El Arañero De Sabaneta
Enviado por garetbale • 24 de Marzo de 2014 • 2.026 Palabras (9 Páginas) • 497 Visitas
CONFIDENCIAS
Permítanme siempre estas confidencias muy del alma, porque yo
hablo con el pueblo, aunque no lo estoy viendo; yo sé que ustedes
están ahí, sentados por allí, por allá, oyendo a Hugo, a Hugo el
amigo. No al Presidente, al amigo, al soldado.
Bueno, ayer fui a visitar la tumba de mi abuela Rosa. No quería
ir en alboroto porque siempre hay un alboroto ahí, bonito alboroto
y la gente en un camión y las boinas rojas. Yo dije: “Por favor, yo
quiero ir solo con mi padre a visitar a la vieja, a Rosa Inés”. Allí
llegamos, y llegó el señor, un hombre joven, con una pala y unos
niños, limpiando tumbas. Ellos viven de eso. Y me dijo el señor,
dándole con cariño a un pedacito de monte que había al lado de
la tumba de la vieja: “Presidente, usted la quiso mucho, cada vez
la nombra, ¿verdad?”. “Claro que la quise y la quiero, ella está por
dentro de uno”.
También me dio mucha alegría ver de nuevo, ¿cómo se llama
el niño? No recuerdo, un “firifirito”, que hace un año fui también
a darle una corona a mi abuela, y él llegó: “Chávez, yo vivo limpiando
tumbas y no tengo casa”. Ayer me dijo, con una sonrisa
de oreja a oreja: “Chávez, gracias, tengo casa, mira, allá se le ve el
techo”. Tiene techo rojo la casa. El niñito tiene casa, hermano, con
su mamá y su papá y dos niñitos más, que están ahí, todos limpian
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Cuentos del Arañero
tumbas. Esa vez lo agarré y le dije: “¿No tienes casa?” ¡Claro!, son
tantos los que no tienen casa ¡Dios mío! ¡Ojalá uno pudiera arreglar
eso rápido para todos los niños de Venezuela!
Le pedí al general González de León y al gobernador que se
unieran para atender el caso de ese niño, porque él me dijo con
aquellos ojitos: “Chávez, no tengo casa. Chávez, yo quiero estudiar”,
“Chávez, mi mamá está pasando hambre”, y bueno, me dijo
tantas cosas con aquellos ojitos que me prendió el alma. Y les dije,
miren, hagan un estudio social. Y ya tiene casa el niño y se le ve
el techo rojo. “Allá está. Chávez, visítame”. Y yo le dije: “No tengo
tiempo papá, pero otro día voy”. ¡Ojalá pueda visitarlos algún día!
Ahí estuvimos rezando delante de la tumba de la abuela. Yo nací
en la casa de esa vieja, de Rosa Inés Chávez. Era una casa de palma,
de piso de tierra, pared de tierra, de alerones, de muchos pájaros
que andaban volando por todas partes, unas palomas blancas. Era
un patio de muchos árboles: de ciruelos, mandarina, mangos, de naranjos,
de aguacate, toronjas, de semerucos, de rosales, de maizales.
Ahí aprendí a sembrar maíz, a luchar contra las plagas que dañaban
el maíz, a moler el maíz para hacer las cachapas.
De ahí salía con mi carretilla llena de lechosa y de naranjas
a venderlas en la barquillería. Así se llamaba la heladería, y me
daban de ñapa una barquilla. Era mi premio y una locha para
comprar qué sé yo qué cosas. Bueno, de ahí vengo. Cuando yo
muera quiero que me lleven allá, a ese pueblo que es Sabaneta
de Barinas, y me conformaré con una cosa muy sencilla, como la
abuela Rosa Inés.
LAS PROPIAS RAÍCES
La abuela Rosa Inés decía: “Muchacho, no te encarames en esos
árboles”. Yo me subía arriba, chico. Había un matapalo en el patio
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Hugo Chávez Frías
donde me crié, era un patio hermoso y uno se subía en todos esos
árboles. El matapalo era el más alto y uno buscaba las ramas más
altas porque había unos bejucos y allá abajo un topochal. Y como
las matas de topocho tienen el tronco blando y esponjoso, es como
un colchón.
¿Tú sabes lo que yo hacía? Me lanzaba con mis hermanos y
Laurencio Pérez, el otro que le decíamos “El Chino”. El único que
no se subía era el “Gordo Capón”. El “Gordo Capón” no podía subirse,
era el dueño del único bate y la única pelota Wilson, así que
ese era cuarto bate aunque se ponchara. Uno se lanzaba barúuu,
barúuu. El hombre de la selva. Yo prefería ser Barú que Tarzán.
Barú era africano. Uno caía, se “espatillaba” contra los topochales
y mi abuelita, pobrecita, que en paz descanse, salía con las manos
en la cabeza: “¡Muchacho, te vas a matar, bájate de ahí, mira que
el Diablo anda suelto!”
A veces a mí me daba miedo porque uno pensaba que el Diablo
andaba suelto de verdad. Claro, Cristo anda suelto también y Cristo
siempre le gana al Diablo como Florentino le ganó al Diablo. Ella
nos regañaba mucho, nos bajaba de los árboles, pero en la noche nos
sentaba en el pretil de la casa de palma, cuando se iba la luz de
la planta eléctrica de Sabaneta, que quedaba cerquita de la casa.
Cuando pasaba don Mauricio Herrera en una bicicleta, uno sabía
que ya iban a apagar la planta. “Ahí pasó don Mauricio”, y era
como un reloj. Él pasaba todas las noches a las ocho en punto.
Recuerdo que apagaba una primera vez, ese era el aviso. Era como
la retirada, como cuando uno está por allá y le tocan la corneta.
Después venían dos apagones, rur, rur, y ya la tercera era que se
iba la luz en el pueblo.
Claro, ya estaban las velas prendidas o las lámparas aquellas
de kerosene, y la abuela lista con sus cuentos. Y uno la buscaba:
“Abuela, échanos los cuentos”. Y ella hablaba de un cabo Zamora
y de un Chávez, abuelo de ella, que se fue con el cabo Zamora y no
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Cuentos del Arañero
regresó más nunca. Recuerdo que desde niño oía comentarios entre
las abuelas: “Cónchale, que aquel si fue maluco, dejó la mujer sola
y le dejó los hijos”.
El abuelo por los Chávez, el abuelo de mi abuela se fue con un
tal Zamora y no vino más nunca. Dejó los muchachos chiquitos y
la mujer se quedó sola con los muchachos vendiendo topocho y
pescando en el río. También oía los comentarios de mis abuelas,
las Frías, de que hubo un maluco, un tal Pedro Pérez Delgado,
quien también tuvo dos muchachos con Claudina Infante y se fue.
Estaban los muchachos chiquiticos y más nunca volvió. Entonces
yo tenía la idea de que eran malucos, pero cuando voy a buscar la
historia en los libros resulta que no eran ningunos malucos, eran
unos
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