Chile Actual Anatomia De Un Mito.
Enviado por nicolealgonzale • 26 de Mayo de 2012 • 2.576 Palabras (11 Páginas) • 1.010 Visitas
LIBRO
ALFREDO JOCELYN-HOLT:
EL PESO DE LA NOCHE. NUESTRA FRÁGIL
FORTALEZA HISTÓRICA
Enrique Barros
ENRIQUE BARROS. Abogado. Doctor en Derecho, Universidad de München. Profesor
de Derecho en la Universidad de Chile. Miembro del Consejo Directivo del Centro de Estudios
Públicos.
1 Alfredo Jocelyn-Holt L. La independencia de Chile (Mapfre, 1992). Véanse las
reseñas de Carlos Peña G. e Iván Jaksic en Estudios Públicos, 53 (verano 1994), p. 313 ss.
l “peso de la noche” es una escéptica y melancólica frase con
que Portales caracteriza el orden que regía en el Chile de su época. En el
título de la nueva obra de Alfredo Jocelyn-Holt esa frase aparece asociada a
una advertencia paradójica acerca de la fragilidad de nuestra fortaleza histórica.
Ya ese título expresa un tono inquietante. Y, en verdad, este conjunto
de ensayos, reunidos en una obra provocativa, nos da claves para comprendernos,
no sólo a partir de nuestras fortalezas relativas, sino de nuestra
fragilidad como país.
Luego de su espléndido estudio sobre La independencia de Chile1,
el autor centra su atención en el período que sigue a Lircay, especialmente
en el ciclo político que tiene sus orígenes marcados por el liderazgo del
ministro Portales.
Muchas ideas matrices de este ensayo provienen de esa obra anterior
sobre la independencia, que culmina precisamente en 1829. La principal es
E
Alfredo Jocelyn-Holt: El peso de la noche.
Nuestra frágil fortaleza histórica
(Ariel: 1997)
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que la configuración social y económica del Chile republicano tiene sus
raíces en el siglo XVIII. Ya entonces se desarrollaron en la elite criolla un
espíritu de pertenencia y expectativas de autonomía. Con todo, la independencia
aparece como una coyuntura inesperada, más que como el resultado
de una decisión política. Por lo mismo, donde mayores cambios se producen
a su siga es en torno al problema del poder. El orden social y económico
permanece esencialmente inalterado; incluso el derecho español continúa
vigente, pero la monarquía burocrática de los borbones, que extendía
sus brazos hasta ese fin del mundo, ha desaparecido del horizonte. De ahí
en adelante, el problema central que debió resolver la sociedad chilena fue
político. En el terreno cultural, fue necesario justificar un nuevo orden que
carecía de legitimidad tradicional. El propio Estado se ocupó de crear y
expandir símbolos de una nación cohesionada, cuyos orígenes, por lo demás,
también se encontrarían dibujados en los esfuerzos que debió emplear
la elite para neutralizar el centralismo borbónico. En suma, la independencia
planteó un problema inédito: el del poder. El problema clave pasó a ser
la tarea y la conducción del gobierno.
La obra de Jocelyn-Holt plantea una tesis provocante: el autoritarismo
político que se inicia en Lircay tiene por trasfondo el propósito de la
elite de controlar el Estado para evitar que éste se emancipase. Así, el
régimen llamado portaliano tiene una doble cara: implacable en ejercer la
autoridad; el poder desnudo, en opinión de sus críticos. Pero, simultáneamente,
como la personalidad del propio Portales, el régimen tiene una cara
liberal, dada por una elite conservadora, pero sensible al cambio; que acepta
la liberalización de la economía y que asume el tema cultural como
constitutivo de su identidad y de su legitimidad.
El Estado que se forjó en Lircay impuso el orden por la razón o la
fuerza, como expresa el antiguo lema numismático, que luego fue incorporado
en el escudo nacional; su objetivo fue la paz social y el sometimiento
de todos por igual a la autoridad. Sin embargo, según la tesis de Alfredo
Jocelyn-Holt, el verdadero actor social de la época es una elite tradicional
abierta al progreso. Pocos revelan de mejor modo esta dialéctica de conservación
y cambio que Andrés Bello, el gran hijo adoptivo de la sociedad
chilena del siglo XIX. Abierto al mundo y convencido liberalizador de las
instituciones vinculadas a la economía y al saber, fue, al mismo tiempo, un
conservador escéptico del cambio en materia de las costumbres y un profundo
averso a todo desorden.
Chile vivió a mediados del siglo XIX, en opinión del autor, un
proceso cultural muy intenso al interior de la propia elite dirigente. Se da
una suerte de tribuna en que un “público de hombres instruidos en el uso
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público del entendimiento” constituyen “una esfera de comunicación que
supone una conciencia política orientada por leyes generales y abstractas
que corren en una dirección contraria al poder absoluto”. Este mundo cultural,
el de las ideas y sentidos, constituye un espacio público intermedio que
posibilitó la existencia de márgenes importantes de libertad, si se considera
la época, y estableció un límite implícito al autoritarismo que marcaba la
política.
La obra muestra en rápidos vistazos prospectivos, que recién en el
siglo XX el Estado asumió el rol orientador que antes había tenido aquella
clase dirigente. El autoritarismo cambia de sujeto y de alcance. Ahora es el
Estado el sujeto protagónico, y su influencia se extiende a un ámbito ignorado
en la época del antiguo autoritarismo político: el gobierno de la sociedad.
Incluso la revolución capitalista tiene su origen en el homo faber
político; es producto de una dictadura que se propuso cambiar el país. No
es el resultado de una cultura preexistente de libertades espontáneamente
asumidas, sino, al revés, el objeto de una decisión política, que se impone
desde arriba. Responde a una estrategia de desarrollo, que se impone como
un “modelo”.
Por eso, me permito sugerir que la evolución hacia una sociedad
civil más amplia y más vital pasa hoy por una reforma que el propio Estado
haga de sí mismo. El tema no es tan distinto al planteado por Portales en su
famosa carta al ministro Tocornal.
Alfredo Jocelyn-Holt acentúa esta radical diferencia entre el Estado
actual y el de los inicios de la república. Así, refuta también las tesis
tradicionales acerca del papel histórico del Estado en la construcción del
orden
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