En una lectura compleja de la narración puntillosa de Runciman,
Enviado por Luciana Colque • 12 de Junio de 2016 • Ensayo • 4.978 Palabras (20 Páginas) • 276 Visitas
En una lectura compleja de la narración puntillosa de Runciman,
El profesor británico, Steven Runciman, describe en esta obra “Una historia del mundo Mediterráneo”, una disputa por poderes entre gibelinos y güelfos, tanto económicos como políticos. Se puede apreciar como una vez más miden fuerzas el Papa y el Emperador, enfrentado dos modelos opuestos que no pueden convivir con la presencia amenazante del otro. De todas maneras, este sentido va a ir mutando a medida que Carlos de Anjou, vaya concretando la construcción de un Imperio propio en el Mediterráneo frente al Sacro Imperio Romano de los Hohenstaufen.
El conflicto, abarca su territorialidad en la codiciada isla de Sicilia. Y esto se debe justamente, como advierte el autor, por su ubicación en el mar Mediterráneo, dividiéndolo en dos y uniendo Italia con África. Hay que decir que su posición es tanto estratégica económicamente, como militarmente, si se quiere. Sus costas daban lugar a un punto central de las redes de comercio marítimas, y esto había orientado las actividades económicas en este sentido, a las que se sumaba la importante producción de cereales. Paralelamente, como es sabido ya, las islas plantean un escenario de difícil acceso al momento de acercar cualquier tipo de tropas invasoras.
Esta historia empieza con la muerte de Federico II, el “Anticristo” para el papado, que deriva en las luchas por el trono de Sicilia y el predominio del comercio mediterráneo a partir de mediados del siglo XIII. Con este argumento, se entrelazan las operaciones de un personaje destacable en estrategias políticas, en todo el desarrollo del libro, Carlos de Anjou, hermano del rey francés San Luis, que termina siendo una especie de antihéroe, que logra un gran dominio pero que pierde todo por su ambición.
A modo de introducción, es necesario recalcar la intención del autor de dejar entrever en su narración, una motivación casi “nacionalista” de los sicilianos (acorde también al movimiento de la época desde la que nos habla). Sin embargo, esta idea es bastante refutada a partir de que la conceptualización de “nación” y por ende de “nacionalismo” surge recién en el siglo XIX. Y este es un dato no menor, ya que teniendo por sentado esto, se podrá comprender que finalmente, el levantamiento de los sicilianos contra los franceses, respondería ciertamente al interés conservador de preservar las relaciones preestablecidas antes del abordaje de los extranjeros, es decir, un sistema que funcionaba ya con los normandos hasta Federico II.
Muy bien anticipa un preciso reconto de las temáticas abordadas en su producción en el Prefacio de la siguiente manera: “La historia de la matanza de los franceses el 30 de marzo de 1282 […] es importante no por tratarse de un drama aislado de conspiradores y asesinos, ni por ser precisamente un episodio de la épica tragedia de Sicilia y sus opresores. La matanza fue uno de esos acontecimientos de la historia que alteran el destino de naciones e instituciones mundiales. Para comprender su importancia es necesario que la veamos dentro de su marco internacional. He tratado, por tanto, de narrar en este libro toda la historia del mundo mediterráneo en la segunda mitad del siglo XIII, con las Vísperas como núcleo central. El escenario es vasto: tiene que extenderse desde Inglaterra hasta palestina, desde Constantinopla hasta Túnez. Está también poblado por muchos personajes; pero un escenario histórico es, inevitablemente, populoso, y los lectores que tengan miedo de las multitudes deberán limitarse a los terrenos mejor ordenados de la ficción. El relato consta de varios temas que confluyen sobre este mismo punto. Es la historia de un príncipe brillante, destruido por su propia arrogancia. Es la historia de una amplia conspiración tramada en Barcelona y en Bizancio. Es la historia del valiente y hermético pueblo de Sicilia, levantándose contra la dominación extranjera. Es la historia del suicidio gradual de la idea más grandiosa de la Edad Media: la monarquía universal del Papado.” (Runciman, 1979)[1]
Pero se trata además, del intento por unir las Iglesias católica y ortodoxa, separadas desde el siglo XI. Esta historia se entrelaza involucrando a personajes como Manfredo, el hijo bastardo de Federico II, que trató de crear un imperio mediterráneo con Sicilia como frente principal. Por otro lado el emperador Miguel Paleólogo, quien reconquistó Constantinopla y restauró el imperio bizantino en 1261, y que logra evitar una invasión, acorde a las descripciones del investigador, la hubiera padecido. Con total injerencia se trata también, la ambición del rey Pedro III de Aragón, casado con la hija de Manfredo y decidido a vengar la muerte de éste por Carlos de Anjou, a la vez con la intención de expandir su imperio más allá de los reinos peninsulares.
El desarrollo de la historia de Sacro Imperio Romano Germánico durante el interregno, se describe desde la muerte de Federico II hasta la elección de Rodolfo de Habsburgo en 1273, cuyo dominio despertó el interés de personajes como Ricardo de Cornualles o Alfonso X el Sabio. En este ámbito nos encontramos también con, Conradino, el último de los Hohenstaufen, en el intento por asumir el destino que el pesado legado familiar le había heredado, pero fracasando en la batalla de Tagliacozzo.
Carlos de Anjou termina siendo, “rey de Sicilia, Jerusalén y Albania, conde de Provenza, Forcalquier, Anjou y Maine, regente de Acaya, señor supremo de Túnez y senador de Roma, […] sin duda alguna, el más poderoso de Europa”[2]. Un monarca muy inteligente políticamente hablando, con nociones para la administración, definido como justo y honrado, pero que no supo resistirse al peso de sus ambiciones, obsesionado por tener un imperio propio, aunque al final nunca visitara Sicilia.
La monarquía normanda fue inicialmente autora del montaje de la gran empresa sobre la isla hacia el siglo XII, definida como “una aristocracia importada”[3] (Runciman, 1979). La posterior alianza matrimonial de Constanza, hija de Roger II, con el emperador de Occidente Federico Barbarroja, Enrique de Hohenstaufen, significaba en ese entonces, el posicionamiento gibelino en la isla y en las cercanías del papado. De esta manera el emperador alemán, obtenía el titulo simultáneamente emperador de Roma en 1191 y de rey de Sicilia tres años más tarde. A su muerte, su esposa se hizo cargo del gobierno, rodeándose de funcionarios sicilianos, y acordando una alianza con el nuevo papa Inocencio III, quien pasaría a ser el tutor de Federico II, hijo de Enrique, coronado siendo aun menor de edad. De esta manera el papa era una autoridad dentro del reino, responsable de que cuando Federico alcanzara la mayoría de edad para poder gobernar el reino que había heredado, se encontrara con un patrimonio real empobrecido y endeudado.
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