CIUDADANÍA POLÍTICA: DEL HOMBRE POLÍTICO AL HOMBRE LEGAL Adela Cortina, 2001
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CIUDADANÍA POLÍTICA: DEL HOMBRE POLÍTICO AL HOMBRE LEGAL
Adela Cortina, 2001
La naturaleza de la ciudadanía. El hombre y el ciudadano
La ciudadanía es primariamente una relación política entre un individuo y una comunidad política, en virtud de la cual el individuo es miembro de pleno derecho de esa comunidad y le debe lealtad permanente . El estatuto de ciudadano es, en consecuencia, el reconocimiento oficial de la integración del individuo en la comunidad política, comunidad que desde los orígenes de la Modernidad cobra la forma de Estado nacional de derecho.
Sin embargo, con esto hemos dicho todavía muy poco sobre la naturaleza de la ciudadanía porque el vínculo político en que consiste constituye un elemento de identificación social para los ciudadanos, es uno de los factores que constituyen su identidad. Y en este punto tienen su origen la grandeza y la miseria del concepto de que tratamos, en principio, porque la identificación con un grupo supone descubrir los rasgos comunes, las semejanzas entre los miembros del grupo pero, a la vez, tomar conciencia de las diferencias con respecto a los foráneos. De suerte que la trama de la ciudadanía se urde con dos tipos de mimbres: aproximación a los semejantes y separación con respecto a los diferentes. El ciudadano ateniense se vincula a los que, como él, son libres e iguales, y se distancia de los que no lo son; el ciudadano romano se sabe defendido por unas leyes, a las que no pueden acogerse los bárbaros.
El concepto de ciudadanía se genera, pues, desde esa dialéctica “interno/externo”, desde esa necesidad de unión con los semejantes que comporta la separación de los diferentes, necesidad que al menos en Occidente se vive como un permanente conflicto. El universalismo cristiano recorre las venas del liberalismo y el socialismo, mostrando hasta qué punto las semejanzas entre todos los seres humanos son mucho más profundas que las diferencias. Difícil resulta poner vallas al campo, como con tanta lucidez most
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ró Rousseau en El contrato social, al distinguir entre el hombre (varón/mujer) y el ciudadano, entre la religión del hombre y la religión del ciudadano.
El hombre –diríamos mejor, la persona- trasciende con mucho su dimensión
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