país, hasta la época de Ávila Camacho. Ya se ve que la gente tenía que estar amargamente molesta. Era a sus hijos e hijas a los que se desposeía y eran sus instituciones de caridad las saqueadas y arruinadas. Un sentimiento general reinante hacía prever que no tardarían en ocurrir serios disturbios después de la insurrección de Riego y del incidente de Veracruz y de la aplicación de las cláusulas confiscatorias y persecutorias de la Constitución de Cádiz y de los decretos del Consejo. El 24 de Octubre de 1820 el Procurador General, José Hipólito Odoardo, expresó su temor, diciendo que no podría precisar exactamente cuándo sobrevendría la erupción, la cual podía acontecer en cualquier tiempo; pero que, si las cosas iban como iban, sería antes de un año. Parecidos fueron los presentimientos que el virrey comunicó a Alamán. Iturbide forja su plan Iturbide, que creía en su destino, rumiaba las ideas que bullían en su cerebro y se reservaba su parecer. Recordaba los sangrientos sucesos en tiempo de Hidalgo y de Morelos, y no quería que se repitieran; pero pensaba que, si él tuviera el prestigio de algún mando militar, conseguiría la independencia de un modo relativamente incruento. La suerte volvió a favorecerlo, El General Armijo, jefe de la zona meridional, o sea, de Michoacán y Acapulco, había renunciado a su cargo, por mala salud. Apodaca designó sucesor a lturbide y éste aceptó el cargo en el que iba incluida la lucha contra Guerrero y los suyos, aunque le desagradaba el clima. Antes de salir de México, Iturbide logró su promoción a Brigadier y el mando de su antiguo batallón de Celaya. El 16 de Noviembre de 1820 salió de México para hacerse cargo de su mando, y ya con los planes hechos. El Virrey le dio dinero y 2479 hombres. A su vez Iturbide escribía que esperaba pronto dar gracias a Dios "por haber concedido la paz a todo el país y por haber reconciliado los intereses de todos sus habitantes". Algunos de los soldados de Iturbide eran de tierra fría y estaban resueltos a desertar, porque no les agradaba el insalubre clima del Sur. Iturbide, siempre afable y convincente en su trato, confió sus planes bajo estrechísimo secreto a Francisco Quintanilla, uno de sus oficiales, y luego a todos los demás oficiales, bajo el mismo secreto, que todos guardaron cuidadosamente. Sus primeros encuentros con las fuerzas de Guerrero fueron descalabros. El 10 de Enero de 1821 escribió una carta a Guerrero, rogándole que se sometiera al Virrey, para la completa paz y la felicidad del país, Guerrero contestó volviendo la petición y diciendo a lturbide que él se pasase a su lado para pelear por la independencia. En su respuesta de 4 de Febrero, Don Agustín despachó a Antonio Mier y Villagrán para que conferenciase sobre ese asunto en Chilpancingo con Guerrero, y al mismo tiempo envió otros agentes confidenciales a los jefes de significación, tales como Negrete y Torres. Los diputados mexicanos a las Cortes de España estaban en Veracruz listos para embarcarse, Se contaba entre ellos el historiador Lucas Alamán, y, por extraño que parezca, todos guardaron bien el secreto. Algunos pensaban que sería mejor establecer una república, otros preferían la monarquía, y otros opinaban que primero habría que lograr la independencia y luego discutir la forma de gobierno. Figueroa por fin logró convencer a Guerrero de que aceptase el plan de Iturbide. Entonces Iturbide escribió a Apodaca Ilevándole la noticia halagadora de que Guerrero se sometía, pero diciéndole que consideraba mejor el no apresurar las cosas, sino dejar a Guerrero el mando teórico de sus tropas, y que él (Iturbide) necesitaba dinero para pagar a los soldados. El virrey no supo leer entre líneas y envió el dinero; pero la suma no bastó a Iturbide para llevar a cabo sus planes, y así mandó detener un convoy que transportaba 525,000 pesos a Acapulco, dinero que los comerciantes mexicanos mandaban a Manila. Se supone generalmente que buen número de comerciantes eran secretamente adictos al plan de Iturbide y que si enviaban dinero precisamente entonces, era para ayudarle sin llamar la atención ni hacerse sospechosos. De todas maneras Iturbide escribió a cada uno, asegurándoles que el dinero les sería devuelto, ya fuese por el gobierno, si es que el Virrey aceptaba su plan, o tan pronto como se consumase la independencia, si no lo aceptaba. El Plan de Iguala. El 24 de Febrero de 1821 Iturbide firmó y proclamó en la pequeña población de Iguala su famoso plan para lograr la independencia y la paz para México que se conoce en la Historia como Plan de Iguala. Las docenas y docenas de planes que se han proclamado en México durante los ciento veinte últimos años, hacen la historia de México no poco 'nada. "Un Plan escribe Lesley Byrd Simpson- es la proclamación de las intenciones o normas de los dirigentes de una rebelión. Es la justificación para apoderarse del gobierno por la fuerza. La fuerza sólo puede ejercer por los militares; luego un Plan es el instrumento por el cual un jefe militar presenta su conducta como aceptable a todo el país. Los Planes algunas veces significan algo, y más a menudo quieren decir que alguien quiere el poder y lo que éste trae aparejado. Todos los gobiernos de México, desde Iturbide hasta hoy, han sido implantados por la fuerza de las armas y justificados por Planes. Así pues, el plan puede considerarse como la constitución fundamental de México". "El plan de Iguala hecho por Iturbide -admite Lesley Byrd Simpson- tenía muchas cosas que lo recomendaban a un país cansado de guerras. Proclamaba la independencia completa e inmediata respecto de España, agraciando al mismo tiempo a los criollos y a los insurgentes; proclamaba también un trato igual para criollos y españoles, atenuando con eso la alarma perpetua de los gachupines; proclamaba asimismo la supremacía de la religión católica y la intolerancia para las demás, y, lo más asombroso y significativo de todo, colocaba las garantías de todas esas cosas en manos del ejército, que por ese motivo se llamó el Ejército de las Tres Garantías o Trigarante". Este plan había sido anteriormente impreso en Puebla, y por eso, el mismo día en que Iturbide lo proclamó, envió copias firmadas al Virrey, al Arzobispo de México, a varios generales y a las Cortes de España. El 1º de Marzo lo dio a conocer a todos los oficiales de su ejército reunido en Iguala y a la mañana siguiente los oficiales juraron guardado, y los soldados hicieron otro tanto por la tarde. Ofrecieron a lturbide el título de Teniente General, pero él no lo aceptó, y tomó el de primer Jefe del Ejército de las Tres Garantías. En su carta oficial al Virrey escribía: "Conozco el tamaño de los males que nos amenazan. Me persuado que no hay otro medio de evitarlos que el que he propuesto a Vuestra Excelencia, y veo con sobresalto que en sus superiores manos está la pluma que debe escribir: Religión, Paz, Felicidad o Confusión, Sangre, Desolación a la América Septentrional". El Virrey respondió inmediatamente rogándole que abandonase el plan, y el 16 de Mayo de 1821 Iturbide escribió al rey Fernando VII. Intolerancia y tolerancia. En su discurso de despedida a los Estados Unidos, de 17 de Septiembre de 1796, Jorge Washington dijo que "de todas las disposiciones y costumbres que conducen a la prosperidad política, la religión y la moralidad son los indispensables apoyos". Filosófica e históricamente, Iturbide se hallaba con Washington en un mismo pedestal, el de la primera garantía, la religión. La intolerancia de otra religión fuera de la católica puede parecer extraña. Sin embargo no debemos, en general, leer la historia hacia atrás y esperar puntos de vista y actitudes propias de 1950 en años como el de 1821. Seda una necedad el censurar a cualquier pueblo o nación del mundo, por no tener en 1821 teléfonos, radios, automóviles, aviones y un sistema completamente desarrollado de educación popular como el que tenemos en 1950. "Comenzando por las medidas sanguinarias de Isabel, que fueron completadas con leyes menos enérgicas pero más efectivas, hasta los tiempos de Jorge III -escriben los autores de la Catholic Encyclopedia Dictionary-, una serie de leyes penales fueron promulgadas para abolir la práctica de la religión Católica en la Gran Bretaña. En Inglaterra la primera Ley de Alivio para los Católicos fue propuesta en 1778, pero no fue aprobada. A pesar de sus continuas peticiones, los católicos no pudieron conseguir nada, hasta que en 1810 Daniel O'Connell fue elegido jefe de la lucha por la emancipación. El proyecto de "Ley de Alivio de los Católicos" presentado en Marzo de 1829, fue sancionado como ley el mes siguiente. En Diciembre de 1926 se aprobó otro proyecto de Alivio de los Católicos, que abolía algunas disposiciones todavía contrarias a los católicos y que ya no se aplicaban, pero que permanecían