Batalla de Maratón
Enviado por Villalvazo ☭☠ • 30 de Agosto de 2015 • Documentos de Investigación • 2.611 Palabras (11 Páginas) • 108 Visitas
La batalla de Maratón.
El 490 a.C. todas las ciudades de Grecia, salvo Atenas y Esparta, se habían sometido al Imperio Persa. Oriente se imponía a Occidente. Una quimera social conocida como democracia — del griego demos (pueblo) y krátos (poder o gobierno) — se debatía entre el sometimiento y la extinción, o la lucha. Si Atenas caía o se sometía, la democracia, toda Grecia, y con ellas la cuna de la cultura occidental, se desvanecerían para siempre antes de dar sus primeros pasos.
Aquel verano del 490 a.C., el rey persa, Darío I, desembarcó en la llanura de Maratón con 25.000 hombres, dispuestos a aniquilar a todo griego que no se sometiera. Frente a ellos, tan sólo 10.000 atenienses y unos cientos de aliados. Con una diferencia: estaban allí como ciudadanos libres, hombres desesperados que habían elegido enfrentarse a lo imposible antes que someterse.
La inmensidad del prístino Oriente. La adolescencia de Occidente. En juego: una cultura, una civilización —la occidental— que pugnaba por sobrevivir. Aniquilación o victoria. El mundo tal y como lo conocemos estaba sobre el tablero. Pero ¿cómo se llegó a tan dramática situación?
Motivo bélico
Las tensiones entre griegos y persas tenían su origen en el destierro en 511 a.C. de Hipias, tirano de Atenas, por parte de los partidarios de la democracia, apoyados por Esparta, recelosa del creciente poderío que Atenas había adquirido bajo el gobierno de los Pisistrátidas (que eran los hijos del tirano Pisístrato, Hipias e Hiparco). Hipias, como todo tirano que se precie, padeció de una potente adicción al poder. Ello le conduciría a exiliarse donde más posibilidades tuviera de recabar la ayuda necesaria para volver a alzarse con él. El lugar escogido sería Sardes, en la actual Turquía y en el prístino Imperio Persa. Sardes estaba bajo el control de Artafernes, el sátrapa de Lidia, que no era un sátrapa cualquiera sino el hermano del mismísimo rey Darío I, amo y señor del mayor imperio que el mundo había conocido: El imperio persa. Un exilio perfecto para alguien que aspiraba a reconquistar su patria. Si bien los atenienses no estaban por la labor de devolverle el poder al tirano, por lo que no tardarían en exigir a Persia la entrega de Hipias para ser juzgado por sus crímenes. Obviamente Darío I se negó. No estaba dispuesto a entregar a un huésped tan valioso, que podría ser la llave de Atenas, a cambio de nada.
Dicha negativa provocaría que al estallar la Revuelta Jónica, que en 499 a.C. levantara en armas a los griegos de Asia Menor contra el Imperio Persa, Atenas enviara veinte naves en ayuda de los jonios. Dicha revuelta, iniciada por Aristágoras, tirano de Mileto, sería efectivamente sofocada por los persas en 494 a.C. Darío reconquistaría Chipre, el Dardanelos y el Bósforo, tomaría Mileto y deportaría a sus habitantes a orillas del Tigris. Pero no se conformó. Continuó su avance conquistando Tracia, Macedonia e instaurando gobiernos leales en las islas Cícladas. El avance persa parecía imparable. Las ciudades griegas se sometieron una tras otra a la autoridad del gran rey. Tras la contundente victoria, únicamente dos ciudades continuaban resistiéndose al dominio persa, empecinadas en la defensa de su soberanía, su libertad y su estilo de vida: Atenas y Esparta. Ya tenía el casus belli —castigar a los instigadores y colaboradores de la Revuelta Jonia—. Sólo faltaba la invasión.
Preludio del combate.
Reunió la mayor flota jamás vista —200 naves— al mando de Artafernes, el mismo sátrapa que acogiera al tirano ateniense; y un potente ejército de 25.000 hombres bajo las órdenes de Datis, de los cuales 5.000 eran de la temible caballería persa. El propio Hipias acompañaba la expedición para recuperar el trono de Atenas como títere de los persas.
La primera víctima serían las islas Cícladas. De ahí atacaron la isla de Eubea, aliada de Atenas que también había apoyado la Revuelta Jónica, tomando la capital, Eretria, tras un asedio de tan sólo seis días. La ciudad fue saqueada, quemada y los supervivientes de la matanza, esclavizados y deportados a Persia. Los atenienses ya conocían el destino que les esperaba. Eran los siguientes. Así, las hordas persas se dirigieron al Ática en busca de su presa. El lugar escogido, Maratón, no era casual. Hipias, oriundo de Atenas, lo había seleccionado minuciosamente: una llanura donde la temible caballería persa podría maniobrar a sus anchas y fulminar a la infantería griega, protegiendo además su flanco por un pantano. Allí desembarcó el inmenso ejército persa, que debía aniquilar a Atenas.
Datos sobre los ejércitos a enfrentarse.
Imperio persa:
- Superioridad numérica. Entre 25.000 a 30.000 hombres.
- Caballería (Los griegos no contaban con caballería).
- Arqueros (Los griegos no contaban con arqueros).
- Alta moral, debido al gran número de victorias y a que ningún ejército griego, había logrado vencer a los persas en campo abierto.
- Armadura muy ligera, mimbre y lino en su mayoría.
- Falta de entendimiento entre las tropas (soldados que hablaban diferentes idiomas o dialectos, y no entendían claramente las ordenes).
Griegos:
- Sin caballería, ni arqueros.
- Ampliamente superados en número, en una proporción de 2 ‘o 3 a 1.
- 10,000 soldados y cerca de 600 soldados de refuerzo de la ciudad aliada de Platea.
- Infantería organizada en falange, una formación revolucionaria para la época, implementada por Fidón de Argos.
- Lanzas de mayor tamaño a las del ejército persa, entre 1,8 y 2,7 metros de largo.
- Hoplón, que es un novedoso escudo de bronce.
- Armadura metálica en su totalidad.
La batalla.
Cuando tuvo conocimiento del desembarco persa el cinco de agosto en las cercanías de Maratón, dudó entre esperar a los persas en la seguridad de las murallas —táctica habitual de los griegos hasta entonces—, esperarlos a las afueras alejando el peligro de la ciudad, o acudir a su encuentro. Optó por esto último. Al hacerlo, logró sorprender al ejército persa al contemplar al ejército ateniense al completo acampado en las colinas cercanas a Maratón, pues esperaban una fácil victoria por asedio en la que la ciudad se rendiría rápidamente por temor a represalias y ante la presencia de Hipias, el antiguo tirano, que garantizaría la vida a todos aquellos que se rindieran. De esta forma lograron no sólo sorprender a los persas, sino también cercarles el paso hacia la ciudad.
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