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Educacion


Enviado por   •  7 de Agosto de 2013  •  5.274 Palabras (22 Páginas)  •  209 Visitas

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La República, Platón nos pide que nos imaginemos en una caverna subterránea que tiene una abertura por la que penetra la luz. En la gruta viven algunos seres humanos, con las piernas y los cuellos sujetos desde la infancia por fuertes cadenas, de manera que sólo pueden ver el muro del fondo de la cueva y, por lo tanto, nunca han visto la luz natural del sol. Por encima de ellos y a sus espaldas, o sea, entre los prisioneros y la boca de la caverna, hay una hoguera, y entre ellos y el fuego cruza un camino algo elevado, donde un muro bajo hace de pantalla. Por el camino elevado pasan hombres portando unas estatuas, representaciones de animales y otros objetos, de manera que estas cosas que llevan aparecen por encima del borde de la pared o pantalla. Los prisioneros, de cara al fondo de la cueva, no pueden verse entre ellos ni tampoco pueden ver los objetos que son transportados a sus espaldas: sólo ven las sombras de ellos mismos y las de esos objetos, sombras que aparecen reflejadas en la pared a la que miran. Estos prisioneros representan a la mayoría de la humanidad, al gran número de personas que permanecen durante toda su vida en un estado de eikasia, viendo sólo sombras de la realidad (phantásmata) y oyendo únicamente ecos de la realidad. Sus opiniones sobre el mundo están deformadas puesto que están determinadas por sus propias pasiones y sus prejuicios y, lo que es más grave, por prejuicios y pasiones de los demás, que les son transmitidas mediante el lenguaje y la retórica. Y a pesar de no encontrarse en una posición mejor a la de los niños pequeños, se aferran a sus deformadas opiniones con toda la tenacidad de la que son capaces los adultos, por lo que tampoco tienen ningún deseo de escapar de su prisión. Más aún, si de repente se les librase y se les invitase a contemplar las realidades de aquello cuyas sombras habían visto anteriormente, quedarían cegados por el fulgor de la luz solar y creerían erróneamente que las sombras eran mucho más reales que las propias realidades.

Sin embargo, narra Platón, si uno de los prisioneros lograse escapar y se acostumbrara poco a poco a la luz del sol, después de un tiempo sería capaz de mirar a los objetos concretos y sensibles, de los que antes sólo había visto sus sombras o reflejos fantasmagóricos. Este nuevo hombre contemplaría a sus compañeros al resplandor del fuego (que representa al sol visible) y se hallaría en un estado de pistis, habiéndose convertido desde el mundo de sombras de los eikones, que era el de los prejuicios, las pasiones y los sofismas, al mundo real, aunque todavía no haya ascendido al mundo de las realidades no sensibles o inteligibles. Ve a los prisioneros tal y como son, esto es, como a prisioneros encadenados por las pasiones y los sofismas. Por otro lado, si insistiese en avanzar y salir de la cueva a la luz del sol, vería el mundo de los objetos claros e iluminados por el sol (que representan las realidades inteligibles) y, finalmente, aunque sólo mediante un gran esfuerzo, estaría preparado para mirar al sol mismo, que representa la Idea del Bien, la Forma más sublime de todas, "la Causa universal de todas las cosas buenas y bellas... la fuente de la verdad y de la razón" (Rep. 517 b 8, c 4). Se hallará entonces en un estado de noesis.

La alegoría de la caverna pone de manifiesto que la ascensión de la línea, que Platón nos presenta en el capítulo anterior de la República, es tenida por él como un progreso, aunque tal progreso no es contínuo ni automático: requiere esfuerzo y disciplina mental. De ahí su insistencia en la gran importancia de la paideia o educación ciudadana, por medio de la cual el joven es conducido gradualmente a la contemplación de las verdades y los valores eternos y absolutos. De este modo, se libra a la juventud de ingresar en el sombrío mundo del error, la falsedad, el prejuicio, la persuasión sofística, la ceguera para los verdaderos valores, etc. Tal educación es de primordial importancia para quienes han de ser hombres de Estado. Los políticos y los gobernantes serán ciegos guiando a otros ciegos si se quedan en el plano de la eikasia o en el de la pistis, y el naufragio de la nave estatal es lo peor que puede sucederle a la polis. Así se entenderá que el interés que pone Platón en la ascensión epistemológica no es un interés meramente académico o crítico: le interesa la conducta de la vida, la tendencia del alma y el Bien del Estado. El hombre que no realiza el verdadero bien, es decir, el que le es propio, no vive ni puede vivir una vida verdaderamente humana y buena, y el político que no realiza el verdadero bien del Estado, que no ve la vida política a la luz de los principios eternos, conduce a su pueblo a la ruina.

Hasta aquí Platón y su libro VII de La República, pero, ¿qué tiene todo esto que ver con la obra de Foucault: Vigilar y castigar, y más concretamante con el tema del panoptismo? Lo que propongo y pretendo desarrollar brevemente en este artículo es un trabajo de análisis crítico y comparativo entre ambos modelos: caverna y panóptico -que perfectamente pueden ser pensados como paradigmas disciplinarios o de dominación alternativos-, con el fin de demostrar que la propuesta foucaultiana supone, a mi juicio, una "reducción" considerable respecto del problema expuesto por Platón, en tanto que Foucault apunta a un modo de poder autoconsciente construído histórico, social y políticamente, mientras que Platón apunta a lo que he decidido denominar, un modo de ignoracia no consciente y, por consiguiente, no dirigido por nadie -y precisamente por ello mucho más peligroso-, que amenaza con diseminar la educación o paideia de cualquier modelo de polis, incluidas, claro está, las de nuestras actuales macro-sociedades tecnocratizadas.

La sospecha que propongo, pues, es pensar que las consecuencias provocadas por el panoptismo tal y como Foucault lo planteó, es decir, la red de vigilancia de todos hacia todos, que desembocaría por un lado, y se alentaría por otro, en la autovigilancia desmedida, pudiera no ser el origen actual del problema acerca de las mortecinas relaciones de poder y dominación. Las relaciones de vigilancia y castigo modernas no constituyen, al menos todas ellas, un "mal menor" que debamos admitir resignadamente para que el conjunto de las relaciones intersubjetivas funcionen en paz y armonía, sino que suponen la solución necesaria misma del problema de lo que hemos llamado ignorancia generalizada.

Podemos argumentar que, habida cuenta del ritmo impetuoso en el que se han venido desarrollando en las sociedades tecnocratizadas modernas las ciencias y las técnicas, las cuales, por otra parte, han hecho posibles las más cruentas de las guerras y los más deplorables atentados contra la vida, sólo un límite autoconsciente

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