legalizadas". El Papa León XIII llama la atención acerca del hecho de que "la Iglesia católica se esfuerza en que ninguna persona sea compelida a aceptar la fe católica contra su voluntad, puesto que, como sabiamente lo advierte San Agustín: 'El hombre no puede creer sino por su propia libre voluntad'”. El segundo punto del Plan de Iguala era la Unión, es decir, un trato igual para españoles y criollos, en contraposición a lo que Hidalgo había proclamado y practicado, que era la persecución y la muerte de los gachupines. En el plan de Iturbide el amor había de ocupar el sitio del odio. Todos los habitantes "sin distinción alguna: europeos, africanos e indios son ciudadanos de esta monarquía, con derecho de ocupar cualquier puesto, de acuerdo con sus méritos y capacidad, y sus personas y propiedades serán respetadas". El tercer punto era independencia que significaba inmediata y completa separación de España. "La hija llega a la mayor edad -escribe Junco-- y se separa del solar paterno para formar su hogar propio. Tiene elementos para valerse por sí misma, quiere gobernar con la prontitud y eficacia que impiden las lejanías y restricciones de la metrópoli, pero ama y venera a sus padres". El Plan de Iguala incluía la monarquía constitucional. El Plan de Iguala daba las normas de una monarquía constitucional, y esto porque la monarquía era la forma de gobierno mejor conocida en aquella época. Todos los países de Europa eran monarquías, y aunque Francia había hecho la experiencia de una república, el resultado había sido malo, y sobre las ruinas de ella Napoleón había levantado un imperio, pero después de caído éste, la monarquía había vuelto con Luis XVIII. La única república próspera a la que Iturbide podía volver la vista, era la joven república de los Estados Unidos; pero allí los antecedentes habían sido diferentes, porque, aun en las ocho colonias reales, en las que la Corona designaba al gobernador, la asamblea legislativa era elegida por un número pequeño de personas con derecho de votar. Las asambleas legislativas no podían quitar a un gobernador de su puesto, pero de ellas dependían los gastos y aun podían retener el sueldo al gobernador. Conccticut y Rhode Island eran colonias con gobierno autónomo y los votantes elegían a todas sus autoridades, desde el gobernador abajo. Las juntas ciudadanas de New England eran otras tantas escuelas de participación en el gobierno. Como México carecía de preparación cívica, lturbide determinó implantar la monarquía constitucional como la mejor forma de gobierno para aquel pueblo, y el hecho es que en realidad México nunca ha tenido un gobierno de forma genuinamente republicana, sea cual fuere el nombre con que se le haya designado. México siempre ha tenido un régimen personal, el gobierno de un solo hombre, de ordinario el vencedor en la última revolución, y aun su actual gobierno es el del partido único. El Plan de Iguala invitaba al rey de España, Fernando VII, para quien las cosas no iban bien, a subir al trono de México, y si acaso no le interesaba el ocupado personalmente, entonces podría enviar a uno de sus hermanos, o al Archiduque Carlos de Austria. Pero si ninguno de éstos aceptaba, el futuro Congreso escogería a algún príncipe de alguna casa reinante, para evitar disputas o rivalidades. De ese modo fue proclamado en Brasil Don Pedro I, en Septiembre de 1822. Esta última condición fue posteriormente mudada en los artículos de Córdoba, para permitir que el Congreso nombrase al regente, aunque no perteneciese a ninguna casa reinante, dejando con esto la puerta abierta para Iturbide. Como era de esperarse, Apodaca tomó inmediatas medidas para desbaratar el movimiento de independencia y ofreció completa amnistía a cuantos hubiesen jurado el Plan de Iguala, incluso el Primer Jefe, e hizo que el anciano padre y la esposa de Iturbide le escribiesen para que desistiera de sus proyectos. Cuando sus soldados terminaron de prestar su juramento al Plan de Iguala el 1º de Marzo de 1821, Iturbide cerró su fogoso discurso con estas palabras: "Soldados, yo juro no abandonar la tarea que hemos emprendido, y si es necesario, mi sangre sellará mi eterna fidelidad". Así se mantuvo, a pesar de que, habiendo sido proscrito por el Virrey, perdería la vida, si caía en sus manos. El Ejército de las Tres Garantías. Iturbide tenía 2,400 hombres contra 84,000 del Virrey. El primer entusiasmo de sus seguidores se resfrió, y no faltaron desertores notables. Además, eran muchas las fuerzas opuestas a sus planes. Como dice Lesley Simpson: "los escépticos, los masones y los liberales se sentían poco numerosos y vencidos. El ejército trigarante ganaba una victoria fácil". Pero no durante los dos primeros meses. La francmasonería, ampliamente extendida, se oponía a la independencia propuesta por Iturbide y cifraba sus esperanzas en la Constitución. Pero cuando Iturbide se repuso de su primer contratiempo, conquistó el país por aclamación. Siguiendo su plan de evitar todo derramamiento de sangre en cuanto pudiera, y valiéndose de su atracción, se fue ganando uno tras otro a los jefes, quienes acudían en tropel a ponerse bajo su bandera, tales como Guerrero, Negrete, Herrera, Bravo, Guadalupe Victoria, Santa Anna y otros. Una provincia en pos de otra se declararon en favor del Plan de Iguala en rápida sucesión. El defensor de Querétaro era Luaces, e lturbide pensó en hacer una visita de cortesía a su esposa; pero enterado de que ya se había retirado a sus habitaciones, por ser de noche, resolvió ir a verse con Luaces en el mismo campamento enemigo. En compañía de un solo ayudante partió hacia allá, y, al ser detenido por la voz del centinela que gritaba "¿Quién vive?", respondió tranquilamente: "Iturbide". Los soldados, sorprendidos, se apiñaron para ver al valiente, y le abrieron paso para que entrase. Tales eran sus maneras de conquistar los ánimos, que con instinto de hidalguía y magnánimo corazón empleaba lturbide. La adhesión al Plan de Iguala, lograda en las provincias, produjo el efecto de un derrumbe desmoralizador de las fuerzas del gobierno central de México, y sucedía que oficiales y soldados simplemente se pasaban al lado de Iturbide, sin que el virrey Apodaca pudiese oponer resistencia o defensa militar, porque no sabía quiénes eran o podían ser todavía adictos a España y a la Constitución de Cádiz. El 5 de Julio de 1821 las Logias resolvieron destituir al Virrey, porque sospechaban que era favorecedor de Iturbide. Esa noche las fuerzas expedicionarias españolas rodearon el palacio del Virrey y el Tenientecoronel Bucelli y el Capitán Llorente y Carvallo entraron por fuerza hasta La pieza donde Apodaca, el General Novella, Liñán y otros se encontraban tratando de ver el modo de detener a Iturbide. Los intrusos censuraron acremente al virrey por su conducta en el terreno militar y exigieron su inmediata renuncia, Apodaca con calma negó las acusaciones; pero renunció y el general Novella, aunque sin mucha voluntad, aceptó el cargo de Virrey interino. Poco después, Apodaca se embarcó en Veracruz rumbo a España. Novella se halló en aprietos, porque, aunque según la Constitución de Cádiz, los virreyes, al tornar posesión debían prestar su juramento ante la Junta Provincial, ésta no quería a Novella por Virrey, y los diversos oficiales de gobierno iban desertando de sus puestos por diferentes pretextos, o bien manifestaban abiertamente su desaprobación de todo lo hecho, y en consecuencia, las cosas se ponían cada vez más turbias. La provincia de Oaxaca aceptó el Plan de Iguala en el mes de Julio de 1821, y entonces no le quedaron a la antigua España más puntos que el Fuerte de Perote y las ciudades de México y de Durango, con los puertos de Acapulco y Veracruz. El día 2 de Agosto el Primer Jefe entró en Puebla en medio del delirante regocijo del pueblo, y Alamán refiere que algunos gritaron "¡Viva Agustín I!" El Ejército Trigarante se acercaba lentamente rodeando a México, para cuya defensa sólo podía oponer Novella unos 5,000 hombres, y la gente carecía de entusiasmo. Hacía exactamente trescientos años, casi en la misma fecha, que Cortés había tornado la ciudad de México, y ahora España tenía que luchar de nuevo para mantener el último baluarte de su soberanía allí mismo, y no contra los aztecas, sino contra sus mismos hijos. El último Virrey Don Juan O'Donojú. Nuevamente, sin embargo, lo que tantas veces ocurre en la complicada historia de México, las cosas tomaron un giro totalmente inesperado. El 30 de Julio de 1821 llegó a Veracruz don Juan O'Donojú, el hombre a quien las Cortes de España habían nombrado Virrey de la Nueva España. Como el camino a México estaba interrumpido, por las tropas de Iturbide, el nuevo Virrey prestó su juramento de rigor en manos de Dávila, en Veracruz. Luego hizo dos cosas extrañas: lanzó una proclama, en la cual decía que, si su administración no llenaba los requisitos, de tal modo que se viese que contaba con la aprobación colectiva, "a la menor señal de disgusto los dejaría elegir el jefe que creyeran convenirles". Además, envió una carta a Iturbide, que se hallaba en Puebla, diciéndole que lo que éste había solicitado de Apodaca, podía ser otorgado, y le pedía un salvoconducto para que los asuntos pudiesen arreglarse provisionalmente, en espera de la aprobación del rey y de las Cortes. Iturbide mandó inmediatamente una copia de la proclama y de la carta a Novella, el cual apenas podía creer a sus propios ojos. Se concertó un armisticio mientras se verificaba lo anterior, e Iturbide señaló la Ciudad de Córdoba, cerca de Orizaba., en el Estado de Veracruz, para tener su conferencia con O'Donojú. El 24 de Agosto de 1821, fiesta de San Bartolomé, y día de precepto en aquella época, ambos jefes asistieron juntos a misa en la parroquia de la ciudad aun antes de haberse entrevistado, y cada cual ocupó un sitio de honor en el presbiterio. El Tratado de Córdoba. La conferencia se tuvo al día siguiente en Córdoba, y el tratado que se firmó contiene los siguientes puntos: 1.