Corridas De Toros Historia
Enviado por atropis • 4 de Marzo de 2013 • 2.894 Palabras (12 Páginas) • 801 Visitas
CORRIDAS DE TORO
HISTORIA
La tauromaquia, nombre con que se designa el combate de toros contra hombres, se practicó antiguamente en Tesalia y en Roma donde esas lidias integraban el programa de los espectáculos circenses.
En la actualidad, la tauromaquia se redujo a la corrida de toros, espectáculo típicamente español en el que, desde hace siglos, un hombre provisto de una capa y una espada enfrenta, en la arena, a un toro enfurecido. No debemos confundir el toro doméstico con el toro de combate, descendiente directo de las antiguas razas salvajes. (imagen de: http://www.visitingspain.es/blog/category/tradiciones)
Un toro de lidia es un animal indómito, sumamente feroz y de fuerza extraordinaria; tiene el cuerpo brillante, la cabeza relativamente pequeña pero provista de astas punzantes, y un cuello poderoso. El hombre, durante la corrida, se empeñará con toda su fuerza y su astucia en debilitar los músculos de ese cuello para que el animal, obligado a bajar la cabeza, pueda recibir la estocada, de arriba hacia abajo y entre los omóplatos.
Los toros de lidia son criados en las “ganaderías”, amplios espacios de campo donde vivirán hasta el día en que se los lleva a la arena. Se acostumbra marcar al toro de un año de edad; esa operación consiste en imprimir sobre la piel del animal y con un hierro al rojo una señal distintiva. Cada ganadería posee sus colores que el toro ostentará el día de la lidia. La corrida no es, como se acostumbra decir, un deporte; es más bien una tragedia donde la inmolación del animal es segura y la vida de muchos hombres corre peligro.
El matador es el hombre que, por su ciencia, inteligencia y habilidad dominará la fuerza bruta de la bestia. Para que ese espectáculo sea hermoso deberá ser un alarde de gracia y valor. En las corridas modernas se inmolan, generalmente, seis toros que serán sacrificados por tres toreros distintos. Los animales elegidos deben tener astas muy afiladas y no más de cinco años, y no padecer ningún defecto físico. Antes del espectáculo, cada animal debe ser minuciosamente examinado por un veterinario. La corrida se efectúa en un gran circo (arena, coliseo) cuya construcción es, por lo gen6ral, de inspiración romana y al que los españoles llaman “plaza de toros”. No existe en España ninguna ciudad de cierta importancia que no posea su “plaza”. En el centro del recinto está el redondel, espacio circular donde se desarrolla el espectáculo; el suelo está cubierto de arena fina para facilitar la acción del torero. El diámetro del “redondel” no pasa de 50 metros.
Alrededor se levanta la “barrera”, sólida empalizada de madera que lo separa del resto de la plaza. En la empalizada existen varias entradas. Dos de ellas están custodiadas por hombres siempre listos a intervenir en caso de peligro, otra es la salida de los toros encerrados en el toril, donde permanecerán hasta el momento de salir al redondel. La cuarta entrada, la del patio de caballos, está reservada a la cuadrilla o sea la formación de toreros y auxiliares. Los espectadores están ubicados en los palcos y en las gradas. Constituyen una muchedumbre abigarrada y heterogénea, ávida de sensaciones. Una banda de música alegra el ambiente y, a medida que la hora se acerca, los ruidos se acallan.
Todas las miradas se dirigen hacia la puerta del patio de caballos por donde saldrán los picadores (a caballo) y los toreros (a pie): Llegada la hora, el presidente, desde un palco, agita un pañuelo. Es la señal esperada. Se oyen las notas agudas de una trompeta. y aparecen dos jinetes ataviados con centelleantes trajes. Seguidamente se escuchan los acordes de un típico paso doble, la puerta del patio se abre, el cortejo aparece y avanza para presentarse al público. Al frente marchan los toreros, orgullosos, serenos, erguidos. Sus brillantes trajes bordados de oro (traje de luces) hacen resaltar la agilidad del cuerpo.
Detrás de ellos siguen, por orden de edad, los banderilleros y los picadores. Llegados frente al palco del presidente los toreros se inclinan reverentemente y se descubren; luego se quitan la capa torera y la confían a un amigo o a un admirador quien la coloca sobre el parapeto de la primera fila de espectadores. El matador que habrá de enfrentarse con el primer toro recibe una capa de percal, rosa por fuera y amarilla por dentro, provista de un amplio cuello rígido. Ahora los dos jinetes ataviados a la antigua reciben del presidente las llaves del toril mientras que unos peones alisan la arena y borran las huellas de la comitiva. Llegó el gran momento.
El silencio se hace profundo y todos los espectadores miran ansiosos hacia la puerta roja del toril. El presidente da otra señal con su pañuelo, suena una trompeta, y un anciano, grotescamente vestido de torero, abre la puerta del toril de donde saldrá el primer toro. Los asistentes del torero lo reciben agitando sus capas a su alrededor; lo obligan así a correr para descubrir eventuales defectos y, sobre todo, para apreciar la velocidad de la embestida. El torero, inmóvil como una estatua, sólidamente plantado sobre sus piernas, observa y se prepara. Luego, con andar pausado avanza hacia el toro. Su cuerpo está disimulado tras una pesada capa roja, y es justamente hacia esa capa que el toro se dirige buscando al hombre que se escuda detrás de ella. El torero no se ha movido: ha desplazado solamente su brazo con él la capa. Después, es un verdadero duelo del que se entabla entre el hombre y la bestia: son los pases, movimientos rápidos, elegantes, precisos.
El toro, al principio desorientado, está ahora furioso. Es el momento en que recibirá la primera herida, tarea ésta confiada al picador. Ese auxiliar, generalmente hombre de gran estatura y fuerza, está montado en .un caballo protegido por una coraza erizada de puntas metálicas. Su arma es una lanza de tres metros de largo llamada garrocha cuya punta, corta, no puede penetrar profundamente. En cuanto el toro avista el caballo, creyéndolo fácil presa, se precipita sobre él; pero en cuanto las astas poderosas rozan la coraza del caballo, el picador clava su arma en el cuello del toro, inmovilizándolo por un momento. Seguidamente una sorda batalla se entabla entre el picador y el toro.
A menudo el agudo dolor que le produce la herida le obliga a desistir de la lucha, pero, otras veces, en un esfuerzo desesperado, embiste y desmonta al jinete buscando destrozarlo con sus astas. Entonces se acercan los toreros agitando sus capas para distraer el toro y obligarlo a abandonar sus victimas. Llegó ahora el momento de las banderillas. El toro se halla en el centro del redondel, inmóvil, sorprendido; un hilo de sangre surca su oscuro cuerpo.
De pronto un hombre a pie se le acerca, sin la ilusoria protección de la. capa. En cada una de sus manos tiene un
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