Dia De Muertos Prehispanico
Enviado por diegocam • 2 de Junio de 2014 • 929 Palabras (4 Páginas) • 273 Visitas
CELEBRACIÓN DEL DÍA DE MUERTOS EN EL
MÉXICO PREHISPÁNICO
Para los antiguos mexicanos, la Muerte no tenía las connotaciones morales de la religión
católica, en la que las ideas de infierno y paraíso sirven para castigar o premiar. Por el
contrario, ellos creían que los rumbos destinados a las almas de los muertos estaban
determinados por el tipo de muerte que habían tenido, y no por su comportamiento en la vida.
De esta forma, las direcciones que podrían tomar los muertos eran:
El Tlalocan o paraíso de Tláloc, dios de la lluvia. A este sitio se dirigían aquellos que
morían en circunstancias relacionadas con el agua: los
ahogados, los que morían por efecto de un rayo, los que morían
por enfermedades como la gota, la hidropesía o la sarna, así
como también los niños sacrificados a Tláloc. El Tlalocan era un
lugar de reposo y de abundancia. Aunque los muertos eran
generalmente incinerados, los predestinados a Tláloc eran
enterrados, como las semillas, para germinar.
El Dios Tláloc
El Omeyocan, paraíso del sol, presidido por Huitzilopochtli, el dios de la guerra. A este
lugar llegaban sólo los muertos en combate, los cautivos que eran sacrificados y las mujeres
que morían en el parto. Estas mujeres eran comparadas a los
guerreros, ya que habían librado una gran batalla, la de parir, y se
les enterraba en el patio del palacio, para que acompañarán al sol
desde el cenit hasta su ocultamiento por el poniente. Su muerte
provocaba tristeza y también alegría, ya que, gracias a su
valentía, el sol las llevaba como compañeras.
Dentro de la escala de valores mesoamericana, el hecho de
habitar el Omeyocan era un privilegio, pues era un lugar de gozo
permanente, en el que se festejaba al sol y se le acompañaba
con música, cantos y bailes. Los muertos que iban al Omeyocan,
después de cuatro años, volvían al mundo, convertidos en aves
de plumas multicolores y hermosas. Dios Huitzilopochtli
DÍA DE MUERTOS EN MÉXICO: UNA TRADICIÓN MUY VIVA.
Por: Diego M. Camacho Sandoval.
Morir en la guerra era considerada como la mejor de las muertes por los aztecas. Por
incomprensible que parezca, dentro de la muerte había un sentimiento de esperanza, pues
ella ofrecía la posibilidad de acompañar al sol en su diario nacimiento y trascender convertido
en pájaro.
El Mictlán era el lugar destinado a quienes
morían de muerte natural. Este lugar era
habitado por Mictlantecuhtli y Mictlantecíhuatl,
señor y señora de la muerte. Era un sitio muy
oscuro, sin ventanas, del que ya no era posible
salir.
El camino para llegar al Mictlán era muy
tortuoso y difícil, pues para llegar a él, las
almas debían transitar por distintos lugares
durante cuatro años. Luego de este tiempo, las
almas llegaban al Chignahuamictlán, lugar
donde descansaban o desaparecían las almas
de los muertos. Mictlantecuhtli y Mictlantecíhuatl.
Para recorrer este camino, el difunto era enterrado con un perro, el cual le ayudaría a cruzar
un río y llegar ante Mictlantecuhtli, a quien debía entregar, como ofrenda, atados de teas y
cañas de perfume, algodón (ixcátl), hilos colorados y mantas. Quienes iban al Mictlán recibían,
como ofrenda, cuatro flechas y cuatro teas atadas con hilo de algodón.
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