- Se aprobó totalmente el Plan de Iguala, menos en lo referente al Archiduque Carlos de Austria, que quedó eliminado, y en el caso de que el rey de España o sus parientes rehusasen aceptar el trono de México, no habría necesidad de que las Cortes nombrasen a un miembro de alguna casa reinante. Al hacerse esta enmienda, como dijimos antes, se le abría la puerta a lturbide. 2.- Una Junta de Gobierno (mientras llegaba el soberano) convocaría un Congreso constituyente. La junta de Gobierno podría legislar únicamente mientras las Cortes no estuvieran en sesión, y en todas las otras materias gobernaría una Junta de Regencia, de tres miembros. Uno de estos tres miembros de la Regencia sería el propio O'Donojú. El primer Jefe nombraría a los miembros de la Junta de Gobierno, entre los más distinguidos de todas las clases, y O'Donojú sería uno de ellos. En otras palabras, primero se nombraría esta Junta de Gobierno, y ella escogería a los de la Regencia. 3.- Se acordó que los españoles que quisiesen regresar a España, podrían hacerla llevándose su dinero y sus bienes personales. 4.- O'Donojú se comprometía a hacer que las fuerzas expedicionarias españolas regresasen a España, sin causar efusión de sangre, pero hasta la fecha de su embarque los sueldos de la tropa serían pagados por el gobierno de México, quien también pagaría los gastos de embarque en Veracruz. O'Donojú explica sus actos extraños e inesperados en una carta a Novella: "Por mi destino y representación estaba autorizado a obrar en circunstancias apuradas y difíciles; he tratado como el primer español que se halla en este país, por ser el más condecorado por el gobierno y con la única persona con quien podía tratar, por ser la que disponía de la fuerza y de la pluralidad de sufragios". Es evidente que O'Donojú se daba perfecta cuenta de que la dominación española en México había terminado, y trataba de salvar todo lo que se pudiera para la casa real, para España y para los hijos de ésta, que en México luchaban por su independencia, mientras, a la vez, fortalecía los lazos de unión entre México y la Madre Patria. Una fiesta en México al estilo romano. En cumplimiento del Tratado de Córdoba, Iturbide nombró a los 38 miembros de la Junta de Gobierno. Más tarde, en su Manifiesto de Liorna escribió que su intención había sido elegir a los mejores hombres de todos los partidos y clases, ya que esa sería la única manera en aquella sazón de contar con la opinión del pueblo. La Junta trabajó febrilmente, y dio a lturbide los títulos de "Soberano" y "Majestad" y determinó los pormenores de la solemne entrada del Ejército Trigarante en México, para el 27 de Septiembre de 1821, que era el día en que el "Libertador" cumplía 38 años. Tenía que ser una fiesta al estilo de un triunfo romano, y lo fue. Iturbide cabalgaba a la cabeza del Ejército Trigarante compuesto de 16,000 hombres, la mitad de los cuales eran de caballería. La ciudad estaba loca de entusiasmo y en cada casa se veían los colores de la Bandera de las Tres Garantías: Blanco (Religión), Rojo (Unión) y Verde (Independencia). De los balcones de las casas y edificios públicos colgaban ricos tapices, y las damas lucían sus sedas y joyas de los días de gala. Por doquiera se notaba el delirio de alegría por el gran "libertador". Llegado éste frente a la catedral, que se hallaba suntuosamente adornada, se apeó del caballo, para entrar a dar gracias a Dios por la victoria y la independencia. Luego cruzó hacia el Palacio Nacional, antigua residencia de los Virreyes, donde le esperaba O'Donojú, el último de la prolongada línea de Virreyes españoles, con otros oficiales del gobierno, que le dieron una calurosa bienvenida. Luego salió al balcón histórico, desde donde se han pronunciado tantos discursos, buenos y malos, y pronunció el suyo, del que entresacamos las frases notables que siguen: Mexicanos: Ya estáis en el caso de saludar a la patria independiente, como os lo anuncié en Iguala... Ya sabéis el modo de ser libres; a vosotros toca señalar el de ser felices... Y si mis trabajos, tan debidos a la patria, los suponéis dignos de recompensa, concededme sólo vuestra sumisión a las leyes, dejad que vuelva al seno de mi amada familia, y de tiempo en tiempo haced una memoria de vuestro amigo. Esta fue la luna de miel de Iturbide como Jefe de Estado. Luego seguía el duro y serio trabajo de administración política, tarea difícil después de una revolución, que ya Washington había conocido por experiencia después de Yorktown. La declaración de la independencia El 28 de Septiembre de 1821, a las ocho de la mañana, la Junta Provisional Gubernativa, compuesta de 38 miembros, que había de gobernar hasta el establecimiento del gobierno definitivo acordado en el Plan de Iguala y en el Tratado de Córdoba, se reunió en el Palacio Nacional. El mismo lturbide había escogido a los componentes de esta Junta, con miras a valerse de gente capaz en representación de las diversas clases y categorías sociales. Entre ellos se contaba el Obispo de Puebla, jefes de ejército, abogados, sacerdotes, hombres de negocios, empleados públicos y hacendados. Venía a ser una representación corporativa y, desde el punto de vista de un gobernante, estaba bien hecha la selección; pero no lo estaba desde el punto de vista de un político, porque no incluía a la mayoría trabajadora. Después de un breve discurso de lturbide, todos se dirigieron a la Catedral para jurar el Plan de Iguala y el Tratado de Córdoba, y luego tuvieron una corta sesión en la que se eligió a Iturbide como presidente de la Junta Gubernativa. Por la noche, a las ocho, volvió a reunirse la Junta Gubernativa y declaró solemnemente, por medio de la Junta Suprema del Imperio, que la Nueva España, México, "es una Nación soberana e independiente de la Vieja España, con la cual no tendrá en lo futuro ninguna unión, fuera de los lazos de estrecha amistad, según se previene en el Tratado (de Córdoba)". Esta declaración de independencia proclamaba el fin de la dominación de España en México. Iturbide era el designado como Primer Jefe del Ejército Imperial de las Tres Garantías. Se nombró una comisión de la Regencia con cinco miembros, e lturbide, renunciando a la presidencia de la Junta Gubernativa, que era de carácter legislativo, aceptó la de la Regencia, que era ejecutiva, Entonces se le dio el título de Majestad, y manejó los asuntos como si fuera rey. La Junta creó cuatro secretarios: Manuel Herrera, que no tenía más experiencia que la de haber representado a Morelos con los piratas de Nueva Orleans; Maldonado, como tesorero, que era un hombre honrado, pero falto de iniciativa; José Domínguez, secretario de Justicia, y Miguel Medina, ministro de la guerra. Fernando VII y sus hermanos habían sido invitados a ocupar el trono de Nueva España y no lo habían aceptado; pero el Tratado de Córdoba determinaba que habría una monarquía constitucional, y como la Nueva España había sido regida por Virreyes durante trescientos años., la mayoría del pueblo pensaba en la monarquía como en la forma natural de gobierno. Iturbide, por su parte, había sucedido al último Virrey, cuando O'Donojú voluntariamente aceptó el Plan de Iguala, ligeramente modificado por el Tratado de Córdoba, y de facto ejercitaba las funciones de Virrey y de Rey. Por ser así la mentalidad de la época, la Junta Gubernativa hizo Regente honorario al padre de Iturbide con los correspondientes honores y sueldo. Todavía presa del primer desbordante entusiasmo por el Imperio Mexicano y por el bizarro Libertador, votaron a su favor el regalo de un gran terreno de la nación, en Texas, de unas 20 leguas cuadradas, y un millón de pesos. Pero Iturbide no