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El filósofo Aristipo


Enviado por   •  17 de Febrero de 2012  •  Tutorial  •  8.028 Palabras (33 Páginas)  •  510 Visitas

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Introducción

El filósofo Aristipo, discípulo de Sócrates, víctima de un naufragio, fue arrojado a las costas de la

isla de Rodas y al advertir unas figuras geométricas dibujadas en la arena, cuentan que gritó a sus

compañeros: «Tengamos confianza, pues observo huellas humanas.» En seguida se dirigió a la

ciudad de Rodas y se encaminó directamente hacia el gimnasio. Allí empezó a discutir sobre temas

filosóficos y fue objeto de numerosos regalos que no solamente le sirvieron para equiparse él de

manera distinguida, sino que también suministró a sus compañeros vestidos y todo lo necesario

para vivir. Sus compañeros quisieron regresar a su país de origen y le preguntaron si quería darles

algún mensaje para su casa. Les ordenó que dijeran: «Es preciso equipar a los hijos con

provisiones y recursos que permitan ponerse a salvo a nado, incluso en un naufragio.»

Efectivamente la auténtica protección de la vida es la que permanece intacta ante los golpes

adversos de la fortuna, ante los cambios políticos y ante la devastación de una guerra. Teofrasto

corrobora igualmente esta opinión y exhorta que es mejor ser sabios que poner toda nuestra

confianza en el dinero; se expresa así:

«Solamente el hombre sabio no se siente extranjero en países lejanos, sólo él cuenta con

numerosos amigos aunque haya perdido a sus familiares y parientes; en cualquier ciudad se

comporta como un ciudadano más y sin ninguna clase de temor está capacitado para subestimar

los infortunios; quien piense que la verdadera protección la dan únicamente las riquezas y no las

ciencias, es como sí marchara por caminos resbaladizos y, con toda seguridad, será victima de una

vida inestable e insegura.»

En parecidos términos se expresa Epicuro: «La Fortuna regala a los sabios muy pocos dones; lo

realmente importante y necesario es bien administrado por las reflexiones de su espíritu y de su

entendimiento.» Otros muchos filósofos han corroborado esta misma opinión; y también los

antiguos poetas griegos que escribieron comedias y que en sus versos, cuando son declamados en

el teatro, reflejan este mismo parecer; podemos citar a Eucrates, Quiónides, Aristófanes, y sobre

todo a Alexis, quien afirmó que los atenienses eran merecedores de las más elogiosas alabanzas,

pues así como las leyes de otras ciudades griegas obligan a que los hijos alimenten a sus padres,

en Atenas solamente obligan a alimentar a aquellos padres que han instruido a sus propios hijos en

las artes (Parece referirse a una ley dictada por Solon, en torno al 594 a. C.). Todos los dones que

concede la Fortuna, ella misma los quita con suma facilidad, pero la ciencia que se graba en el

entendimiento no se desvanece con el paso del tiempo, sino que permanece estable hasta el fin de

la vida. Por ello, me siento profundamente agradecido a mis padres ya que, obedeciendo las leyes

de los atenienses, pusieron toda su preocupación y cuidado en que yo me instruyera en un arte

que no puede cultivarse sí no es gracias a una educación completa y a un total conocimiento de

todo tipo de instrucciones. Paulatinamente se fueron acrecentando mis conocimientos de las artes

prácticas, gracias al cuidado de mis padres y a las enseñanzas de mis maestros; me resultaban

gratificantes los temas de erudición, de aplicación técnica y con la lectura de libros equipé y

enriquecí mi espíritu; el mayor beneficio es no crearse necesidades y aceptar que la mayor riqueza

Los diez Libros de Arqutiectura

Marco Lucio Vitruvio Polion

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L i b r o S e x t o

consiste en no desear nada. Algunos quizás opinen que estas reflexiones son algo nimio y que

realmente son sabios los que poseen mucho dinero. Así, la mayoría, esforzándose por lograr este

objetivo, han alcanzado la fama sumando a sus riquezas una gran audacia.

Pero yo, ¡OH César!, nunca consideré mi dedicación al arte como un trampolín para conseguir

dinero, sino que más bien he preferido la pobreza con una vida honrada a las riquezas que se

consiguen con trampas y deshonras. Hasta el presente he logrado muy poco reconocimiento, pero

con la publicación de estos volúmenes espero que mi nombre se perpetúe en los siglos venideros.

No debe causar ningún asombro que yo sea un verdadero desconocido para muchos. Los demás

arquitectos andan suplicando y litigando con objeto de conseguir obras, pero a mí me han

enseñado mis preceptores que es más conveniente emprender una obra cuando te vienen a buscar

y no cuando tú vas suplicándola y mendigándola, pues el talento noble y sincero se altera por la

vergüenza de solicitar una obra que puede ser objeto de sospecha, ya que siempre se busca a

personas generosas y no a los que simplemente se limitan a recibir nuestra ayuda. Efectivamente,

¿no habrá motivo para pensar que un ciudadano sospeche que se le solicitan gastos de su propio

patrimonio para el propio interés y provecho del demandante?, ¿no juzgará que se va a desviar en

beneficio de la otra persona? Por ello, nuestros antepasados encargaban, en primer lugar, sus

obras a arquitectos que gozaban de estima por pertenecer a familias distinguidas y, sólo

posteriormente, averiguaban si habían recibido una buena educación, pues estaban convencidos

que se debía confiar en la modestia de las personas honestas y no en la audacia de los arrogantes.

Los mismos arquitectos enseñaban exclusivamente a sus propios hijos o parientes y educaban

como hombres de bien a quienes les eran confiadas, sin recelar, grandes cantidades de dinero de

los edificios más complejos.

Cuando observo que el prestigio de esta ciencia tan noble está en manos de personas carentes de

los mínimos conocimientos, de inexpertos, e incluso de individuos que no tienen la más mínima

idea ni de arquitectura ni de construcción, no puedo menos que elogiar a aquellos padres de familia

que, alentados por la seriedad de su erudición, deciden construir por sí mismos; antes que confiar

en personas inexpertas prefieren valerse por sí mismos, para gastar su dinero siguiendo su propia

voluntad y no confiar en el capricho de personas ajenas. Nadie se atreve a hacer en su propia casa

un trabajo de artesanía, como pueda ser de zapatero, de batanero o cualquier otra actividad que

sea fácil de practicar, pero sí se atreven a ejercer de arquitectos, porque las personas

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