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Antecedentes De La Segunda Guerra Mundial


Enviado por   •  6 de Junio de 2013  •  3.381 Palabras (14 Páginas)  •  433 Visitas

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La segunda mitad de los años 50 guarda un lugar muy especial en la historia de México. Son los años marcados por la insurgencia sindical, surgida ésta como mecanismo de defensa ante el uso y abuso de un poder que la clase política se había agenciado a costa del sudor de las masas trabajadoras. Son los tiempos de un Valentín Campa y de un Demetrio Vallejo en el espectro nacional; y de un Jacinto López y de un “Buqui” Contreras en el regional.

En el plano educativo el referente insoslayable son los paros escolares efectuados en Jalisco y Tamaulipas, en 1955, y la suspensión de labores docentes en Sinaloa, Chihuahua, Yucatán, Oaxaca y en la Ciudad de México, en 1956. En ambos momentos las demandas fueron teñidas por un reclamo “fundamentalmente económico”, cobrando mayor auge el conflicto escenificado en la capital del país, de 1956 a 1960, luego de la rebelión al interior de la Sección IX del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. (1)

En palabras del historiador Ernesto Meneses, este movimiento “carecía de influjo en el ámbito nacional [y] su radio de acción se circunscribía sólo al Distrito Federal”(2). Quizás sea atinada esta observación en lo relativo a un efecto directo sobre la estructura sindical educativa de la república en su conjunto; sin embargo, no podemos negar que el clima que generaba ésta y las diversas movilizaciones sociales que experimentaba entonces México, representaban un combustible eficaz para los que en Sonora luchaban por sus derechos laborales.

Al igual que las anteriores, la avanzada magisterial en Sonora tenía sus raíces en problemas de orden económico. El deseo de formar parte de una bien cimentada organización sindical (como el SNTE) y así estar en posibilidades de obtener mejores condiciones de trabajo llevó a los maestros estatales sonorenses a organizarse y luchar por su reconocimiento ante el Gobierno del Estado. Pero antes dibujemos brevemente la atmósfera que cubría el cielo magisterial en 1959.

En dicho año los maestros estatales estaban representados por la Federación Estatal de Maestros Sonorense (FEMS), mientras que los federales por la Sección 28 del SNTE; por su parte, Álvaro Obregón Tapia cumplía su cuarto año al frente del Palacio de Gobierno. La FEMS había sido creada en 1937, no sin vencer “algunos obstáculos”, y fue por “muchos años operante y representativa de los intereses de sus agremiados”. Por desgracia las personas no hacen a las instituciones y a finales de la década de los 50 el panorama habría de ser otro. (3)

En su Biografía de la Sección 54, el profesor Palemón Zavala Castro, líder del movimiento, relata que en el ocaso de los 50 la situación laboral del magisterio estatal en Sonora era “pólvora presta a estallar”, pues se mantenían “sueldos de hambre”, cero aguinaldos, aumentos mínimos (“graciosas cesiones del gobernante en turno”), un inexistente servicio médico y un sometimiento inevitable a los designios de los “dioses del Olimpo” (Gobierno del Estado y Dirección General de Educación). (4)

Esta avalancha de tropelías contra el maestro estatal era posible, en gran parte, por la ignorancia de éste en lo que a materia sindical se refería, además de “no saber de su existencia, ni de su profundidad”(5) . Pero la chispa de rebeldía había brotado y su ímpetu crecía; la situación se tornaba insostenible y los sonorenses empezaban a escuchar el eco de las voces que en otras entidades federativas se alzaban contra las fuerzas opresoras.

Con el inicio del diciembre de 1959 vendría la llama que encendería la mecha, cuando el profesor Francisco Montaño Ocejo entabla una demanda contra el entonces Director General de Educación, profesor Horacio Soria Larrea, por despido injustificado de sus labores como director escolar.(6) El efecto en cadena que la querella provocó fue inmediato: el 19 de diciembre las paredes de la escuela primaria “Leona Vicario” fueron testigo de la asamblea celebrada por el Sindicato Regional N° 4 de la FEMS, con sede en Hermosillo, y de la presencia del profesor Soria con su anuncio de no aguinaldos para los maestros estatales. Ésa fue la gota que derramó el vaso.

Ese día, luego de 2 horas y 45 minutos de asamblea se resolvió preparar la elección de un nuevo Comité Ejecutivo de la FEMS para los comicios de junio de 1960. Con ello se buscaría evitar la reelección como Secretario General del profesor Germán Castro, acusado de ser nombrado “directamente” por Horacio Soria, y de esta forma dar inicio a la “reivindicación magisterial”. (7)

Inicia 1960 y el ambiente sube de tono. Mientras que los disidentes agradecen al periódico El Pueblo por “ayudar y defender al mentor”, la directiva de la FEMS se avoca a conseguir el voto a favor del profesor Germán Castro celebrando asambleas en los diversos sindicatos regionales que la conforman.(8) No obstante el esfuerzo fue en vano. A finales de enero el sublevado Sindicato Regional N° 4 desconoce a Castro y enseguida viene el efecto dominó, pues en febrero la mayoría de las 21 delegaciones regionales hace lo propio volviendo más serio y peligroso el cauce del conflicto. (9)

A raíz del crecimiento acelerado de la insurgencia el aparato de Estado decide apresurar las elecciones programadas para junio y las realiza en marzo. Por el lado oficial competía Francisco del Valle Rendón y por la oposición Manuel Ríos y Ríos. El segundo es el más votado sin lugar a dudas, pero la maquinaria estatal hace el trabajo sucio para que Rendón sea el Secretario General de la Federación a como dé lugar. Ante estos hechos, los llamados “maestros rebeldes” siguen en la lucha por el reconocimiento a sus derechos por parte del Gobierno del Estado, pero ahora dirigen su mirada hacia otro frente: el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación.

La FEMS queda atrás y el nuevo propósito es integrarse al SNTE. La dirigencia nacional abre sus brazos a la empresa y con una celeridad digna de loas la parte operativa del movimiento envía una solicitud de ingreso a todos los profesores de la entidad, esto con el propósito de ser firmada, adoptando como demandas principales la nivelación de sueldos con los profesores federales, servicios médicos, inamovilidad en la plaza, escalafón eficaz y una verdadera autonomía sindical.

Las respuestas no se hicieron esperar: la del magisterio y la del gobierno. De ambos lados la tinta corrió sobre el papel: unos firmando y otros amenazando con despidos o bien ofreciendo “premios”. Fiel a su postura, El Pueblo señala el atroz espectáculo en una nota intitulada “Los maestros del yaqui desprecian las amenazas de Soria y otros”:

“...aquí se ha sabido hasta la saciedad que la Dirección General de Educación y los líderes de que dispone, han dirigido

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