quiso aceptar ninguna de estas muestras de afecto. También votaron que su sueldo fuese de 10,000 pesos mensuales, retroactivo al 24 de Febrero de 1821, fecha del Plan de Iguala. Iturbide cedió la parte retroactiva al ejército. Antes de entrar con sus tropas en México, había propuesto honores y condecoraciones a los oficiales que le habían ayudado a conseguir la independencia, y ahora, en conformidad con eso, la Regencia decretó las correspondientes promociones para los jefes más conspicuos, entre ellos Vicente Guerrero, Nicolás Bravo y Echávarri. Iturbide había prometido el 22 de Marzo de 1821 a cada soldado que se uniese al ejército trigarante en sus primeros seis meses, una anega de tierra y una yunta de bueyes. Aunque la Junta aprobó esta promesa, no hay memoria de que algún soldado haya pedido su cumplimiento, ni de que se haya dado lo ofrecido. El 9 de Noviembre de 1821 Iturbide propuso a la Regencia que se creasen una o dos órdenes militares, para recompensar a personas de distinción y mérito, y de ahí nació la Orden de Guadalupe. Las órdenes de Caballeros e Hidalgos, los caballeros de la Mesa Redonda del Rey Arturo, los Paladines de Carlomagno y otros, tienen algo de romántico y atractivo en sí mismos. "En torno a los magnates anglosajones se hallaban reunidos una muchedumbre de paniaguados y dependientes de todo rango y condición, y hay bastantes pruebas de que entre ellos había algunos llamados 'nichtas', que no siempre eran los más humildes o los menos importantes". Hasta hoy el Reino Unido tiene ocho órdenes de caballería, de las cuales la de la Liga es la más antigua y la más ilustre, pues data del siglo XIV. Si México iba a tener una monarquía, ¿por qué no había de tener también sus Caballeros de Guadalupe? Presupuesto y gastos. Durante su campaña por la independencia de México, Iturbide había decretado que los impuestos que cobraban los virreyes se redujesen a la mitad. Este decreto fue aprobado por la Junta, y eso en un tiempo en que el gobierno urgentemente necesitaba dinero para pagar las pensiones de los soldados y los sueldos de las tropas españolas, según se había acordado en Córdoba. Asimismo exigían erogaciones el mismo gobierno aumentado, que debía medio millón de pesos incautados cerca de Acapulco para su campaña, y las deudas del gobierno virreinal, etc. El nuevo gobierno necesitaba dinero, y lo necesitaba con urgencia. Por otra parte los daños de la guerra, acabada apenas, estaban sin reparar, la mayoría de las minas se encontraban inundadas, y la agricultura y la ganadería no habían revivido lo bastante. La Junta autorizó a Iturbide a negociar un empréstito de un millón y medio de pesos, suma completamente insuficiente para satisfacer los más urgentes apuros. La aguda penuria oficial se acentuó más por el regreso de muchos españoles a la península, llevándose sus dineros. También se permitió, según el tratado de Córdoba, a los antiguos empleados del gobierno virreinal, el regreso a su tierra llevándose su dinero, y todo junto produjo un éxodo de españoles tan grande, que el gobierno, a petición de Iturbide, se negó a conceder más pasaportes. A medida que se iba calmando el primer entusiasmo por la independencia, se perfilaban diversas opiniones políticas. Hubo muchas hojas volantes en la ciudad de México, en la mayoría de las cuales se rogaba a Iturbide que aceptara la corona imperial, pero otras se inclinaban a favorecer la republica, y otras querían que el Plan de Iguala se ejecutase fielmente, trayendo a un príncipe de fuera. A los que así opinaban solía llamárseles borbones. Los antiguos insurgentes formaron un grupo que pedía la república, y tanto éstos como los que iban a caza de puestos públicos, hicieron tan exorbitantes demandas, que Iturbide publicó la prohibición de alegar servicios prestados antes del 2 de Marzo de 1821. Con eso empezó a haber una división entre los viejos insurgentes y los soldados de las Tres Garantías. Por este tiempo la masonería comenzó a ejercer tremendo influjo sobre la corriente política en México. Aunque no es este el lugar para dar una reseña histórica de la Francmasonería, hace falta, no obstante, el señalar algunos hechos y principios básicos, para la debida inteligencia de los sucesos de aquel tiempo y hasta de los actuales. Influencia de la masonería en los asuntos de México. Los francmasones son una sociedad secreta, es decir, una organización cuyos miembros están de tal modo obligados al secreto, que no pueden revelar sus actividades a las autoridades competentes, civiles o eclesiásticas. Comoquiera que ese secreto puede ser usado, y lo es ordinariamente, como instrumento en favor de los miembros, o para daño de otros de la comunidad, y por haber sido usado con demasiada frecuencia para detentar la autoridad civil y usar de ella para fines no recomendables de política, y ordinariamente en detrimento de la religión: la Iglesia considera ilícitas a dichas organizaciones. Como, además, los francmasones son en realidad cuerpos sectarios, que tienen sus propias fórmulas de creencia en Dios, en el alma, en la conciencia y cosas semejantes, y además usan de ritos secretos y públicos propios, un católico no puede lícitamente pertenecer a dichas sociedades, como no le es permitido el pertenecer a una iglesia que no sea la suya propia. Este juicio se halla confirmado por lo que dice la Encyclopaedia Britannica: "Es de lamentar que en el Continente de Europa la Francmasonería se haya desarrollado algunas veces en otras direcciones que las de la "Gran Logia Madre" y que las Grandes Logias Anglosajonas en general, y que, por sus tendencias políticas y antirreligiosas, se haya puesto en conflicto con las autoridades de los Estados o con la Iglesia Romana Católica". El origen remoto de esta sociedad son los gremios católicos medievales de albañiles en Inglaterra. A medida que esos gremios de canteros perdieron su importancia, admitieron compañeros que no laboraban la piedra. Más tarde, dejaron ya todo trabajo arquitectónico y empezó la Masonería simbólica, cuyo fin era la construcción de un templo espiritual, una humanidad más perfecta. Los orígenes históricos fantásticos atribuidos a la masonería por algunos escritores quedan bien expresados en este dístico: Si la historia no es una vieja fábula Los francmasones vinieron de la Torre de Babel. En la fiesta de S. Juan Bautista, 24 de Junio de 1717, cuatro logias en Londres formaron una Gran Logia. Desde Inglaterra la masonería se extendió por el continente europeo y finalmente por todo el mundo. La Gran Logia de Londres constituyó su primera logia en París en 1732. En 1738 Federico el Grande, entonces príncipe heredero, se afilió a la de Hamburgo. A fines del siglo XIX, un apóstata capuchino, A. Fessler, revisó la organización de la Gran Logia Real de York según la Logia de la Amistad de Berlín. York era la Meca de los masones ingleses. Se advertirá que los masones tuvieron un crecimiento prodigioso en Inglaterra durante el apogeo de los deístas: TyndalI, Bolingbroke y Hume. Su religión era racionalista. Toleraba lo sobrenatural, y por consiguiente no sólo el cristianismo, sino cualquier otra religión. La masonería se extendió rápidamente en Francia cuando los filósofos, Montesquieu, Diderot, D'Alambert, Rousseau y Voltaire preparaban un ambiente propicio para la gran revolución de 1789. En los países latinos (Francia, España, Portugal, Italia) la masonería desplegó gran actividad política. De España y Portugal pasaron sus tendencias anticlericales a la América del Sur y a México. Se pueden considerar dos tipos principales en sus puntos de vista: 1.-El original, que sostiene la creencia en el "Gran Arquitecto del Universo", pero fomenta el espíritu de indiferentismo. 2.