El Primer Hombre De Albert Camus
Enviado por markos300589 • 5 de Octubre de 2014 • 675 Palabras (3 Páginas) • 299 Visitas
Con el señor Bernard era siempre interesante por la sencilla
razón de que él amaba apasionadamente su trabajo. Fuera el sol podía aullar en las
paredes leonadas mientras el calor crepitaba incluso dentro de la sala, a pesar de
que estaba sumida en la sombra de unos estores de gruesas rayas amarillas y
blancas. También podía caer la lluvia, como suele ocurrir en Argelia, en cataratas
interminables, convirtiendo la calle en un pozo sombrío y húmedo: la clase apenas
se distraía. Sólo las moscas, cuando había tormenta, perturbaban a veces la
atención de los niños. Capturadas, aterrizaban en los tinteros, donde empezaban a
morirse horriblemente, ahogadas en el fango violeta que llenaba los pequeños
recipientes de porcelana de tronco cónico encajados en los agujeros del pupitre.
Pero el método del señor Bernard, que consistía en no aflojar en materia de
conducta y por el contrario en dar a su enseñanza un tono viviente y divertido,
triunfaba incluso sobre las moscas. Siempre sabía sacar del armario, en el
momento oportuno, los tesoros de la colección de minerales, el herbario, las
mariposas y los insectos disecados, los mapas o... que despertaban el interés
languideciente de sus alumnos. Era el único de la escuela que había conseguido una
linterna mágica y dos veces por mes hacía proyecciones sobre temas de historia
natural o de geografía. En aritmética había instituido un concurso de cálculo mental
que obligaba al alumno a ejercitar su rapidez intelectual. Lanzaba a la clase, donde
todos debían estar de brazos cruzados, los términos de una división, una
multiplicación o, a veces, una suma un poco complicada. «¿Cuánto suman 1.267 +
691?» El primero que acertaba con el resultado justo ganaba un punto que se
acreditaba en la clasificación mensual. Para lo demás utilizaba los manuales con
competencia y precisión... Los manuales eran siempre los que se empleaban en la
metrópoli. Y aquellos niños que sólo conocían el siroco, el polvo, los chaparrones
prodigiosos y breves, la arena de las playas y el mar llameante bajo el sol, leían
aplicadamente, marcando los puntos y las comas, unos relatos para ellos míticos en
que unos niños con gorro y bufanda de lana, calzados con zuecos, volvían a casa
con un frío glacial arrastrando haces de leña por caminos cubiertos de nieve, hasta
que divisaban el tejado nevado de la casa y el humo de la chimenea les hacía saber
que la sopa de guisantes se cocía en el fuego. Para Jacques esos relatos eran la
encarnación del exotismo. Soñaba con ellos, llenaba sus ejercicios de redacción con
las descripciones de un mundo que no había visto nunca, e interrogaba
...