Alamenda
Enviado por ivonemtz • 7 de Mayo de 2013 • Informe • 4.004 Palabras (17 Páginas) • 359 Visitas
La construcción de un paseo mexicano en el siglo XIX. Civilidad, ornato y control social (Resumen)
El 27 de septiembre de 1854 fue colocada la primera piedra de la Alameda de la ciudad de Orizaba, en tierras del llamado barrio de Santa Anita. La historia que siguió en el arreglo de aquel espacio destinado a mostrar la civilidad del nuevo país independiente, a dar hermosura a la ciudad y a asegurar orden en el uso del tiempo de ocio de la población orizabeña, está marcada por los vaivenes políticos del siglo XIX mexicano, por la actuación de diversos agentes sociales, y por los cánones urbanos que regían en México y en el resto del mundo.
La ciudad de Orizaba está situada a los pies de la escarpada sierra volcánica del Citlaltépetl, que desde ahí empieza a suavizarse en lomeríos desaparecidos después en la planicie costera del Golfo de México. Orizaba fue una fundación española, sin serlo en la formalidad de un acta y un plano. Su trazo informal empezó a ensancharse a partir de unas exiguas construcciones sobre el Camino Real, que servían de albergue a los fatigados viajeros que iban del puerto de Veracruz a la ciudad de México. Un poco más tarde llegaron a la región los primeros cultivos tropicales de explotación comercial como la caña de azúcar. Y así, desde el siglo XVI, aquella población primera de arrieros y comerciantes agrícolas creció poco a poco, concentrando en su espacio cuadriculado a un núcleo urbano de origen español y a unos barrios que, a su alrededor, tenían la categoría jurídica de Pueblos o Repúblicas de indios
En el siglo XVIII el tabaco había desplazado considerablemente al cultivo de la caña, y Orizaba vivió sus tiempos de esplendor antes y después de la creación del Estanco Real en 1764. La riqueza que se generó en la ciudad dejó notoriamente su impronta social y urbana. Unas poderosas oligarquías que controlaban el cultivo y la cosecha de la solanácea, y diversificaban sus capitales en múltiples negocios comerciales y productivos, impusieron señorío a la vida en la ciudad. Los contingentes de campesinos jornaleros, de rancheros, de obreros de la grande fábrica de puros y cigarros, los artesanos de múltiples oficios, y todos los otros sectores más o menos minoritarios que conformaban el mosaico de la sociedad orizabeña dieciochesca, quedaron inmersos en los ritmos de una ciudad que ahora presumía de una categoría más suntuosa y aristocratizante. Se construyeron iglesias y conventos de fábrica sólida y ornamentación barroca. Después neoclásica. Se hicieron obras viarias importantes, se levantaron las casas capitulares, y cuando en 1774 a Orizaba le fue concedido por cédula real el título de villa, su prosperidad fastuosa se hizo manifiesta en los días de celebración que siguieron al nombramiento.
El inicio del siglo XIX trastocó el orden establecido. Las guerras de emancipación de España dieron paso a años turbulentos de desequilibrios económicos y sociales, de luchas fraticidas, de invasiones extranjeras que sacudieron todos los rincones del territorio del Estado nacional en formación. En Orizaba se culpaba a la crisis por los desarreglos en la empresa tabacalera, del estancamiento comercial de la ciudad y de la falta de recursos para invertir en obras urbanas de mejoramiento. Y ya fuera por la crisis del tabaco o por las circunstancias de una coyuntura general desfavorable, lo cierto es que hasta doblar la mitad del ochocientos, como sucedió en un número mayoritario de ciudades de todo el ámbito Latinoamericano, pocas modificaciones o innovaciones notables se concretaron en las estructuras urbanas.
También es cierto que las élites locales, los “cosecheros” del tabaco, nuevos en el negocio o hijos de los de los tiempos coloniales, seguían siendo gente poderosa con inversiones lucrativas en la ciudad, y con una innegable capacidad para incidir en el arreglo de sus espacios. Con capacidad, y con iniciativas.
El principio del jardín
De 1849 data el primer documento del Ayuntamiento de Orizaba en que se hablaba de la voluntad del cabildo para llevar a cabo obras de utilidad y ornato que empezaran por la formación de un paseo público. Había que nombrar una “comisión perpetua” que lograra la realización del proyecto, y se anotaban los nombres de algunas personas connotadas por su intervención en múltiples facetas de la vida orizabeña. [3] Después, en una incierta sucesión de fechas, se siguió tratando el asunto, hasta que el 27 de septiembre de 1854, día en que se celebraba el 33 aniversario de la entrada triunfante del Ejército Trigarante a la ciudad de México, se colocó la primera piedra en los cimientos de la puerta principal de la Alameda. Con esto se daba principio de manera oficial a las obras “que deben acreditar a la posteridad el grado de civilización a que nos ha conducido la Independencia que en ese día conquistamos”.
No es fortuito el sentido que encierra la redacción de un párrafo como éste, que pone en la construcción de un paseo público urbano la muestra de civilidad alcanzada por la independencia política del país, unos cuantos lustros atrás. La idea de crear jardines públicos se había gestado en el mundo apenas de la mano de las grandes revoluciones burguesas de los siglos XVIII y XIX, siendo que hasta entonces los jardines habían sido ostentosas maravillas que disfrutaban reyes y aristócratas en el ámbito cerrado de sus palacios. [5] En los idearios políticos de los nuevos Estados liberales, estaban plenamente incorporadas las concepciones ilustradas respecto a unos servicios públicos como bienes que debían alcanzar a los ciudadanos en su conjunto. Los parques abiertos al disfrute de los habitantes de una ciudad eran parte de ello, y constituían espacios idóneos para mostrar la nueva educación ciudadana, orientando adecuadamente las formas de entretenimiento del tiempo libre, y fomentando la exhibición del decoro y las buenas costumbres.
Así mismo lo decían los argumentos que justificaban la construcción de la Alameda de Orizaba en otra frase expresada por ese tiempo, durante una sesión extraordinaria del cabildo en la sala capitular, a la que se había citado a “personas notables”: “Un paseo público revela el buen gusto y cultura de los habitantes de una ciudad”
El problema mayor estaba en la adquisición de los terrenos señalados para el jardín. El asunto resultaba dificultoso ya que implicaba complejos procesos de compras e indemnizaciones a los propietarios que eran, la mayoría, los indios del barrio de Santa Anita. El Ayuntamiento orizabeño usó los arbitrios de ciertas contribuciones y el dinero de la venta de algunos sitios de su propiedad, para adquirir los solares y pagar indemnizaciones por casas, cercas y plantaciones. Logró además que se hicieran permutas entre los terrenos de algunos propietarios
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