-El revolucionario (francés, español, italiano), que en la segunda mitad del siglo XIX eliminó el párrafo referente a la creencia en el Gran Arquitecto del Universo y al menos en parte se volvió antirreligioso y muy activo en política. Existen logias "azules" o de San Juan, porque se le considera patrono de los canteros, y hay logias "rojas", o escocesas, o de San Andrés, llamadas así por el patrono de Escocia. La filosofía de la masonería. La esencia de la francmasonería es una concepción de la vida, el Weltanschauungsprinzip deísta. El código moral es (de-este-mundo). El hombre es autónomo en asuntos de religión, moral y derecho, e independiente de la ley sobrenatural o de su dirección. La unión entre el altar y el trono le es odiosa. En materia de educación, su ideal es la escuela sin religión o sin enseñanza religiosa, que en la práctica significa un Kulturkampf, o lucha contra la educación cristiana y especialmente contra la católica, y una lucha contra el Papa, y las órdenes religiosas, pero en especial la de los jesuitas. Un ejemplo típico de esa parcialidad lo presenta el periódico The New Age, órgano oficial del Consejo Supremo del Grado 33, Rito Escocés de la Masonería (1735 Sixteenth Street, N. W. Washington, D. C.). Los masones españoles dan el apelativo de fanatismo a la práctica de la vida católica, y si se advierte menos hostilidad masónica en unos países que en otros, o más tolerancia con la Iglesia en unos países que en otros, ese comportamiento hay que atribuirlo no tanto a diferencias de principios básicos, sino a conveniencias y a temperamento natural. Es verdad que en períodos de perturbaciones y confusión moral y política, como la Revolución Francesa o la ocupación de España por Napoleón y la guerra de independencia en México, un número considerable de sacerdotes, los más turbulentos de ordinario, eran masones. Estas censuras a la masonería no se deben aplicar a cada individuo que pertenezca a ella, porque muchos de sus miembros se afilian a ella por razones sociales, fraternales, mercantiles o políticas, sin fijarse mucho en los principios vigentes en la hermandad. Muchos masones son mejores que la sociedad a que pertenecen, y en realidad el verdadero poder de la masonería está en manos de unos cuantos. Las disposiciones anticlericales de la Constitución de Cádiz (1812) fueron obra de las logias trasplantadas de Francia a España. Según Mora, las logias escocesas entraron a México en 1813 con el propósito expreso de introducir la Constitución de Cádiz, y no se disolvieron cuando Fernando VII derogó la constitución dicha, en 1814, sino que solamente cambiaron sus métodos y divulgaron extensamente los escritos y libelos burlescos de Voltaire y de Rousseau y de otros petulantes filósofos, así como también folletos que ridiculizaban a los sacerdotes y religiosos y minaban el respeto que el pueblo les profesaba. Los mexicanos veían la Constitución no como un fin, sino como un medio de conseguir la independencia, que vanamente presumían les sería concedida por las Cortes. Cuando Iturbide logró inesperadamente la independencia en 1821, un cisma dividió a las logias escocesas, y los mexicanos abandonaron las logias importadas de España, para afiliarse a las enteramente nacionales, establecidas por Nicolás Bravo, que al fin se difundieron por México absorbiendo a los españoles que habían permanecido en el país. La mano anticlerical se mostró ya en la Junta Gubernativa el 30 de Octubre de 1821. El año anterior de 1820 las Cortes españolas habían decretado la supresión de los jesuitas y de algunas otras órdenes religiosas y habían prohibido admitir nuevos religiosos en ninguna otra, con el evidente propósito de descatolizar a España y a México y de arrancar de los brazos de las madres católicas a sus hijos. Pues bien, en la sesión del 30 de Octubre de 1821, se hizo la proposición de que las órdenes suprimidas volviesen a ser admitidas, y que se permitiese a las otras el recibir nuevos miembros; pero entonces Fagoaga obtuvo que dicha proposición fuese rechazada y su aprobación diferida hasta que se reuniese el futuro Congreso. Seis semanas después, la misma Junta decretó que se confiscasen los bienes de ciertas órdenes religiosas en México y se entregasen al Ayuntamiento de la ciudad. De nuevo comenzaba a mostrarse el poder de la mano oculta. La Junta abolió legalmente la esclavitud y se adelantó cuarenta años en eso a los Estados Unidos. En 1805 había 10,000 esclavos trabajando en las haciendas de Veracruz, de Yucatán y del actual Estado de Morelos. Durante la guerra de independencia muchos de ellos se unieron a los insurgentes o a los realistas, y después de la guerra nadie los reclamó. El Congreso Constituyente. La función principal de la Junta Gubernativa, según lo exigía el Plan de Iguala, era la convocación de un Congreso Constituyente, que elaborase los detalles del plan. Pero comenzó sus trabajos perdiendo el tiempo en cosas no esenciales. Sus miembros eran improvisados y no podían quitarse de la cabeza la constitución española. Por último resolvieron que el Congreso tendría 120 delegados, divididos por igual en dos cámaras, y que se decidiría por suerte quién de ellos pertenecía a una u otra de dichas cámaras. Habiendo Iturbide protestado, usaron un necio y complicado modo de elegir a los delegados. Las elecciones habían de tenerse el 29 de Diciembre de 1821 y en ellas el pueblo escogería a los electores y con eso terminaría la responsabilidad y el poder de la Junta. Los electores nombrarían los ayuntamientos y cada ayuntamiento nombraría a un elector de partido, es decir, un militar, un abogado y un sacerdote. Estos tres escogerían a un elector de provincia y finalmente, en alguna forma, estos electores se reunirían y escogerían a los delegados. Los delegados, si tenían medios de subsistencia, no recibirían paga, y los que no los tuvieran, serían pagados por la provincia que representaban, según allí mismo se determinase. Los delegados habrían de reunirse para abrir las sesiones el 24 de Febrero de 1822. Con tal sistema ya se entiende que no podía haber representación popular. Los delegados eran de selección parcial: dueños de tierras, negociantes, abogados, militares y algunos sacerdotes, lo cual daba una representación desigual en el Congreso, porque algunas provincias muy extensas, pero poco pobladas, tenían más representación que las pequeñas y de mayor densidad de habitantes. Había buenas personas entre ellos; pero, según Alamán y Zavala, no pocos eran jóvenes, medio educados apenas y con las cabezas nubladas por sus recientes lecturas de Voltaire, del Contrato Social de Rousseau y de cosas semejantes, que los preparaban para una borrachera social y política, y con ellos a la raza conocida en México con el nombre de los políticos. También el clero daba su contingente de aficionados politicastros enredadores. Los diputados escogidos no eran hombres capaces de pilotear la nave del Estado por un mar tan borrascoso y desconocido como el que tenían por delante, e Iturbide no logró contar con una mayoría activa favorable a su persona. El 13 de Febrero de 1822 las Cortes de España rechazaron el Tratado de Córdoba y tacharon de traidor a O'Donojú, el último de los 61 Virreyes españoles, que había firmado el tratado con Iturbide. Pero para entonces ya O'Donojú había muerto de pleuresía, el 8 de Octubre. Esta acción de las Cortes hizo ver claramente que en España no se comprendía la situación de México, y por negar el reconocimiento de su independencia a México se anulaba la influencia de España sobre su vasto imperio, y se echaba a pique el Plan de Iguala, contribuyendo a inaugurar una era de confusión social y política. Lucha de los partidos. Era evidente que muchos de los diputados al Congreso no tenían ninguna prisa en promover el establecimiento de un gobierno, sino que se interesaban más en dar pábulo a sus pequeñas concepciones y puntos de vista, según les venía en gana. Todavía medio ebrios por el vino de la libertad, gastaron mucho tiempo de discusión en determinar los días de fiesta nacional en los que se debían conmemorar ciertas fechas de las guerras de independencia, y en cuestiones de si debían erigirse estatuas y monumentos a tales o cuales héroes; en vez de dedicar su atención a la formación de una constitución, que era el fin primario para el que habían sido convocados. La situación económica iba siendo cada día más precaria. Algunos propusieron la venta de las temporalidades de los jesuitas al mejor postor, en subasta pública; pero los habitantes de Puebla presentaron en contra una larga lista de firmas, en protesta contra una medida tan injusta y pidiendo el restablecimiento de la Compañía de Jesús. Por otra parte, El Sol de México, y El Hombre Libre de Veracruz, ambos órganos de la masonería, atacaban con vehemencia a los jesuitas. Según Bocanegra, las logias escocesas trabajaban activamente y en sus tenidas determinaban lo que había de hacer el Congreso. Se veía claro que habría de elegirse un monarca, ya que ni Fernando VII ni otro de los de su casa querían aceptar el trono de México y que las Cortes españolas habían rechazado el Tratado de Córdoba y la independencia. Naturalmente muchos pensaban en Iturbide, y lo pensaba él mismo, pero se formaron dos partidos inmediatamente: los iturbidistas y los antiiturbidistas. Según Luis Pérez Verdía, "la oposición estaba formada por los Republicanos y los Borbonistas, que unían sus fuerzas en la Logia Escocesa". Había dos cuerpos encargados del gobierno interino: la Regencia, de la que Iturbide era el presidente, y el Congreso Constituyente. Ambos se hallaban en desacuerdo y se reprochaban mutuamente la falta de progreso en sus asuntos. La falta de fondos dilataba indebidamente la repatriación de las tropas españolas distribuidas por varias partes de México, las cuales hallándose inquietas, comenzaron a planear una contrarrevolución. En eso, Dávila, que mandaba las tropas en Veracruz, creyó