Conquista Espiritual De Mexico
Enviado por shaswarin • 14 de Octubre de 2014 • 2.587 Palabras (11 Páginas) • 322 Visitas
INTRODUCCION
La conquista de América lleva consigo un tema trascendente como es el de la consideración de las personas que encontraron en la nueva tierra descubierta. ¿Eran aquellas personas iguales a los españoles en derechos y dignidad? Ésta era la pregunta que surgía en aquellos que llegaron al Nuevo Mundo en 1492. El llegar a tierras nuevas y encontrarse con personas jamás vistas les llevó a preguntarse si esos nativos eran como ellos mismos o si su dignidad era inferior… es ésta una cuestión fundamental porque radica en ella un problema importante: la dignidad de toda persona.
Solamente con la llegada de los primeros misioneros franciscanos en 1524 comenzó la evangelización metódica de la Nueva España. Es sabido, sin embargo, que antes de llegar ellos, algunos otros religiosos aislados habían esparcido en México la semilla de la palabra evangélica. Es de importancia poner los ojos en la obra de estos evangelizadores iniciales, siquiera sea de manera rápida.
Es imposible estudiar la historia de la evangelización de México sin dar el debido realce a las preocupaciones religiosas que llenaron en todo tiempo el alma del conquistador Cortés. De grandes ambiciones, fácil en sucumbir a la carne, político de pocos escrúpulos, tenía Cortés sus aspectos de Don Quijote. Pese a las flaquezas, de que con humildad se dolió más tarde, estaban en él hondamente arraigadas las convicciones cristianas. Siempre llevó en su persona una imagen de la Virgen María, cuyo amartelado devoto fue; día a día rezaba sus oraciones u oía misa; una cruz había en su estandarte, orlada con estas palabras: Amici, sequamur crucem, et si nos fidem habemus, vere in hoc signo vincemus. Tenía otro, con las armas de Castilla y León a un lado y una imagen de la Virgen Santísima al otro. Pudo ser su ambición primaria, a lo que parece, forjar para sí una manera de feudo autónomo, teóricamente subordinado al rey de España: no pudo sin embargo, pensar en que sus súbditos fueran paganos y siempre puso esmero en llevar a realidad paralelamente la conquista religiosa con la conquista política y militar.
LA CONQUISTA ESPIRITUAL DE MÉXICO
Cortés fue severo con los blasfemos y abiertamente puso en sus ordenanzas que el fin primario de la expedición era la extirpación de la idolatría y la conversión de los indígenas a la fe cristiana: hecha la guerra con otra intención, agregaba, sería una guerra injusta. Bien está que este espíritu no animó a muchos de sus lugartenientes y soldados, cuyas costumbres nada de ejemplar tuvieron y que a menudo se extraviaron. Pero, si no siempre fueron respetados los mandatos de Cortés, tampoco hay que echar en olvido que varios de sus compañeros de armas entraron frailes más tarde: así el ermitaño Gaspar Díaz, a quien el obispo Zumárraga tuvo que mandar atenuara sus austeridades; así Sindos, o Cintos, de Portillo, “casi un santo”, Medina. Quintero, Burguillos, Escalante y Lintorno, que se hicieron... ¡y aún la lista de Bernal Díaz no es quizá completa!
Si cabe hacer cargos a Cortés no será ciertamente el haber sido remiso en la evangelización de los indios: todo lo contrario, es más bien el de haber querido obrar con precipitación, sin método, sin guardar la debida gradación, tan necesaria en estos casos. Si vamos en pos de sus huellas desde que desembarca en Ulúa, veremos que a cada paso el mercedario que le acompaña, Fr. Bartolomé de Olmedo, teólogo excelente y “hombre de buen entendimiento”, como con razón le llama Cervantes de Salazar, se ve obligado a temperar su celo, a irle a la mano para encarrilarle en el orden y la prudencia. El P. Cuevas en su historia, insiste en este contraste y, aunque admirador del P. Olmedo, se inclina a creer que la razón estaba de parte de Cortés. “Conocía dice el carácter de los indios y la impresión que en ellos hacía. De hecho, pocas o ninguna cruz ni imágenes se profanaron, y tanto los indios de entonces como los de ahora, tenían el suficiente entendimiento para comprender la simplicísima noción de que no era el palo o lienzo lo que veneraban y que se trataba de cosa muy diferente de sus idolatrías”. Con lógica de Pero Grulllo, cabe sin embargo hacer la observación de que no sabemos lo que habría sucedido en muchos lugares, a no haber moderado el P. Olmedo el ardor de Cortés, un sí es no es imprudente. También creemos que era mucho pedir por parte suya, para indios paganos aún. No puede exigirse a un pagano que “renuncie de un solo impulso a sus cadenas todas y ponga en práctica las virtudes cristianas, si todavía no ha recibido los medios para ello”.
Cortés y sus compañeros llegaron frente a Ulúa el jueves santo, 21 de abril de 1519, y desembarcaron el viernes santo. El día de Pascua hubo misa solemne. Los españoles rezaron arrodillados su rosario frente a una cruz erigida en la arena. Día a día, al toque de la campana, rezaban el ángelus ante la misma cruz. Con admiración les contemplaban los indígenas: algunos de ellos preguntaron por qué los españoles se humillaban ante aquellos dos trozos de madera. Fue entonces cuando, invitado por Cortés, el P. Olmedo les expuso la doctrina cristiana: tan al por menor le pareció la exposición al buen Bernal Díaz, cuya preparación doctrinal no era quizá muy precisa, que llega a escribir que “se les hizo tan buen razonamiento para en tal tiempo que unos buenos teólogos no dijeran mejor... y les dijeron que sus ídolos eran malos... que huyen de la señal de la cruz, porque en otra como aquella padeció muerte y pasión el Señor del cielo y de la tierra, y que quiso sufrir y pasar aquella muerte por salvar al género humano, y que resucitó al tercer día, y está en los cielos, y que habemos de ser juzgados por El... que no sacrificasen ningunos indios, ni otra manera de sacrificios malos que hacen”. Eso fue todo; y ya era bastante para el primer contacto. Tuvo que intervenir Fr. Bartolomé ante el Conquistador: en un país aún desconocido se mantenía éste desconfiado. No así en Cempoala, donde la acción fue más a lo vivo, sin que obstaran los consejos de moderación del P. Olmedo, pues se echaron por tierra los ídolos; se improvisó un altar, como en Ulúa, con la cruz y la Virgen Santísima; se les predicó a los indios y se les dijo misa; fueron bautizadas las ocho mujeres que se dieron a los españoles, y antes de emprender la marcha hacia Anáhuac, recomendó Cortés al “cacique gordo” que tuviera cuidado del altar y de la cruz. Cuatro sacerdotes paganos fueron forzados a cortar sus largas guedejas y mudar sus ropas sacerdotales, y los puso Cortés como custodios de la imagen de la Virgen.
Ya en Tenochtitlán, a donde llegaron los españoles el 7 de noviembre de 1519, una de las mayores preocupaciones
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