ver una oportunidad de volver a ocupar la ciudad de México y escribió una carta a Iturbide, informándole de que ciertos partidos fuertes, dentro del Congreso, habían resuelto echarlo abajo. En seguida le proponía que se uniese con él, y que, en recompensa, le darían un buen puesto en el gobierno español. Iturbide se sintió ofendido y escandalizado, y personalmente se presentó ante el Congreso, al día siguiente, para dar cuenta a sus miembros de lo que se tramaba. Por extraño que parezca, en esto fundaron algunos la acusación de que Iturbide estaba en tratos con el enemigo y entre recriminaciones y contra- recriminaciones la sesión se tornó borrascosa hasta el punto de que ambos partidos se dijeron mutuamente lo que no debieran haberse dicho. Don Valentín Gómez Farías, joven médico nacido en Guadalajara pero diputado por Zacatecas, salió violentamente en defensa de Iturbide. Consérvese en la memoria el nombre de Gómez Farías, que reaparece con frecuencia durante los siguientes decenios de la enmarañada historia que escribimos. Iturbide ídolo popular. Las inflamadas acusaciones y sus refutaciones hechas en el Congreso fueron conocidas en la ciudad, donde Iturbide era inmensamente popular entre la gente, que lo consideraba como un gran libertador. Así que a las siete de la tarde grandes muchedumbres se congregaron afuera del sitio de las sesiones, para averiguar la verdad de la situación, pidiendo entrar, a fin de asegurarse de que el Imperio Mexicano estaba a salvo. Para complacer a los diputados hubo que hacer algunos cambios entre los miembros de la Regencia. Los iturbidistas consideraban como señales de ingratitud e injusticia los ataques a su jefe, y determinaron hacer algo. Por otra parte, dentro del Congreso sólo unos pocos favorecían la república, por lo que el mismo congreso no consideraba recomendable el establecerla; sin embargo, los borbonistas, que eran numerosos, querían que hubiese un príncipe europeo; pero se preveía que pasaría mucho tiempo para escoger el dicho príncipe y para que éste viniese a México; mientras tanto reinaría la anarquía. Había, pues, la sensación de que, si no se elegía prontamente un jefe de estado, la situación sería cada vez más difícil de dominar. Y, comoquiera que fuese, preferían a uno de la misma nación, que era Iturbide. No es probable que Iturbide iniciara positivamente el movimiento en su propio favor, y Alamán opina que "se prestó a los designios de quienes querían elevardo". Tampoco eran muy limpias las miras de algunos iturbidistas, pues los había que no comprendían lo que significaría e implicaría el hacer a Iturbide emperador, pero sí pensaban en sus ventajas personales. En cuanto a él mismo no se le ocultaba lo áspero del camino que tenía por delante. No hay duda de que deseaba ser justo, pero tampoco puede negarse que era ambicioso y quería aprovechar la ocasión que se le ofrecía. Abraham Lincoln sabía las dificultades que le aguardaban; pero se creía honradamente el hombre destinado a tomar en sus manos los enmarañados problemas de su tiempo, y deseaba ser presidente. Jorge Washington rechaza una corona. Para entender la mentalidad de Iturbide y de su tiempo, será bueno el hacer mención de hechos que sucedieron en nuestra historia (la de los Estados Unidos) treinta y cuarenta años antes de 1822. Durante la primavera de 1782 el Ejército Continental, ya vencedor en Yorktown, se hallaba acampado en Newburgh, Nueva York. El Congreso Continental no había podido cumplir sus promesas de pago, y a veces no había raciones que distribuir, así que el ejército estaba mal comido, mal vestido, mal acampado y por consiguiente disgustado y de mal humor. En tales circunstancias un grupo de oficiales comenzó a aprovecharse del sentimiento algo rebelde que se notaba en el ejército, y de su adoración por el Comandante en jefe, para hacer a Washington Rey de América. Las líneas siguientes están tomadas de un certificado añadido como apéndice a la respuesta que dio Washington al Coronel Lewis Nicola, fechada en Newburgh el 22 de Mayo de 1782. Los descontentos que había entre los oficiales y soldados, por los retrasos de sus sueldos y las pocas esperanzas que veían, aumentaban de un modo alarmante. El coronel Nicola, que era hombre de carácter respetable y de cierta edad y que trataba con alguna intimidad al Comandante en Jefe, parece que era muy consultado por los otros oficiales, que se valían de él como de intermediario para hacer llegar a Washington sus quejas verbalmente. Estando las cosas así, el coronel Nicola, ora fuese por iniciativa propia, o a instancias de otros, escribió una carta a Washington, en la que, después de algunas consideraciones generales, acerca de la deplorable situación general del ejército, y de la poca esperanza que podían tener de ser retribuidos convenientemente por el Congreso, hace una disertación política sobre las diferentes formas de gobierno, y llega a la conclusión de que las repúblicas son las formas menos capaces, entre todas, de conservar la estabilidad y las menos apropiadas para asegurar los derechos, la libertad y las propiedades de los individuos. En su opinión, el gobierno de Inglaterra es d experimento que mejores resultados ha dado. Algunos han ligado las ideas de monarquía y tiranía de tal modo, que se les hace difícil el separarlas, y por eso sería menester el dar a quien se ponga como cabeza de una organización constituida así como la propongo, un título más moderado; pero con tal que todas las demás cosas queden de una vez determinadas. Yo creo que se pueden aducir fuertes argumentos en favor de la aceptación del título de Rey". Pero Jorge Washington era el hombre que no quería ser rey, y replicó en parte como sigue: "Me encuentro sin poder imaginarme qué es lo que puedo haber hecho para dar motivo a que se dirijan a mí de un modo que me parece acarrearía la mayor desgracia a mi patria. Si no me engaño en mi propio conocimiento, digo que no podíais vosotros haber hallado una persona a la que desagraden más esos planes. Os conjuro, pues, a que, si tenéis alguna consideración a vuestra patria, y atención a vuestra posteridad o respeto a mí mismo, desterréis semejantes pensamientos de vuestra mente y nunca dejéis traslucir una cosa semejante, ni como original vuestra, ni como procedente de otro". Con eso el proyecto quedó abandonado. Pero la idea de un gobierno monárquico para la nación recién nacida de los Estados Unidos no había muerto por completo. Volvió a apuntar una vez más, que fue la última, en los debates de la Convención Federal de 1787. El 18 de Junio de 1787 Alejandro Hamilton dijo, entre otras muchas cosas: "Es cosa admitida que no podéis tener un buen ejecutivo en un plan de gobierno democrático. Mirad la excelencia del poder ejecutivo británico. Se halla colocado por encima de cualquier tentación y no puede tener otro interés que el del bien común. Cualquier otro ejecutivo distinto de ése, tiene que ser defectuoso... y permitidme que diga que un ejecutivo es menos peligroso para las libertades del pueblo cuando está por toda la vida en su cargo, que si lo administra sólo por siete años... El pueblo va madurando poco a poco su juicio acerca de los gobiernos y se comienza a cansar de un exceso de democracia. Y ¿qué cosa es el mismo plan de Virginia sino todavía la misma carne de puerco con una salsa un poco diferente?" Iturbide pensaba distinto que Washington. Aunque no puede negarse que las circunstancias y los antecedentes de uno y otro eran bien diferentes también. Sin embargo, los sucesos en extremo apasionantes que rápidamente acaecieron en México en la noche del 8 de Mayo de 1822, nos hacen recordar una de las convenciones nacionales de partidos políticos de nuestros días (en los Estados Unidos), durante la cual una voz gritaba insistentemente repitiendo el nombre del candidato de cierto grupo, mientras las atestadas galerías vociferaban pidiendo que se nombrase al candidato, y los delegados, acompañados de bandas de música, llevaban el estandarte de éste por en medio del local de la convención en 110 pandemonium imposible. Iturbide proclamado emperador. El sargento Pío Marcha, del regimiento de Celara mandado por Iturbide, salió con los otros sargentos del mismo regimiento, a la calle que estaba frente a su cuartel, y comenzaron a gritar: "¡Viva Agustín I, Emperador de México!". Otros se esparcieron por la ciudad, y de calle en calle los hombres, las mujeres y los niños comenzaron a corear el grito, que por todas partes se escuchaba, de "¡Viva Agustín I, Emperador de México"! Añadiéronse las músicas militares y se formó una ordenada pero exaltada manifestación popular, que se encaminó a la casa de Iturbide. El generalísimo se encontraba en esos momentos conversando agradablemente con Herrera, ministro de gobernación y de relaciones exteriores, con el general Negrete y con otras personas, y les preguntó qué debería hacer. Herrera le aconsejó que aceptara la corona, y entonces él, saliendo al balcón, para dar las gracias a la multitud, les pidió que presentaran el asunto al Congreso, para que allí decidieran. Luego llamó a los demás miembros de la Regencia, y a varios diputados, entre ellos a Francisco Cantarines, que presidía el Congreso, y ellos le aconsejaron que se doblegase a la voluntad del pueblo. Inmediatamente, pues, se dio orden a los miembros del Congreso de reunirse al día siguiente a las siete de la mañana. Se reunieron unos noventa diputados y el resto del salón quedó lleno de una pintoresca muchedumbre de pueblo y de soldados, que aclamaban a Iturbide, produciendo un tumulto indescriptible. Por fin se resolvió invitar a Iturbide a poner orden. Al paso de su carroza por las calles, la muchedumbre, en su delirio, desenganchó las mulas del tiro poniéndose a tirar de ella. Iturbide por fin llegó a imponer un poco de orden, y el Doctor Alcocer dijo que el Congreso por sí mismo no tenía la suficiente autoridad para decidir, sino que habría de preguntarse a las provincias; otros propusieron que Iturbide quedase como regente único, mientras se recibía la respuesta de las provincias, y que se necesitaría que las dos terceras partes de éstas dieran su consentimiento. Los oradores que ponían dilaciones eran silbados, mientras que los que favorecían la acción inmediata, eran calurosamente aplaudidos. Don Valentín Gómez Farías leyó un documento firmado por 46 diputados del que tomamos lo siguiente: "Su valor y sus virtudes lo llamaban al trono; su modestia, su desinterés y la buena fe en sus tratados lo separaban. Si la soberbia España hubiera aceptado nuestra oferta... ceñiríamos las sienes del monarca español con la corona del Imperio de México... yo me creo con poder, conforme al artículo 3º del Tratado de Córdoba, para votar por que se corone al gran Iturbide... Confirmemos con nuestros votos las aclamaciones del pueblo mexicano, de los valientes generales y de los oficiales y soldados beneméritos del ejército trigarante y así recompensaremos los extraordinarios méritos y servicios del libertador de Anáhuac y conseguiremos al mismo tiempo la paz, la unión y la tranquilidad que, de otra suerte, acaso desaparecerán de nosotros para siempre". Luego vino otro acalorado debate. El diputado paz propuso cuerdamente que el Congreso hiciese una constitución, antes que otra cosa se intentase, y por fin aquella tarde, a las cuatro, comenzó la votación, que dio 77 votos contra 15. Los once diputados por Yucatán, excepto Zavala, no asistieron a las sesiones, porque estimaban que faltaba la necesaria libertad para la deliberación. Entonces el Presidente del Congreso condujo primeramente al recién elegido emperador a su asiento, donde fue aclamado con grandes aplausos, y después, en medio de las ovaciones populares, fue llevado a su residencia. En la sesión del 21 de Mayo, con asistencia de 106 diputados se votó unánimemente la confirmación de lo resuelto el día 8, y el 22 de Junio el Congreso resolvió que la corona fuese hereditaria. Por su parte Iturbide pidió que, en vista de la penuria del erario, no se asignase nada fijo para el mantenimiento de la familia imperial. Cuando la noticia de la elección de Iturbide como Emperador se difundió por la vasta extensión del territorio mexicano, el júbilo del pueblo no reconoció límites; "de tal modo -dice Bocanegra- fue ratificada la elección hecha por el Congreso, que de cada mil habitantes de la nación apenas habría uno que no hubiera expresado su asenso y hasta su regocijo por el advenimiento al trono del generalísimo Iturbide". Es importante hacer notar la reacción de Santa Anna. Al recibir la noticia arengó a sus tropas, diciéndoles que la elección de Iturbide como emperador era el medio más seguro de procurar el bien general, tan deseado de todos, que se hallaban dispuestos a quitar de en medio a ciertos elementos perturbadores. "Anticipémonos, pues, dijo, corramos velozmente a proclamar y jurar al inmortal Iturbide como emperador". Vicente Guerrero, que se hallaba en la zona de Michoacán, escribió a Iturbide, dándole cuenta del gran entusiasmo que reinaba entre la población del Sur, y de que su elección era celebrada con salvas de artillería, con repiques de campanas y con otros regocijos. En palabras de Bulnes "Iturbide fue hecho emperador por la voluntad unánime del pueblo". Don Agustín de Iturbide fue coronado Emperador de México en la catedral de la ciudad, el domingo 21 de Julio de 1822. Ciertos miembros escogidos del Congreso condujeron al candidato al altar, donde la unción fue hecha por el obispo de Guadalajara. El presidente del Congreso colocó la corona imperial de México sobre la cabeza de Agustín I, y un imperio se extendió desde Oregón y el Río Colorado hasta Panamá. Un trono que se bambolea. El mismo Iturbide debió sentir que su trono se bamboleaba y que las probabilidades le eran adversas. Es verdad que él era inmensamente popular entre la gente, la cual espontáneamente lo hubiera elegido emperador, y su título, de este modo habría tenido más fundamento que el que le daba la apasionada elección del 18 de Mayo, ratificada el 21; pero había una pequeña y audaz minoría resuelta a destronarlo. Por muchas y molestas circunstancias, sus opositores se sentían contrariados. Desde luego quedaba el grupo de todos aquellos guerrilleros y jefecitos de los días de Hidalgo y Morelos. Quedaban los que habían escalado los puestos de generales y coroneles. Quedaban los hombres de tropa, que pedían promociones y paga; además era larga la cola de los quejosos por pérdidas sufridas en sus propiedades y por depredaciones del ejército virreinal. Todos exigían compensación, y el erario estaba en bancarrota. Para empeorar las cosas, se descubrió una conspiración de los que pretendían una república y el 26 de Agosto se detuvo a un número de diputados bajo la excusa legal de que, si bien gozaban de inmunidad por lo que dijeran, no la tenían por cometer actos delictuosos. El Congreso se entretenía en matar el tiempo, pero no llegaba al punto de hacer la Constitución, y se declaró supremo. Ya se entiende que algunas de las dificultades provenían de la falta de edad política, porque muchos de los diputados eran puramente lo que llamamos aficionados; pero con razón Zavala, el 29 de Agosto de 1822, siendo él mismo uno de ellos, dijo enérgicamente al Congreso que se reformase a sí mismo; que la selección de diputados había sido defectuosa; que ellos se habían declarado soberanos, privando a Iturbide del derecho del veto; que todavía no se habían dividido en dos cámaras, y así otras cosas. Iturbide dio la queja al Congreso de que, después de ocho meses de sesión, no habían hecho nada para producir una Constitución, lo cual era, después de todo, el fin principal de su convocación como Congreso Constituyente, y todo se les había ido en perder el tiempo en debates inútiles y poner obstáculos a su autoridad y poder. Por lo cual, habiendo tenido Iturbide una conferencia con unos 70 u 80 diputados, generales y ministros de estado – para determinar lo que debía hacerse- el 31 de Octubre de 1822, como Emperador Constitucional de México disolvió el Congreso y nombró una Junta Instituyente, que gobernase mientras volvía a reunirse el nuevo Congreso. Este, sin embargo, nunca se reunió. Don Felipe de la Garza, hombre muy rico y comandante de Tamaulipas, se valió del pretexto de haber sido detenidos algunos diputados, para intentar una insurrección contra Iturbide. Pero no contaba con la inmensa popularidad del emperador y no encontró seguidores, por lo que, asustado, huyó a Monterrey, y finalmente vino a México a pedir perdón al emperador, diciendo que había cometido un error y que estaba arrepentido. Iturbide no sólo le concedió el perdón, sino que volvió a instalarlo en su puesto de comandante de Tamaulipas. Conviene retener el nombre de este Garza y el noble perdón de que fue objeto, pues lo pagó a Iturbide sangrientamente. Santa Anna e Iturbide. Todavía le faltaban tragos amargos que pasar al nuevo emperador. Dávila, el comandante español que tenía San Juan de Ulúa, no quiso entregar la fortaleza, como se había acordado entre Iturbide y O'Donojú. En Veracruz era capitán general el joven y altanero oficial Santa Anna, que había anteriormente saludado con entusiasmo la proclamación de Iturbide como emperador. Iturbide se dirigió a Jalapa para ver qué podía hacerse para quitar a Dávila de San Juan de Ulúa, y en jalapa le salieron al encuentro los magistrados locales, con quejas del despotismo de Santa Anna, que se arrogaba el título de Jefe político. Santa Anna fue a Jalapa a ver a Iturbide, y entonces éste, para contentar a los dos extremos, nombró a Santa Anna Brigadier General, pero privándolo del pomposo título de Jefe político, y creyendo que con eso el mozo se enmendaría. Pero no sucedió así. Santa Anna solía contar el cuento de que, en cierta ocasión, él se había sentado en presencia del emperador Iturbide, y que un capitán de la guardia imperial se lo había echado en cara diciendo: "Mi Brigadier General, nadie se sienta en presencia del Emperador". Al ver Santa Anna que Iturbide se marchaba de jalapa, aquel día 1º de Diciembre de 1822, se dijo a sí mismo: "Ya veremos, mi Brigadier, si hay quien se siente en presencia del Emperador". Después de eso partió rápidamente para Veracruz y a los tres días proclamó una república basada en el Plan de Iguala. Esa era su venganza personal por su orgullo lastimado. Ni sombra de patriotismo en todo ello. Thomas Jefferson, en su tiempo daba por supuesto que en toda insurrección probablemente existían razones justificantes y merecedoras de la simpatía de todos los amantes de la libertad. Al contrario, James Bryce advierte que, una vez que los gobiernos constitucionales han sido establecidos, debe presumirse lo contrario, y que las revoluciones de suyo son reprobables. "En algunas repúblicas americanas no existe dicha presunción, ni en un sentido, ni en el otro, sino que el gobierno se ha establecido en el poder ya por fuerza de armas, ya por una elección falsa lograda por presión militar; . . .pero los revolucionarios no son probablemente mejores amigos de la ley y del orden que el mismo gobierno. Si les va bien usando de las armas, no echarán mano de una elección honrada, sino que gobernarán por la fuerza, como sus predecesores lo hicieron, y en consecuencia no hace falta otorgar simpatía o apoyo moral a ninguna de las dos facciones". Eso es precisamente lo que ha pasado en México, desde la rebelión de Santa Anna hasta el día presente. El 21 de Diciembre de 1822 las tropas de Santa Anna y las de Iturbide se encontraron en Jalapa, y el rebelde fue derrotado, quedando tan humillado y descorazonado, que pensó en emigrar a los Estados Unidos, y hasta tenía ya listo un buque en Veracruz. Santa Anna encontró seguidores, no porque creyeran que su causa fuera justa, sino porque varias personas, a causa de motivos distintos, eran adversas a Iturbide y deseaban un cambio. Los viejos insurgentes eran inquietos y sentían la necesidad del caballo y el fusil y de la vida libre del rebelde, así que no se hallaban a gusto bajo un gobierno de orden, ya fuera éste un imperio, una monarquía constitucional o una república. Los masones de rito escocés, los antiguos diputados a las Cortes españolas, y muchos otros, estaban infectados de las salvajes ideas de Rousseau y de la Revolución Francesa. Santa Anna y el Plan de Casa Mata. Echávarri y Cortazar firmaron, el 1º de Febrero de 1823, el pronunciamiento de Santa Anna conocido por Plan de Casa Mata, que era el segundo de unos cincuenta planes más que habían de venir en los siguientes cien años. Al principio no abogaba sino por que volviera a reunirse el Congreso disuelto por lturbide, dejando al emperador su título y representación nacional. La mayor parte de los antiguos insurgentes, como Guadalupe Victoria, Guerrero, Bravo y Negrete lo apoyaban; pero no tardó en formarse un núcleo de elementos descontentos, agitadores incitados por Poinsett, que se juntaron con Santa Anna y coreaban con él el estribillo de: "No queremos que este hombre reine sobre nosotros". Santa Anna trató entonces de ensayar una república, sin saber, romo como él mismo lo confesó más tarde, lo que era exactamente una república. Halló en esto un terreno propicio para su genio intrigante, porque los comerciantes de Veracruz lo respaldaban, aunque tampoco ellos tenían un plan concreto, sino que iban improvisando, según lo que se presentaba, e introduciendo los cambios que les iban pareciendo buenos. Iturbide ha violado su juramento, decían al principio. Su elección fue ilegal y Santa Anna prometía una constitución y nuevas leyes. Luego el argumento se modificó: No existe ni un Imperio Mexicano ni un emperador Iturbide. Se atacó entonces con igual saña al Congreso mismo. De paso es bueno advertir que Santa Anna habla de México como de Norte América. Bravo y Guerrero, a la cabeza de 500 hombres, declararon pomposamente a la Nación Mexicana: "No pensamos declararnos republicanos precisamente. Sólo aspiramos por nuestra libertad, por la restitución del Congreso Constituyente protestamos ante el orbe entero que nos sujetaremos a él, sin oposición aún en el caso que designe por Emperador al mismo Sr. Iturbide, Nos declaramos libres e independientes del gobierno de D. Agustín Iturbide; pero no le faltaremos a las consideraciones que exige el derecho de gentes y nuestro carácter agradecido y sincero". Fueron derrotados el 23 de Enero de 1823, saliendo Guerrero gravemente herido y baldado para toda su vida, y Bravo huyó a incubar una nueva revolución. La Junta Instituyente había elaborado ciertos principios fundamentales que habían de ser incorporados a la nueva Constitución, lo mismo que otro sistema bastante complicado de elegir diputados. De todo eso Quintana, que era subsecretario de gobernación en la Junta, había de informar al emperador Iturbide; pero antes de hacerlo también publicó sus propias opiniones, que atacaban a la Junta y al Emperador, por lo cual Iturbide le quitó el cargo. Inmediatamente Quintana se unió a los rebeldes de Bravo, que estaban en Toluca. Desmoronamiento del imperio de Iturbide. El imperio recientemente erigido comenzaba a resquebrajarse. De las ciudades de México, Querétaro, Guanajuato, Guadalajara, Zacatecas y San Luis Potosí iban defeccionando oficiales del ejército, con pequeños grupos de soldados, y aquellos que no querían acompañarlos eran desconocidos y depuestos por sus hombres. En Saltillo Ramos Arizpe que era un sacerdote extravagante y demagogo, montado en una mula y con un trabuco terciado a la espalda, recorría la ciudad arengando al pueblo con lenguaje de carretero. Cada día eran más rabiosos los ataques contra Iturbide, y, según Zavala, dondequiera que dominaba un jefecillo rebelde, se desataba una sórdida campaña de prensa y de papeluchos contra Iturbide. Uno de los periódicos de Veracruz, de 27 de Enero de 1823, contenía lo siguiente: "Conciudadanos: ¿qué esperáis? ¿de qué os sirve ser independientes de una nación que reside a dos mil leguas, si sois realmente esclavos del inicuo tirano?" Se pinta su conducta como la de un "miserable aventurero… mal esposo, peor padre, hipócrita, jugador, tramposo... que quiere atarnos al carro de su triunfo con cadenas mil veces más duras que las que jamás intentaron ponernos nuestros opresores". Iturbide, así hostigado, reinstaló el Congreso; pero los generales revoltosos se negaron a reconocer el Congreso que ellos mismos habían pedido, y entonces Iturbide, más bien por evitar una sangrienta guerra civil, abdicó la corona imperial de México el 19 de Marzo de 1823, y se declaró dispuesto a emigrar a Nápoles o Roma, u otro lugar de Italia. El Congreso escogió al General Bravo para que acompañase a Iturbide y a su familia a Veracruz; y Bravo mismo, Guadalupe Victoria y Negrete formaron el triunvirato ejecutivo supremo. Se asignó una suma anual de 25,000 pesos para Iturbide, mientras permaneciera en Italia, y el Congreso, en una votación de 94 contra 8, abolió el imperio. Sin embargo, no todos votaron. Mientras tanto, Bravo conducía a Iturbide y su familia a Veracruz de un modo poco delicado. Una noche Iturbide, dando a Bravo un anteojo de larga vista, le dijo que mirase hacia lo porvenir. El día 8 de Abril de 1823, Bravo, por órdenes superiores, desarmó a la guardia personal del destronado emperador, cuyos hombres prefirieron vivir de limosna, pues solamente tres o cuatro de ellos se alistaron después en el ejército republicano. En su digna abdicación del trono Iturbide dijo: “Yo no soy un criminal; y si creéis que lo soy, juzgad según la ley”. En realidad Iturbide no había acumulado riquezas, y sólo contaba con su pensión anual. En eso no se parece a muchos de sus sucesores. El 11 de Mayo supo Iturbide que todo estaba listo para el embarque, pero que podía esperar algún tiempo mientras dejaba de soplar el norte que encrespaba el mar. El dejó la decisión a su esposa, y ella respondió que después de tantas penas y molestias del viaje a Veracruz, ya no quería pasar ni una noche más en tierra, y se embarcaron en la fragata inglesa Rowllins, mandada por el capitán James Quelch. A las 11:05 de la mañana del 12 de Mayo Iturbide partió de las playas mexicanas. Al día siguiente Bravo entró en Veracruz, donde las calles estaban adornadas y los cañones saludaban. Se dio un banquete a cien personas, en dos mesas, con Bravo y Victoria a la cabecera de cada una, y después hubo un elegante baile en honor de los héroes Bravo y Victoria.

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